PRIMERA LÍNEA

¿Francisco, un Papa cautivo de la extrema izquierda española?

papa francisco izquierda

Quienes hemos estudiado en los colegios jesuitas repartidos por el mundo, en el caso de Palma históricamente el más antiguo en activo, hemos vivido el Papado de Francisco con curiosidad. Además de ser el primer cardenal jesuita a quien se ha confiado dar el salto de guardia pretoriano del Papado a primer Papa jesuita de la historia; transitando de Papa negro, como son conocidos los generales de la Compañía de Jesús, a un Papa investido en el blanco inmaculado de los sucesores de San Pedro. ¿Por qué se ha fijado en él la izquierda? Es probable por su cercanía con la teología de la liberación, corriente cristiana aparecida en América Latina en la década de 1960.

Desde el principio su figura ha sido cuestionada por sectores conservadores al tiempo que aplaudida por la izquierda, al entender, que apuntaba su gesto pastoral al ejercicio activo de la teología de la liberación, tan presente en la segunda mitad del siglo XX donde los jesuitas jugaron un papel militante.

La principal característica de la teología de la liberación era considerar que el Evangelio exige como opción preferencial a los pobres y definiendo las formas en que debía hacerse recurriendo a las ciencias sociales. En efecto, Francisco ya ha sido señalado como El Papa de los pobres y de ahí solo había un paso político para considerarle el artífice de la rehabilitación de la teología de la liberación, ya marginalizada en anteriores papados. 

El paso político al que me refiero es la interpretación materialista a partir de la reflexión del pastor protestante suizo Karl Barth, uno de los primeros   teóricos de esta doctrina: «Dios se coloca siempre incondicional, de un lado y sólo de uno: contra los encumbrados y a favor de los humillados». Lo que facilita que la teología de la liberación sea perfectamente identificable, por la izquierda, con la lucha de clases, con el marxismo en definitiva. Encima el Papa Francisco dio muestras de cercanía con dictadores de izquierdas; de  complicidad con Fidel Castro, Evo Morales o Nicolás Maduro. Incluso fue bastante condescendiente con la Agenda 2030. Todo ello le convertía en la presa fácil para el aparato de propaganda y manipulación de la izquierda.  

La imagen icónica de las diferencias entre el Vaticano y los practicantes de la teología de la liberación nos llegaba en 1984, durante la visita del Papa San Juan Pablo II a Nicaragua, increpando y humillando al jesuita Ernesto Cardenal en la pista del aeropuerto de Managua, por ser guerrillero y cura a la vez y por aquel entonces, ministro de Cultura del gobierno sandinista. 

Ver de rodillas, en silencio y cabizbajo a Ernesto Cardenal, mientras era severamente reprendido por el Papa, lo que dejaba claro era su condición de miembro de la Compañía de Jesús, de la guardia pretoriana del Papa. 

Cardenal podía ser guerrillero, vale, pero si algo prevalecía por encima de todo era ser jesuita antes que sandinista. El Papa San Juan Pablo II, aquel mismo año le prohibió entonces administrar los sacramentos y en el 2019 fue rehabilitado por el Papa Francisco, a quien maliciosamente se vinculó con los montoneros argentinos. En realidad su postura fue moderada en la búsqueda de un difícil equilibrio entre la fe y el compromiso social y sin llegar a alinearse completamente con la teología de la liberación. 

Es curiosa la coincidencia de la partida del Papa Francisco a la Eternidad y la desaparición del colegio de los jesuitas en Palma, que durante siglos fue lugar de formación de las élites políticas y ciudadanas de nuestro entorno. Tuve el privilegio de formar parte de aquellas generaciones, a pesar de mi limitada contribución a la sociedad mallorquina como periodista de base.

Me he referido a los sectores conservadores que cuestionaron a Francisco en los trece años de su papado. No tiene nada que ver con la ultraderecha, como se empeña en identificarles la izquierda. En absoluto. La defensa de los valores que siempre debieran estar presentes en la condición humana no era negociable para los llamados sectores conservadores, frente a un Papa que contribuyó a sembrar muchos equívocos alineándose, voluntariamente o no, con la Agenda 2030 y una invasión migratoria, aupada por las mafias que la hacen posible y bendecidas por oscuros foros internacionales.

El Papa Francisco probablemente no estaba en esa pomada, de manera que su defensa de la vida y honorabilidad de los inmigrantes ilegales sí podía coincidir sinceramente con su personal ideal pastoral. En cierto modo como Papa jesuita, sí regresó a la teología de la liberación, aunque prevaleciendo la fe evangélica, antes que el adoctrinamiento del materialismo histórico.

La izquierda, en cambio, aplaudía esa actitud por beneficiar a su ideal para destruir los principios que le son propios a la civilización occidental. En la práctica nocivos a los intereses de una izquierda revolucionaria y en plena deriva contra la familia, contra la vida, contra el compromiso de la fe y en definitiva, contra cualquier lealtad a los principios que nos han permitido evolucionar. Para la izquierda española, y por tanto extrema izquierda en nuestros días, el Papa Francisco ha sido providencial para reforzar el relato nefasto woke. Tantos plañideros y plañideras progres, travestidos en el luto riguroso, han escenificado miserablemente una farsa monumental. 

Providencial, por cierto, en el sentido de «un suceso casual que libra de un daño o perjuicio inminente». La RAE. Porque, el relato, estaba tan vaciado de contenidos, que la coartada del Papa Francisco les ha servido como un providencial salvavidas para reclamar su protagonismo en el presente. Y este es el gran perjuicio causado por el Papa Francisco. Tengo entendido, que ahora quieren hacerle Santo. Un Papa cautivo de la izquierda. Sería lo propio dejarle descansar de una vez en la basílica de Santa María la Mayor.

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