El botín de Rusia y el futuro de Ucrania
El marco de paz refinado de 19 puntos entre Rusia y Ucrania, con la activa mediación de los Estados Unidos en Ginebra y Abu Dhabi durante el mes de noviembre de 2025, representa un punto de inflexión geopolítico que va a reconfigurar el equilibrio de poder en el este de Europa.
Desde una perspectiva geopolítica, este pacto, impulsado por la administración Trump, busca un alto el fuego inmediato y congelar el conflicto bélico en unos términos inicialmente favorables a Moscú, reconociendo implícitamente la anexión de Crimea y 53.201 km2 del territorio del Donbás, que es un territorio con una gran riqueza de recursos naturales.
Una propuesta que no solo debilita la cohesión de la OTAN, al exponer las divisiones internas entre los aliados europeos que priorizan la estabilidad energética sobre la integridad territorial ucraniana, sino que también fortalece la esfera de influencia rusa en el Mar Negro, limitando el acceso de Occidente a rutas comerciales clave como las del grano ucraniano (Ucrania exporta el 10% del trigo global), la del petróleo del Caspio, la del gas licuado y amoniaco hacia Turquía, Egipto, Italia y Grecia, así como la del carbón y mineral de hierro hacia Turquía y China.
Un acuerdo que ilustra el sesgo de anclaje, con unas demandas maximalistas rusas iniciales, que han fijado un punto de referencia que hace que las concesiones a Ucrania parezcan «razonables» en comparación.
La intermediación estadounidense, aunque presentada como neutral en su inicio está claramente sesgada hacia un fin rápido del conflicto, responde a los imperativos geopolíticos internos de Washington para conseguir reducir el gasto en ayuda militar a Ucrania, que ya supera con creces los cien mil millones de dólares desde el año de comienzo de la invasión en 2022, para redirigir esos recursos hacia la competencia con China en el Indo-Pacífico. Así como garantizar el suministro de grano y minerales críticos, posicionando a las empresas estadounidenses de forma ventajosa en los contratos de reconstrucción.
Los EEUU ganan mayor influencia al posicionarse como el árbitro indispensable del mundo, tras el reciente acuerdo de paz entre Israel y Hamas, evitando además un colapso ucraniano que podría desestabilizar los mercados globales de grano, tierras raras y gas. Eso sí, a costa de perder credibilidad como defensor de la democracia, ya que el plan propuesto ignora los principios de la Carta de la ONU sobre la soberanía territorial.
Rusia y Ucrania
El presidente Trump, está explotando la aversión del presidente Zelenski a perderlo como aliado poderoso, con una gran fatiga bélica y un manifiesto agotamiento de sus reservas económicas y militares. Zelenski percibe el rechazo al plan como una pérdida mayor, con la posibilidad real de protagonizar un colapso total, frente a la aceptación de una pérdida territorial parcial, alineándose con la teoría prospectiva del nobel Daniel Kahneman, donde las decisiones se toman en función de referencias relativas al statu quo.
Para Rusia, el acuerdo le permite consolidar como propio un territorio superior a las ganancias territoriales y estratégicas de guerra. Putin se queda con el control de los corredores terrestres hacia Crimea y neutraliza Ucrania congelando sus tropas e impidiendo que Ucrania pueda ser libremente un miembro de la OTAN, reafirmando su doctrina de «profundidad estratégica» contra las amenazas occidentales.
Este acuerdo aliviará la presión económica de las sanciones con unos activos congelados de 300.000 millones de dólares, permitiendo a Rusia diversificar sus alianzas con China e India, proyectando una imagen de victoria que disuade a otros vecinos como Georgia o Moldavia de alinearse con la Unión Europea.
Sin embargo, Putin exhibe un sesgo de confirmación, dado que sus asesores filtran información masiva que valida la narrativa de la «desnazificación» de Ucrania y de la debilidad de occidente, ignorando los riesgos de un futuro revanchismo ucraniano, lo que podría llevar a una escalada cíclica si el acuerdo se percibe como muy humillante para Ucrania, activando las dinámicas de reciprocidad negativa en futuras interacciones como una reedición actual del tratado de Versalles de hace más de un siglo.
