Sobre donaciones e impuestos

Amancio Ortega, fundador de Inditex y de Pontegadea. (Foto: Getty)
Amancio Ortega, fundador de Inditex y de Pontegadea. (Foto: Getty)

Como diría el bueno de Carlos Herrera, “en España no cabe un tonto más”, los últimos que se ha unido a este club cada vez más numeroso ha sido la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública de Aragón, oponiéndose a aceptar 10 millones de euros que la Fundación Amancio Ortega donó a dicha región dentro de los más de 300 millones que destinó a las Comunidades Autónomas para la lucha contra el cáncer.

Por desgracia, también el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, mostró su desconocimiento de dónde salen los impuestos, al decir que la Sanidad “no puede depender de cuántos pantalones o faldas venda Zara”. Solo para que sepa, Inditex genera riqueza vendiendo pantalones y faldas —entre otras prendas de vestir—, después vienen los políticos, y de esas ventas detraen una parte de los beneficios —Impuestos de Sociedades— y se llevan un quinto del precio de la ropa que vende la compañía gallega —IVA—; y eso solo son los impuestos más importantes que liquida Inditex como sociedad, puesto que cada uno de los casi 50.000 empleados que tiene la firma en nuestro país pagan IRPF y cotizaciones a la Seguridad Social.

Desafortunadamente para el presidente extremeño, la sanidad depende en buena medida de las faldas y pantalones que venda Zara y el resto de compañías del grupo Inditex —entre 2011 y 2015, Inditex solo por el Impuesto de Sociedades ha pagado el 2% del total de lo recaudado por Hacienda por este tributo—. Quizás, de lo que se queja es que cuando Amancio Ortega dona directamente dinero a la sanidad para combatir el cáncer, el dinero no lo puede gestionar él, y así apuntarse el tanto. En efecto, los políticos se dedican a rapiñar toda la riqueza posible de la sociedad —le parten las piernas a la población—, y después reparten migajas —regalan muletas a todos los que les han partido las piernas— como si el dinero que gastasen fuese suyo. El no poder contar con una buena cantidad de dinero para poder ser usado a su arbitrio y obtener, de esta manera, réditos políticos, debe ser doloroso.

Pero si observamos los datos más en detalle, podemos ver que Inditex ha pagado ni más ni menos que aproximadamente 6.000 millones de euros por impuestos sobre beneficios en los últimos 8 ejercicios. Es cierto que no todo ese dinero se corresponde con la cantidad pagada a la Hacienda española, pero como marca global que es, opera en 93 mercados distintos en los que tiene que tributar en dichos países —los tributos se rigen por el principio de origen, es decir, se pagan allí donde se produce el hecho imponible—. Un 23% de estos beneficios, por tanto, han ido a parar al fisco de medio mundo.

Parece que nos hemos acostumbrado a aceptar por bueno eso de pagar y callar. Pero los impuestos no tienen nada de meritorio, los pagamos por obligación, sino, como dice Fernando Díaz Villanueva, se llamarían voluntarios. Adam Smith antes que economista era filósofo, y en monumental libro titulado La Teoría de los Sentimientos Morales ya hablaba de que “obligar por la fuerza a que una persona haga lo que debería, y lo que cualquier espectador imparcial aprobaría que hiciera, sería, si fuera posible, algo todavía más incorrecto que su negligencia”. Y es que la filantropía y la caridad, en cambio nacen desde la voluntariedad, como diría Robert Nozick, basándose en el principio de “cada quien como escoja, a cada quien como es escogido”.

Esto es, vemos como bueno que alguien pague algo por obligación, aunque después el dinero no se destine para aquello en lo que prefiera el pagador y sea utilizado como instrumento político; contrariamente, el donar de forma voluntaria lo vemos como el más atroz de los actos que pueda hacer el ser humano. A esto se le llama una sociedad de siervos, usted trabaje para los políticos, ellos son los que pueden decir en qué y cómo se gastan su dinero, ¡viva la libertad y la propiedad privada!

Por fortuna, tenemos un sistema sanitario bueno —gracias, entre otras cosas, a los pantalones y faldas que vende Zara—. Según una de las revistas médicas más influyentes del mundo, The Lancet, contamos con la octava mejor sanidad en el mundo, a pesar de los recortes tan criticados. Aún así, los recursos son limitados, y en la lucha contra el cáncer toda ayuda es poca, por lo que no nos podemos permitir el lujo de rechazar las donaciones que hagan Amancio Ortega o el vecino de al lado.

En definitiva, lo que encontramos es un debate de fondo entre qué sociedad queremos: o bien preferimos una sociedad que no se mueva y luche por aquello que desee y espere que la colaboración entre la población se produzca a través de la coacción —impuestos—, despojando de toda personalidad y humanidad a todo acto que podamos considerar valioso en la ayuda a los más necesitados, pagar y callar; o bien optamos por una sociedad donde la ayuda a aquellos que más lo necesitan se produce de forma voluntaria, porque somos una sociedad con valores que apoyamos las buenas causas porque así lo deseamos y no necesitamos de alguien que nos amenace con meternos en la cárcel para poder colaborar con otras personas. Amancio Ortega parece escoger que la segunda opción, aunque con la cantidad de impuestos que ya paga sería suficiente, por los motivos que considere oportuno, prefiere seguir ayudando a los enfermos de cáncer, sin esperar a que el político de turno le obligue a hacerlo.

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