ZP: golpe en 2004, golpe en 2024

Zapatero

Zapatero, convertido ahora en correveidile y pregonero de Sánchez, llegó al poder en 2004 tras un atentado terrorista perpetrado por unos asesinos y concebido en buena parte para expulsar al PP del poder. Aquello fue una suerte de golpe de Estado. Veinte años más tarde, patrocina con su predecesor en la fechoría socialista, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, otro golpe de Estado. Aquel 2004 fue con bombas y muertos y hoy es partido a partido, cosita a cosita, para que el personal, si se va enterando, algo dudoso, por cierto, lo admita como irremediable, no lo perciba como lo que es: un atentado histórico contra un Estado democrático.

O sea, un golpe de Estado en toda regla, se pongan como se pongan los tontilocos exquisitos que siempre van justificando el «no será para tanto», sobre todo, para encubrir su cobardía, en el peor de los casos, o su pereza, en el mejor. Claro que, si atribuimos alguna responsabilidad a los actuales gobernantes en la eclosión homicida de 2024, con toda seguridad que seremos tildados de estas dos cosas: conspiranoicos, eso es lo más leve, o de fascistas, ese es el insulto que no se les cae de la boca a estos sujetos.

Pero la verdad es ésta: aquella gran tragedia de Madrid está por aclarar, muy pocos de los que se dicen analistas, investigadores o presuntos historiadores se han dignado a responder, de entonces a la fecha, a esta pregunta clásica y elemental: ¿a quién benefició aquello? Contaré un sucedido real: siendo este firmante director de La Gaceta decente, recibí, tras la recomendación de un agente del CNI conocido, la visita de un colega del recomendante, marroquí de filiación, que llenó mi mesa de carnés de pertenencia a diferentes servicios del Estado alauita y de mapas y documentos sobre lo que él llamó en un español muy risible, la verdad, «la cosa de Madrid». La «cosa» era la crónica anticipada de lo ocurrido con las bombas de Atocha. Quince días -me dijo- estuvieron en Madrid preparando el suceso. Todo muy pormenorizado pero, por no hacer largo el relato, le pedí personalmente una declaración precisa de sus jefes o la utilización periodística de sus documentos. Quedó en preguntar a sus superiores y en dar una respuesta. Pasaron diez días y no la hubo, así que pregunté a mi contacto en el CNI: «Le hemos perdido la pista».

Con el PP de entonces consulté el episodio y su responsable de Justicia, Federico Trillo, me contestó: «Mejor dejarlo como está». Lo cierto es que los pocos que no queríamos precisamente «dejarlo como está», no recibimos apoyo alguno; es más, el nuevo Gobierno de Zapatero logró un gran éxito intoxicando al gentío con la especie envenenada de que se sabía todo lo que se tenía que saber. La especie, todo un torpedo a la verdad, asilvestró al juez de la causa, un tal Gómez Bermúdez, hombre probo hasta el momento que, desde un esperanzador «llevaremos a todos (y todos eran todos) caminito de Jérez» evolucionó hasta un conformismo con la versión oficial que Zapatero y sus secuaces agradecieron convenientemente.

Aquel golpe, que se trató de tal, removió toda la arquitectura institucional de España que desde aquel momento ha ido volándose sin descanso. Zapatero puso la primera piedra: blanqueó desvergonzadamente a los etarras, babeó con los independentistas catalanes, barrenó las costumbres multiseculares del país y destrozó nuestra enjundia económica, lo que le valió una retirada bochornosa que aceptó con aviso de venganza. Una revancha que ahora se está tomando como brazo de las más abyectas dictaduras iberoamericanas y como compañero del psicópata (el diagnóstico no es del cronista, es de los especialistas), con el que está colaborando en la tarea de dar carpetazo a la monarquía constitucional y parlamentaria española para transformarla en una república confederal en la que ya no quedarán ni las raspas del auténtico ser nacional.

Es el segundo golpe de Zapatero, un tipo del que todos hemos hecho gracias sonriendo por su acreditada indigencia intelectual. Pero, por acudir a un ejemplo nítido, general y demostrado: no hay nada peor que un bobo con iniciativa. Ahí está la cuestión. Pero como Sánchez, a pesar de las siete decenas de asesores que posee, necesita de bastones exteriores que apoyen sus malvadas actuaciones, ha recurrido a este sujeto del que ya no se recuerda un dato estremecedor: mintió incluso sobre su propio abuelo. Es decir, Sánchez se inventó una tesis doctoral, y Zapatero, más modesto, se inventó un antecesor antifranquista. Mentira en los dos casos. Zapatero, que enjalbegó el terrorismo, ahora acude a los brazos de un sucesor que pretende convertir a criminales de la estirpe de García Gaztelu, alias Txapote, en valientes gudaris que no tuvieron otra opción que luchar, primero contra la dictadura, y después contra los invasores españoles que se negaban a someterse a sus extorsiones.

Aquella premonición de la madre de Pagazaurtundua, «haréis cosas que nos helarán la sangre», ya se ha cumplido. En cinco días, la amnistía, la ley más bochornosa que nunca haya aprobado un parlamento democrático, quedará aprobada con todas las presiones secesionistas introducidas en el texto. Los golpistas Zapatero y Sánchez han cumplido otra etapa más en su obsesión por proclamar la III República. Curiosa y penosamente, los que prevenimos este acontecer somos achacados, como en el golpe de 2004, de paranoicos o directamente fascistas. Nos tratan como individuos malvisionarios que horadan la estabilidad general del país, pero, quiéranlo o no, gota a gota, partido a partido, golpe a golpe, lo iniciado por Zapatero no se detiene, simplemente se llega a metas volantes. La próxima será el referéndum de independencia, ni siquiera de autodeterminación, que exigen los secesionistas. ¡Ah! y sólo para ellos, cosa que ya está negociando en un paquete de concesiones el bodoque felón Santos Cerdán. A Zapatero le salió bien el golpe de hace veinte años, ahora se ha tomado la revancha y, de artista invitado, está cumplimentando su deseo irrefrenable de tomarse la revancha con los «señores del puro y el bigote» que le echaron del poder. Está muy cerca, quizá, de ser nombrado, cuando la III República advenga con la atonía y la postración de los españoles, presidente del primer Parlamento del nuevo régimen. O su Padre. Nada más adecuado para su arquitectura idiopática. ¿Especulaciones sin sentido? ¿O chorradas de cantina? Al tiempo. La III república del Padre Zapatero. Y del Maestro, porque su cuerpo contiene genes masónicos.

¡Ah! El domingo, no lo olviden, todo quisque a manifestarse.

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