Ucrania, por su parte, se enfrenta a un ultimátum estadounidense con un plazo breve, 27 de noviembre de 2025 fecha de acción de gracias, aceptando un alto el fuego que implica una importante desmilitarización en del este de Europa, con ciertas garantías de no agresión, pero sin recuperar todos sus territorios invadidos.
A largo plazo, el acuerdo podría estabilizar la región al promover un pacto de no agresión multifacético, fomentando un nuevo orden bipolar con un eje Rusia-China frente a un Occidente fragmentado, con Ucrania como línea de dicha fractura. Ucrania se transforma en un estado frontera con una neutralidad estricta, similar a Finlandia durante la Guerra Fría, conocida como finlandización, preservando cierta independencia formal, pero limitando su integración euroatlántica, lo que fomentará las divisiones internas y las presiones populistas pro-rusas.
El plan se presenta como una «paz integral» en lugar de una «capitulación», enmarcando y alterando la valoración emocional de las opciones reales y reduciendo la resistencia de la población de Ucrania.
El papel de la Unión Europea, claramente marginada en las negociaciones iniciales bilaterales entre los EEUU y Rusia, descubre las tensiones geopolíticas transatlánticas actuales. Alemania y Francia priorizan la seguridad energética, reduciendo la futura dependencia del gas ruso, Polonia y los bálticos ven una traición que incentiva una futura agresión rusa a otros países europeos. Pese a todo, la propuesta europea incluye una asociación para restaurar y modernizar la infraestructura de gas ucraniana, así como una gestión compartida de la central nuclear de Zaporiyia.
Se acelera la «autonomía estratégica» europea, impulsando un ejército europeo común, debilitando a la OTAN con el cuestionamiento literal del artículo 5 del tratado que establece la solidaridad de todos los países de la organización atlántica en caso de una agresión a alguno de sus miembros.
Los líderes europeos han puesto de manifiesto su aversión al riesgo colectivo, optando por el statu quo post-acuerdo para evitar unas pérdidas inmediatas en los movimientos de población y en los precios de la energía, ignorando el sesgo de extrapolación que proyecta la estabilidad a largo plazo basada en acuerdos de alto el fuego históricos que han resultado fallidos, como los de Minsk I de septiembre de 2024 y Minsk II de febrero de 2015 con la mediación de Alemania y Francia, con retirada de armamento pesado y propuesta de un proceso de autonomía para Donetsk y Lugansk.
Geoeconómicamente, se reduce la volatilidad en los mercados de commodities, beneficiando a los EEUU, pero perpetúa las desigualdades al validar las agresiones territoriales. La economía de la conducta advierte de varias trampas, entre ellas un optimismo ilusorio de los firmantes con un sesgo del exceso de confianza que subestima la probabilidad de los incumplimientos, ya que este tipo de recompensas diferidas como la paz duradera, son descontadas más que los castigos inmediatos, llevando a un posible ciclo de violación de normas internacionales en futuras crisis.
La propuesta de pacto, ilustra cómo una geopolítica realista se entrelaza con los sesgos conductuales para acordar compromisos inestables, mientras ancla esferas de influencia, explota aversiones a la pérdida para forzar concesiones, dejando la desconfianza como legado del conflicto cerrado en falso. Para mitigar los riesgos, la diplomacia debería incorporar unos marcos conductuales explícitos, como auditorías de sesgos en las negociaciones, asegurando que la paz no sea solo un ancla temporal, sino un equilibrio sostenible en un mundo multipolar como el actual.
El botín de guerra
A continuación, analizo el botín de guerra al que aspira Rusia en el marco del acuerdo que se está valorando en la actualidad.
El territorio ucraniano ocupado por Rusia, abarca hoy regiones como el Donbás (Donetsk y Luhansk), Crimea, Zaporiyia y Jersón, y alberga una riqueza subterránea estimada en más de 12,4 billones de dólares en depósitos de energía, metales y minerales. Esta zona representa aproximadamente el 20% del territorio ucraniano, pero contiene el 40% de sus recursos metálicos y el 56% de las reservas de carbón duro, representando un gran botín de guerra.
El carbón es un pilar de la industria pesada en el Donbás, donde el yacimiento de Donetsk concentra 70% del carbón vapor y 30% del coque de Ucrania, con reservas de 56.000 millones de toneladas, de las cuales Rusia retendría más de 31.000 millones de toneladas valoradas en unos 12 billones de dólares.
