Mariano, tú verás

Rajoy
Mariano Rajoy, presidente del Gobierno (Foto: PP)

De Pedro Arriola es el copyright de esa tan maquiavélica como exitosa (para el PP, que no para España) táctica de agigantar a Podemos para dividir a la izquierda e impedir que el PSOE gobierne de nuevo. El sevillano es, desde las sombras, entre bambalinas, y guarecido en el anonimato (para protagonismos ya está Doña Celia), el mejor estratega de la política española. De largo. Un mix de spin doctor, esos genios de la propaganda que hay siempre al lado de todo gran político, y mago de la demoscopia. Pedro Arriola podría entenderse sin el PP pero la hegemonía del PP en las últimas dos décadas no podría comprenderse sin Pedro Arriola. Suyo fue en parte el éxito del Aznar de 1996 y especialmente el del 2000 y suya (a pachas con el interesado) la idea de que Rajoy no se presentase a la investidura en enero del año pasado. Vamos, que no es un piernas ni muchísimo menos.

El maridísimo de Celia Villalobos no inventó nada. El asunto es más sencillo. Como quiera que se sabe los entresijos de la historia maquiavélica europea como pocos, se puso un objetivo: que la copia fuera tan eficaz o más que el original. Y a fe que lo ha conseguido. Conocía el modus operandi implementado por François Mitterrand para retrasar la llegada al Elíseo de su archienemigo Jacques Chirac. Para hacer frente al gaullista, el primer socialista que presidió Francia optó por hacer un gigante de un loco residual llamado Jean-Marie Le Pen. Un matón de la OAS que se dedicaba a dar mítines gritando como el exaltado que es, que combinaba a las mil maravillas una excelente oratoria con una capacidad innata para apelar a las vísceras, que a las mínimas de cambio llegaba a las manos con los rivales políticos, que fue el primero en sacar réditos políticos a esa inmigración que en los 60 y 70 empezó a cambiar Francia para siempre y que diabólicamente negaba el holocausto judío. Un sujeto impresentable que empezó a jugar en champions con una ventaja: la herencia multimillonaria que le había legado un militante de su partido.

Le Pen fue inicialmente el antídoto que permitió a Mitterrand mantenerse plácidamente en Palacio mientras cuidaba de sus dos familias: la oficial, con Danielle, y la oficiosa, con su benjamina Anne Pingeot y la bella Mazarine. El Príncipe de Maquiavelo no lo hubiera hecho mejor. El problema es que a largo plazo la criatura se ha transformado, gracias entre otras cosas al lifting político de la mucho más sagaz Marine, en una bestia que amenaza con entrar como elefante en cacharrería no sólo en Francia sino en el conjunto de la Unión Europea. Esas armas las carga el diablo.

Abajo los Pirineos sucedió tres cuartos de lo mismo. Y de la nada surgió un Pablo Iglesias que sin el primo de Zumosol continuaría siendo el matoncillo marginal que se iba a los edificios okupados a pegarse con los inquilinos. Un macarra que mitineaba mintiendo, en algunos casos por mera ignorancia, que va siempre directito a los instintos más primarios de los ciudadanos, que niega la dictadura bolivariana y las atrocidades perpetradas por ETA, que es amigo del terrorista Otegi y que al más puro estilo Le Pen también tuvo a quien heredar: Chávez, Maduro y Ahmadineyad. Estos tres le pagaban la fiesta. Los podemitas son también made in hell.

Sirva este largo preámbulo de arranque del esbozo de la coyuntura política. Que es mucho más peligrosa de lo que se nos pueda antojar a primera vista. El País publicó una encuesta el pasado domingo que ha pasado desapercibida pese a contener un dato letal en términos democráticos: cuando se les pregunta a los españoles cuál es el partido más capacitado para combatir la corrupción una mayoría señala que «Podemos» (afortunadamente, cerca está Ciudadanos). Teniendo en cuenta la premisa de que esta pandemia ha vuelto a situarse en el primer lugar de las preocupaciones de los españoles, la conclusión es como para echarse a temblar. Si los que se financian gracias a dictaduras sanguinarias y tienen abiertas cuentas en paraísos fiscales son los que van a limpiar este país, apaga y vámonos. Vámonos a Tanzania, que seguro que es un país más serio que este de nuestras entretelas.

Mangancia hay en PP, PSOE y Podemos. Y en los tres en cantidades industriales. Los socialistas se llevan la palma con ese mix de ERE y cursos de formación (miles de millones), los populares no les andan a la zaga y los morados nacieron corruptos. En este último caso sí está meridianamente claro más allá de toda duda razonable que la gallina fue antes que el huevo. Que una satrapía te riegue de pasta por informes falsos y otra por destrozar una democracia europea antes siquiera de constituirte como partido político lo dice absolutamente todo. Los únicos que se salvan de la quema son los chicos y chicas de Ciudadanos. De momento… y espero que por mucho tiempo. Lo que no entiendo es que medios, jueces y fiscales se ceben casi siempre con los mismos, los masocas del PP, teniendo en cuenta lo igualado que está el partido. No hay más que ver la reacción de los medios cada vez que surge una indecencia del PP y otra de Podemos. En el primer caso, el todo Madrid mediático se tira a degüello. Y con razón. Lo que no parece muy coherente es que miren hacia otro lado cuando el que manga o el que defrauda es un morado. Y no hablo de la excepción sino de la regla de comportamiento mediática. Lo de Venezuela, lo de Monedero, lo de Irán y lo del crowdfunding no es precisamente un ejercicio de santidad o un juego de ursulinas.

