Todos los demócratas salieron a la calle bajo un mismo lema: ‘Paz, Unidad y Libertad’
Un par de días antes, todavía con Miguel Ángel Blanco vivo, las calles de Bilbao se habían llenado de los ‘otros’, de los buenos. Medio millón de ciudadanos vascos tomaron las calles que hasta entonces creían propiedad de los malos. Y los malos, ellos, por fin pasaron a ser ‘los otros’.
Fue el mismo sábado de infamia en el que ETA luego cumpliría su amenaza agujereando a tiros la cabeza de un bueno hombre inocente, al que habían secuestrado 48 horas antes y arrodillaron maniatado por la espalda. Y el lunes, con Miguel Ángel muerto, Madrid y Barcelona enteras se echaron a la calle. Un millón y medio de personas en la capital de la nación y medio millón en la capital catalana se unieron bajo un mismo lema: ‘Paz, Unidad y Libertad’.
España entera tomó conciencia de su poder como pueblo, y se rebeló contra el silencio del miedo. Y gritó «¡basta ya!».
Encabezados por los presidentes Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar y el entonces líder socialista, Joaquín Almunia, los madrileños expresaron su repulsa en masa y en calma.
Se convocó una manifestación que, de tanta gente que reunió, se convirtió en una concentración de la ciudad entera en sus calles y avenidas centrales. Una marea infinita de ciudadanos haciéndose poderosos contra la barbarie, uniéndose sin rencillas por la libertad, sabiéndose fuertes en la unidad.
Fue la mayor manifestación de la historia de la capital, con más de un millón y medio de personas según los cálculos oficiales rechazando el sanguinario secuestro y su macabra e inútil resolución. Los terroristas habían tiroteado y abandonado en un bosque a un hombre inocente y maniatado, agonizante. Ni siquiera se habían preocupado de saber si tras dispararle seguía vivo, si sufría. Desalmados hasta el final.
Y tras el entierro, la sociedad española demostró su capacidad para olvidar rencillas pasadas, peleas políticas y desacuerdos ideológicos. La unión hizo fuerte al pueblo y sus líderes se sumaron al movimiento de las manos blancas, los lazos negros, los gritos de «¡Basta ya!» y la conciencia de que nada justifica la violencia. Nada.
Los políticos abrían la marcha y el pueblo estaba detrás, pero eso era sólo para la foto. Había sido la ciudadanía española, los ertzainas sacándose el verduguillo, las calles de Bilbao por fin propiedad de los buenos, las nuevas generaciones haciendo ver a sus mayores que no había que callar, que a los malos se les puede gritar «¡Asesino!» a la cara y, al tiempo, perseguirlos con la ley en la mano para encarcelarlos.
Hoy se escriben muchas crónicas recordando que ETA se suicidó en aquellos tres días infames de julio de 1997. Pero no es cierto. A ETA la mató el pueblo español, firme y decidido, y el trabajo incansable de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Todos juntos en ‘paz, unidad y libertad’.
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