El gas natural offshore del Mar Negro, accesible desde Crimea, añade hasta dos billones de metros cúbicos de reservas potenciales, mientras que el petróleo en la cuenca Dniéper-Donetsk representa el 80% de las reservas conocidas de Ucrania, equivalentes a 11% de sus campos petroleros totales por un valor de 85.000 millones de dólares.
Estos activos no solo sustentan la producción energética regional, sino que también influyen en los flujos globales de commodities, con el carbón del Donbás alimentando históricamente las empresas de acero europeas y el gas de Crimea amenazando de nuevo la dependencia energética de la UE.
En el corazón del Donbás, el carbón emerge como el recurso más abundante y emblemático, con reservas probadas de antracita y bituminoso estimadas en 32.000 millones de toneladas para Ucrania, de las cuales el 56% —alrededor de 18.000 millones de tonelada caerán bajo el control de Rusia, clasificando a la nueva región como la sexta mayor reserva del mundo.
Junto al carbón, las reservas de mineral de hierro en el Donbás y el istmo de Kerch en Crimea suman parte de los 18.000 millones de toneladas de Ucrania, con unos depósitos confirmados de 28.000 millones de toneladas que representan el 6% de las reservas mundiales, perfectas para la producción de acero gracias a su alto contenido de hierro de hasta el 60% en algunos de los yacimientos.
Los recursos energéticos en Crimea y las cuencas adyacentes de Zaporiyia y Jersón, tienen al gas natural como protagonista en el Mar Negro, donde se encuentran importantes reservas profundas estimadas en 4 a 13 billones de metros cúbicos —de un total ucraniano de 5,4 billones— están mayoritariamente bajo control ruso, incluyendo 16.761 millones de metros cúbicos probados solo en la establecida República Autónoma de Crimea.
Estos yacimientos, podrían abastecer el 20% de las necesidades gasísticas de Ucrania, con un potencial para las exportaciones a Turquía y Europa vía los gasoductos submarinos. La cuenca del Dniéper-Donetsk alberga el 80% de las reservas de gas y petróleo conocidas, con 1,1 billones de metros cúbicos probados de gas y más de 400 millones de toneladas de gas condensado, complementados por campos petroleros que producen crudo ligero de bajo azufre, valorado en miles de millones.
Esta concentración geológica, no solo asegura autonomía energética para Crimea sino que posiciona a la zona como un nuevo nodo crítico en el Mar Negro, donde el 80% de los depósitos gasíferos offshore están ahora en manos rusas.
Las tierras raras y los minerales críticos representan el tesoro más codiciado en los territorios ocupados, con el 70% de los 14,8 billones de dólares en recursos minerales ucranianos concentrados en Donetsk, Luhansk y áreas adyacentes, incluyendo el Campo Shevchenko en Donetsk, que alberga 500.000 toneladas de litio —uno de los mayores depósitos no explotados de Europa, muy esencial para las baterías de los vehículos eléctricos y la industria de la electrónica.
Rusia controla entre el 50% y 100% de las reservas de tantalio, cesio y estroncio en estas regiones, junto con formaciones de metales raros que incluyen el lantano, el cerio un metal blando de tierras raras y el neodimio para turbinas eólicas, las aleaciones y el armamento
En Luhansk y Donetsk, los depósitos de grafito equivalen al 20% de los recursos globales, vitales para ánodos de baterías, mientras que el titanio con reservas del 7% de la producción mundial se extiende por estos oblasts con yacimientos de ilmenita que suman millones de toneladas anuales. El uranio de la cuenca Dniéper-Donetsk contribuye al 2% de las reservas mundiales, con depósitos confirmados para combustible nuclear, y el berilio en formaciones del Donbás es clave para la industria aeroespacial.
Esta riqueza natural, parte de 22 formaciones de metales raros identificadas, subraya cómo la ocupación militar ha capturado el núcleo ucraniano de la transición verde global, con 8.700 depósitos probados de los 20.000 registrados antes de la invasión rusa.
Praeda quae bellum honestat
José Luis Moreno, economista, ha sido director de Economía en la Comunidad de Madrid y en el Ayuntamiento de Madrid. Analista económico y empresarial.
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