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Alimentación y piel

Cuando decimos “somos lo que comemos” también estamos hablando de la piel, que es el órgano más grande del cuerpo. De esta forma, los alimentos y las grasas procesadas y los azúcares refinados son perjudiciales para nuestra piel. Especialmente para las personas que tienen la piel grasa o con tendencia acnéica, quienes tendrán que tener un mayor cuidado con los alimentos grasos, los lácteos y también con el chocolate.

Estos alimentos nocivos para la piel, desestabilizan el perfil lipídico del estrato córneo (la capa más superficial de la piel), generando más grasa, lo que afecta a la calidad de la piel y a los famosos poros.

Por otra parte, una alimentación deficitaria en vitaminas y pobre en frutas y verduras hace que la piel esté menos hidratada, empeorando la epidermis, que al verse deshidratada será más sensible a la aparición de las arrugas provocadas por la gestualización. Además, un tejido falto de agua hará que la piel está más delgada y flácida. Además, si en la dieta no se incluyen las suficientes proteínas de alto valor biológico (como las legumbres) la piel tendrá un déficit de colágeno con el consiguiente adelgazamiento y empeoramiento de la piel.

Además, hay que tener en cuenta el hecho de que una persona tenga una piel reactiva, que es aquella que está muy deshidratada y responde de manera exacerbada a cualquier agresión externa, como por ejemplo son los cambios bruscos de temperatura. Si hablamos de una piel sensible con componente genérico, estamos ante una piel delicada que debe ser cuidada con cosméticos específicos. Sin embargo, tener una piel reactiva puede ser un hecho temporal debido tanto a una mala hidratación como a una mala alimentación. El problema es cuando ésta se cronifica, ya que pueden romperse capilares y acabar dándose una cuperosis.

Una mala alimentación también es un factor a la hora de aparición de acné. Pueden provocar comedones, milliums y un acné más severo (si ya se padece esta patología dermatológica). En todos estos casos, debemos cuidarla dieta reduciendo los alimentos grasos y manteniendo una higiene diaria con productos específicos para pieles grasas.

En cuanto al cabello, una alimentación inadecuada también puede hacer que se reactive una pérdida de cabello. Si este problema se alarga en el tiempo, el folículo piloso puede llegar a cicatrizar y se producirá una caída del cabello irreversible. Por eso es fundamental que nuestra alimentación sea la correcta cuando se estén realizando tratamientos capilares, ya sean orales o tópicos. En casos de anemia y donde existe un déficit de hierro, así como de macronutrientes como el magnesio y otros minerales, la caída del cabello puede ser mayor. En todos estos casos, se debe acudir al especialista en
dermatología capilar para que, tras un estudio en profundidad, vea dónde está el origen de la pérdida de cabello y tratar la pérdida desde el origen.

Una alimentación sana y equilibrada puede contribuir a que todos los problemas relacionados con la piel y el cabello mejoren, pero la genética, las hormonas y el estrés también son componentes a tener muy en cuenta.

Entonces, ¿qué alimentos son los más beneficiosos para la piel? Serán aquellos ricos en agua y electrolitos, vitaminas y antioxidantes (polifenoles, resveratrol) y ácidos grasos poliinsaturados. Es decir, frutos rojos, pescados azules, verduras ricas en ácido fólico y fibra, así como en Omega 3 DHA EPA y las algas, con ejemplo de estos alimentos. Consiguen dar luminosidad, jugosidad, elasticidad (evitando las arrugas), atrapan los radicales libres y el estrés oxidativo (responsables del envejecimiento prematuro).

Dra. Marta Hermosín. Médico especialista en nutrición y dermocosmética del Instituto de Dermatología Integral.