Desasosiego en Zarzuela por los desaires de Sánchez

Pedro Sánchez
El Rey Felipe VI recibiendo a Pedro Sánchez en Zarzuela. (Foto. EFE)

La preocupación, no la expectación, es máxima ante la próxima ocasión pública en la que el Rey coincidirá con el presidente del Gobierno. Este lunes, la pléyade de ministros de aluvión que integran el Gobierno del Frente Popular se acercará -según se cree- al Palacio de La Zarzuela para prometer -o lo que sea, porque nadie descarta ingeniosidades tipo “Prometo por las Trece Rosas”- sus cargos. Va a celebrarse este acto tras el último episodio de distancia entre el jefe del Estado y el de “su” Gobierno. La Casa del Rey se ha desgañitado en revestir de “normalidad” el hecho de que Sánchez haya estado filtrando interesadamente y gota a gota la lista de sus colaboradores, sin antes y como apunta el protocolo inveterado que hasta ahora se ha respetado escrupulosamente, llevarle al Rey la relación de estos ministros. La Zarzuela insiste en que en todo momento Felipe VI ha estado al tanto del proceso desatado por Sánchez y revela que, tras el acto de promesa del propio presidente, los dos se reunieron en un despacho formal en el que Sánchez desveló alguno de sus propósitos. Sin embargo, nadie niega (y cuando escribo “nadie” quiero decir exactamente eso) que la fórmula elegida por el jefe del Gobierno no es precisamente la más correcta.

Nadie niega tampoco que, aunque Felipe VI haya permanecido medianamente informado por Sánchez, la impresión generalizada es que, de nuevo, el presidente ha “potreado” al Rey, y quiero señalar que la elección de este verbo no es del cronista. Y es que llueve sobre mojado: el hecho irrebatible es que el Rey fue abroncado, incluso insultado en el Parlamento por una condenada por apología del terrorismo y por una diputada declarada como Torra y Torrent en abierta desobediencia civil e institucional, y ni la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, ni el candidato que se sometía a la investidura, movieron un dedo para defender a Su Majestad de tanta insidia. Ni un dedo. Batet, que se pone en plan señorita Rottermeier, reprendiendo a cualquier parlamentario que ose elevar sus discrepancias en alto, ni siquiera tuvo la gallardía de interrumpir las dos soflamas; se limitó a proclamar, como una beatita estulta, la preeminencia de la libertad de expresión, lo cual, según ella, permite llamar al Rey “autoritario” y hasta “fascista”. Ese día la preocupación del Rey aumentó extraordinariamente.

O sea, que llueve sobre mojado, y la Casa del Rey no disimula su malestar en un momento, además, trufado de declaraciones en las que los socios confesos de Sánchez, desde los proetarras como Aizpurúa, a los propios miembros de Podemos, no se cansan de resaltar su intención de volar la Monarquía. Lo que se transmite desde La Zarzuela es, con toda propiedad y escuetamente, que “El Rey está en su sitio”, pero tampoco nadie -vuelvo a utiliza este concreto pronombre- disimula el creciente malestar por el ninguneo a que Sánchez somete a su Rey. Esta semana pasada, sin ir más lejos, un presidente autonómico indicaba a quien quisiera escucharle, que los recortes en la agenda internacional del Rey son ya clamorosos, tantos que, desde aquel viaje a Cuba programado para que España, muy directamente, siga apoyando la dictadura de los herederos de Castro, el Rey no se ha comido literalmente un colín por el extranjero. Su dedicación, cuando le dejan, es sólo nacional.

La sensibilidad por lo que está acaeciendo en es tan grande que cualquier palabra del Rey o se interpreta como un aviso a su interlocutor, el jefe del Gobierno, o de ella se deriva la constancia de que éste se ha enfadado muchísimo. Es decir, lisa y claramente: que Sánchez se venga por lo que, desde Moncloa se denuncia, sin escrúpulo alguno, como una “intromisión” del Rey en las atribuciones del presidente. Es decir: una auténtica vileza. En este ambiente, no son pocas las voces que llegan a La Zarzuela y que piden, con extremada delicadeza, eso sí, que Felipe VI muestre un “acto de soberanía” para no seguir ofreciendo la imagen de un Rey permanentemente asediado, en libertad vigilada decíamos el viernes, y ninguneado por La Moncloa. La preocupación es creciente y más o menos reconocida en los aledaños del Monarca, en los que se responde con enorme prudencia de esta forma: “El Rey seguirá haciendo lo que tiene que hacer”. Es dudoso que esto le sirva para lidiar las embestidas de quienes, al fin, le quieren liquidar a él y la Corona.

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