Cuando el Supremo escudriñó el informe policial PISA (Pablo Iglesias Sociedad Anónima), jueces y fiscales fueron buenos chicos con los bad boys. Y eso que la investigación contenía pruebas mucho más sólidas que, por ejemplo, la que le han costado seis imputaciones al ex presidente de Murcia Pedro Antonio Sánchez. La ley del doble rasero. O el miedo escénico a los estalinistas. O que tal vez hay que mantener con vida a esos quintacolumnistas de la izquierda que convierten en misión imposible que un socialista regrese a La Moncloa. O tal vez las tres cosas a la vez. No lo sé pero es un desastre en términos democráticos, de estabilidad institucional y de Estado de Derecho.

Tampoco es de recibo que cuando se imputa o se investiga a un podemita en particular o a Podemos en general todos compren el cuento chino de que es «una persecución política». Menos aún que cuando se hace lo propio con los de Génova 13 se hable de «persecución de la corrupción». Tratar actos iguales o similares de forma diferente es el mayor acto de injusticia que un humano pueda cometer. Claro que si tienes en contra al 75% de los medios, los mismos que por acción u omisión favorecen a Podemos, lo más conveniente es que te des por jodido. No me cansaré de repetir, lo haré hasta el aburrimiento si es preciso, que los periódicos, las radios y las televisiones son los que conforman la opinión publicada, que es a su vez la que conforma la opinión pública y que en resumidas cuentas es la que vota.

Tiene triste gracia que Mariano Rajoy, que ha contraído méritos para salir por la puerta grande como uno de los dos o tres mejores presidentes de la democracia, pueda acabar pasando a la historia como el jefe de una banda de golfos que se tuvo que marchar por la de servicio cual Nixon redivivo cubriéndose la cara con el Marca. El hombre que nos salvó de un rescate que hubiera convertido a España en una especie de protectorado al estilo alemán o japonés de posguerra, el ADN que ha puesto a nuestro país a la cabeza del crecimiento de Occidente, el primer ministro que es ejemplo de estabilidad y prosperidad, la envidia de media Europa y parte de la otra, no puede ser el que pague el pato de una corrupción que en su inmensa mayoría germinó antes de su llegada a la Presidencia del Partido Popular.

Creo firmemente que el pontevedrés de Santiago es un ciudadano personalmente honrado. Su austeridad salta a la vista. No hay más que ver cómo visten él y su mujer. Y sé, porque lo conozco hace muchos años, que es buena gente. Tal vez demasiado para el ejercicio de un cargo en el que, como solía comentar ese gigante llamado Felipe González, hay que ser «un poco cabrón». Esa virtud se convierte en defecto cuando no respondes a los ataques, cuando te encomiendas a la providencia y cuando no quitas de en medio a los que han hecho tra-ca-trá «porque no hay pruebas incontestables». El Rajoy que yo traté cuando era el corresponsal político de El Mundo en Moncloa, el que me telefoneaba cuando dirigía Marca y el que se preocupó por mí cuando algún indeseable me intentó quitar de en medio para no evidenciar sus fracasos frente a mis éxitos no es ni de lejos el malo-malísimo que dibujan sus enemigos.

Es más, Rajoy es la antítesis de los hombres y mujeres del poder. Que cuanto más trepan por la pirámide, más prepotentes, más chulos y más soberbios son. El Mariano presidente del Gobierno es la excepción que confirma la regla. Su arrogancia se ha desplomado aún más con el paso de los años. Eso en el caso de que se le presuponga arrogante porque proverbialmente fue de una normalidad arrolladora. Normalidad que debería ser más y mejor explotada como leit motiv en sus campañas electorales. «Yo sólo soy un tío de provincias», suele argumentar él cuando el pelota de turno le ensalza. Una definición de parte pero que es sencillamente inmejorable a la hora de trazar un perfil de los 1,88 metros de personaje.

Rajoy debería tener cuidado porque a veces, y desde luego en política, los límites entre la bondad y el pardillismo son difusos. Tú verás, Mariano: o coges el toro por los cuernos equilibrando el panorama mediático y judicial o terminarás pidiendo la hora como los equipos mediocres. No sois peores éticamente que el PSOE y Podemos y, sin embargo, se os pinta poco menos que como un remedo de los asaltantes del tren de Glasgow, unos brillantes émulos de Luis Roldán o los sucesores de cleptócratas como el tunecino Ben Alí, Bokassa, Sadam o esos Kirchner que robaban a manos llenas como si no hubiera un mañana. Triste panorama teniendo en cuenta que a la hora de gestionar vosotros sois Cristiano Ronaldo o Messi y los de enfrente un jugador malo de Segunda División en el caso de los socialistas y Segunda B en el de los podemitas. La cosa está clara de momento a expensas de lo que suceda en el PSOE y de cómo evolucione el efecto Rivera: o tú o Pablemos. Ésa y no otra es la cuestión. Pero tampoco es cuestión de dar facilidades al enemigo o de dejar que te arrinconen en el área. Recusar al árbitro y seducir a los periodistas no es ningún delito. Delito sería allanar el camino para el asalto de Pablo Iglesias a los cielos.

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