Esteban agradeció a Robles su defensa ante el acoso y derribo a los que le sometió Sánchez

Margarita Robles y Paz Esteban.
Margarita Robles y Paz Esteban.
Joan Guirado

Pedro Sánchez tenía la decisión tomada de destituir a la directora del CNI desde que, prácticamente, los independentistas denunciaron el supuesto espionaje a más de medio centenar de cargos. Ya entonces, hace tres semanas, sin mucha más información que la que le trasladaba la ministra de Defensa, Margarita Robles, el presidente apuntaba a la jefa de la inteligencia como cabeza de turco. La encargada de comunicarle su destitución, minutos antes de la reunión semanal de los ministros, fue la misma Robles. Paz Esteban le agradeció, a ella personalmente, la actitud que había tenido.

Así pues, a falta de la fecha concreta y el formato, la salida de Paz Esteban era un hecho. Pese a las múltiples resistencias de Margarita Robles -que tenía que firmar su destitución- y que intentó frenarla con una defensa acérrima de la jefa del CNI en el Congreso y posteriormente, en privado, con trabas que dificultaban extremadamente la decisión de destituirla. Félix Bolaños aprovechaba la situación para robarle las competencias en inteligencia a Robles. Sin éxito.

Ante las dificultades que se iba encontrando, Sánchez se dio tiempo, el suficiente para que Paz Esteban diera la cara en el Congreso en la Comisión de Secretos Oficiales y tuviera un informe que acreditase el espionaje a más ministros -a priori, desde Marruecos- que permitieran al Ejecutivo culpar a la directora del CNI de un «fallo grave», incluso «negligente», para la seguridad del Estado. Lo que se viene conociendo como mezclar churras con mininas.

Ya con este informe sobre la mesa del presidente, este lunes, Sánchez decidió a media tarde que el día para sentenciar a Paz Esteban sería este martes en el Consejo de Ministros. Se lo trasladó a Robles y le dijo que se nombraría a un director provisional, ya que el hombre que él quería, el general Miguel Ángel Ballesteros, les había dicho que no. La ministra se negó a firmar el cese en esas condiciones. Y puso como condición que, junto a la destitución, debía anunciar el relevo; y que el nombre de su sucesora no podía ser otro que el de Esperanza Casteleiro, una de sus colaboradoras más cercanas y amiga personal. Pedro Sánchez ya le dijo que no en 2019. Ahora, sin más margen que dejase en evidencia otra crisis política de mayor calado -que podría haber acabado incluso con la dimisión de la ministra- tuvo que aceptar. Con medio partido en contra y pidiendo la cabeza de Margarita Robles.

Se decidió que la decisión no la podía comunicar a la opinión otra persona que no fuera la ministra. Tenía pautado lo que tenía que decir, comedido, en no mucho tiempo. Pero ella dio rienda suelta a su «conciencia», según reconoció su entorno a este periódico minutos después. Y, pese al enfado de la secretaria de Estado de Comunicación, a la que se le desmoronaba su estrategia, la ministra vendió la noticia como un relevo natural, una modernización del CNI. Para el que, aprovechando la situación, pidió más recursos a sus compañeros. Y más respeto.

Robles tuvo mensajes para todos. Sin citar a nadie. Para Podemos, para Bolaños, e incluso para Sánchez, a quién le agradeció «el regalo de vida de ser ministra». Pero del que se acordó, también, cuando se le preguntó sí había pensado en dimitir. Y afirmó que «eso sólo lo haría si los ciudadanos me abuchean por la calle por decisiones políticas». El presidente está acostumbrado a ello en prácticamente cada ciudad que pisa. Aunque muchos pensaban que Robles había perdido una batalla, en realidad ha ganado una gran partida.

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