España
Terrorismo y política

La foto del día que el ex terrorista José Mujica recibió en Uruguay al etarra Otegi: «¡Gracias, amigo!»

Ensalzado como ejemplo de demócrata, Mujica perteneció al grupo terrorista de los Tupamaros cuando Otegi se abría paso en la ETA más sanguinaria

Desde la proetarra Bildu, su cara más visible, Arnaldo Otegi, miembro de la ETA más sanguinaria, la de la Transición, se ha desecho estos días en elogios y adjetivos cariñosos para con el uruguayo José Mujica tras su fallecimiento. No es casual. Entre Mujica y Otegi no sólo hubo complicidad compartida sino un pasado común, el del terrorismo. Mujica en Uruguay; Otegi en la España que intentaba asentar la democracia entre las bombas y los tiros en la nuca de la ETA más sanguinaria, la que se esmeró en imponer el terror a sangre y fuego tras la muerte del dictador Franco.

«¡Gracias, amigo!», ha dejado escrito Otegi en homenaje al recientemente fallecido Mujica, que tras su pasado terrorista logró ser elegido, al tiempo, presidente de Uruguay. En torno a Mujica se ha creado un mito que ha olvidado el pasado sanguinario de los Tupamaros de los que él formó parte. Mujica abrazó la democracia, sí, pero no ocultó su querencia con Otegi y lo que representa Bildu como heredera de ETA.

Para la posteridad queda la foto, tomada hace unos años, en la que un sonriente Mujica recibía en Uruguay a Arnaldo Otegi. Ni un reproche, todo complacencia. Otegi posaba orgulloso y la órbita proetarra presumió de la instantánea.

Proliferan los elogios mediáticos a Mujica, fomentados particularmente por la izquierda –también la extrema y violenta–, pero compartidos también por una parte de la derecha liberal que secunda el halo de ejemplaridad del ex presidente de Uruguay. Durante su etapa al frente del país –de marzo de 2010 a marzo de 2015– hizo gala de austeridad privada y de publicitadas convicciones democráticas. Eso sí, sin abandonar las fuentes de izquierda extrema que abrazó en su vida. Y sin repudiar el terrorismo del que formó parte ni del que trató de matar la democracia en España. Haberlo hecho habría sido totalmente incompatible con esa complicidad personal e ideológica que exhibió con Otegi.

José Mujica formó parte de los terroristas Tupamaros en los años 70, participó activamente en este letal movimiento inspirado en la radicalidad comunista, la misma que nutrió a la ETA más sanguinaria. En aquella misma década, la de los 70, Arnaldo Otegi se abrió paso en la banda etarra. Eso sí, hasta entre terroristas hay matices: así, mientras Mujica estuvo preso coincidiendo con la dictadura de Uruguay, Otegi despuntó en la ETA más cruel, la de la Transición. Mujica fue preso de una dictadura; Otegi condenado por una democracia a la que su ETA trató de asesinar a base de coches-bomba, tiros en la nuca y ametrallamientos a cobarde traición. Terrorismo uno y otro, en cualquier caso.

Otegi ha sido blanqueado por el PSOE de Zapatero y Sánchez hasta la extenuación, al punto de ser elogiado como «hombre de paz» quien fue condenado por secuestro y por integración en la ETA de los «años de plomo» en los que los etarras trataron de imponer la dictadura comunista en su particular sueño de un País Vasco donde había que expulsar o exterminar a quienes, en plena democracia, no comulgaran con sus ideas.

Esta semana, tras producirse la muerte de Mujica, en una entrevista Arnaldo Otegi se refirió al ex presidente de Uruguay como «amigo, compañero y cómplice del País Vasco, porque llevó con orgullo sus raíces vascas». En su cuenta en la red social X (antes Twitter), el líder de la proetarra Bildu ha dejado escrito: «Tu viejo pueblo vasco jamás te olvidará, Pepe. ¡Nos levantaremos siempre contigo!».