Biel Perelló Marimón: arte, música y negocios en Mallorca
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El padre de Biel abrió la primera galería Marimón en Can Picafort, una zona turística que a priori no parecía destinada para recibir arte de calidad. La inauguración se celebró en 1997 y diez años después, para celebrar el éxito, 22 piezas originales de Joan Miró fueron expuestas en el espacio por el que nadie apostaba, salvo el visionario ex futbolista, de origen muy humilde, que con tesón y ambición consiguió crear un sueño que todavía hoy disfruta.
Para que se hagan una idea dos patrullas de la Guardia Civil fueron las encargadas de custodiar noche y día las obras del genio catalán, que había elegido Mallorca, junto a su esposa Pilar Juncosa, para vivir y trabajar. En realidad el acontecimiento homenajeaba el éxito de la galería pero sobre todo rendía honores al genio creativo de un Miró aún hoy muy desconocido por la mayoría.
Biel es hijo de dos personajes singulares que le han hecho también singular, como referente de valores y con el privilegio añadido de poder contemplar cómo un payés ha podido crear una casa sólida, y millonaria, o al menos eso dicen, con esfuerzo y dignidad, con un coeficiente intelectual altísimo que le ha permitido hablar seis idiomas.
Para su hijo ha sido un espectáculo vivirlo en primera persona y seguir sus pasos, una responsabilidad que todavía le sorprende. Y respeta. Piensen que eran de lo más humilde del municipio de Muro y porque no pudo estudiar una carrera decidió ser futbolista. No le fue mal. Una vez acabada su carrera deportiva, con una vida plena y divertida, que imita también su hijo, a pesar de que Biel no ha pasado el hambre que agudiza el ingenio. Con 37 años el padre ya había hecho su casa, lo que le permitió comenzar su colección de arte, una pasión que disfrutaba desde la infancia.
Joan Oliver Maneu, galerista y amigo, le decía con sorna: «Biel, no te das cuenta de que los galeristas estamos para vender arte y no para comprarlo». Mallorca tiene más galerías de arte que muchos países europeos y no sólo están concentradas en Palma, aunque sea sin duda la capital balear el epicentro de un movimiento cultural que iniciaron grandes hombres como Pep Pinya y su Pelaires. Podría declinar una lista interminable pero el espacio manda. Mallorca sin arte no existe, no es la isla mágica que enamora y enamoró a Sorolla, Anglada Camarasa, Tito Cittadini, o que creó a monstruos como Dionís Bennassar.
Me paro porque he de seguir con Biel Perelló, hijo de María Magdalena Marimón, la conciencia de la familia, la madre del cisne de hoy, por cierto, casado con la periodista Elena Taberner, con la que tiene un hijo y espera otro para dentro de unos meses. Elena hoy ocupa un puesto importante en el Consell de Mallorca. Es una apasionada de la profesión periodística, otro cisne luchador que consolida su casa a base de criterio. Biel y Elena están en época de cambios, al borde de un nuevo precipicio, que es ser padres de nuevo y seguir trabajando, en la brecha, sin quejas, sin excusas. Un comportamiento muy mallorquín que ha fomentado la madre de Biel con su sabiduría, gracias a su cordura, a la paz que crea en el hogar.
Las madres mallorquinas mandan mucho, somos un matriarcado y me temo que lo seguiremos siendo. Emocionalmente ha ayudado a la familia a superar baches económicos durante las crisis últimas que afectaron las ventas un 80%. Hubo que apretarse el cinturón. No pasó nada, vivieron traiciones y siguieron adelante. Biel es atractivo, sexy, un comunicador nato y sin embargo intenta mostrar una humildad que no necesita justificar. Ha tenido la valentía de seguir el negocio familiar, pero en Palma, algo que se gestó durante la pandemia y hoy ya es una realidad que congrega a todo el que tiene algo que decir en la sociedad mallorquina. En torno a ese espacio se congrega el poder y la humildad y pobreza de muchos artistas que siguen luchando con molinos de viento para defender su arte.
Nuestro protagonista se dedicó a poner orden en el patrimonio familiar y la galería ha pasado a ser un hobby que les encanta, pero sin la administración del patrimonio otro gallo hubiera cantado. Y aquí damos un gran salto al pasado, pues la verdadera pasión del cisne de hoy ha sido desde siempre la música, a la que llegó porque era un muy mal futbolista. Sus padres decidieron que tenía que hacer algo y nuestro personaje decidió elegir el instrumento más difícil de tocar pensando que de esta manera se libraría de las horas de estudio y de la disciplina que imponía el Conservatorio. Eligió el trombón de varas, un instrumento que le llevó muy joven al éxito, pero que le hizo estudiar ocho horas diarias durante muchos años de su vida. Ese esfuerzo le llevó a lugares mágicos que pocos han conseguido alcanzar, a vivir experiencias únicas que le han marcado de por vida.
Actuar frente a 20.000 personas en el Palau Sant Jordi, con El canto del Loco, Roxette, Amaia Montero, etc. Vivir esa experiencia, la del público laureándole, es lo más sensacional que le ha pasado. Fue su época del Biel Rock&Roll Star. Y la vivió desde la inconsciencia, dejándose llevar, viviendo la soledad de la habitación del hotel tras el subidón de adrenalina que había vivido sobre el escenario poco antes. Con la música ha conocido lo mejor de esta vida de músico que recorre el país sin saber dónde está realmente y lo peor de esta vida con la que tantos sueñan. Su trabajo llegó a ser eso, un trabajo que exigía responsabilidad, un trabajo cuadriculado y común, donde conoció a gente extraordinaria. A la pregunta de qué es lo peor de esta vida de músico en la carretera, responde: «Todo lo que no quiero para mis hijos».
37 años dan para mucho y es difícil resumirlo en un retrato social. Se habrán dado cuenta de que no estamos ante un ser normal y corriente. Dejó los escenarios cuando se dio cuenta de que con el trombón de varas ya no podía llegar más arriba o no estaba dispuesto a más sacrificios. Tras un periodo de calma relativa, o sea, nada de calma, apareció en su vida el amor y el conquistador nato cayó rendido ante una mujer valiente, comprometida, la rubia, sa rossa como la llama. Se casaron en una boda de cuento, mega cool y divertida en la possessió de la familia de la novia, un lugar mágico de nombre premonitorio, Son Alegre. Fue un gran día, un gran momento de vida y compromiso, con el que ha creado su propia familia, que pasa por delante de todo lo demás.
Fíjense en el carácter de nuestro protagonista, invitado el pasado verano con su esposa a la recepción de los Reyes en Marivent. Don Felipe se interesó por su hijo y al saber que había nacido durante el covid mucho más, preguntando sin parar sobre las circunstancias especiales que habían rodeado el parto. En un momento dado, le dijo al Rey: «Majestad, después del nacimiento de mi hijo conocerle ha sido el mayor privilegio». En ese momento, el cerebrito del que les hablo, se dio cuenta de que estaba ante un hombre que iba cinco segundos por delante, que era más rápido que la media. Quería sorprenderle, soltándole: «Majestad, ya que se preocupa tanto por mi hijo, quizás le gustaría ser el padrino de bautismo». Don Felipe se puso a reír, le abrazó, la seguridad se movilizó sin saber exactamente a qué se debía aquel escándalo inesperado. El Rey le contestó: «Biel, tengo 18 ahijados, de los cuales dos ya tienen hijos». Y nuestro cisne de hoy, de cerebro rápido como una centella, le contestó: «Majestad, ¿esto significa sí o no?». La respuesta, en otro capítulo.
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