Opinión

La Unión Europea da la puntilla a Montesquieu

Sorprende la extrema normalidad con la que asumimos el hecho de que Theresa May se pasee por las verdaderas capitales de la UE, París y Berlín, para intentar salir del atolladero en que la tiene sumida desde hace tiempo el Brexit mientras ignora al resto de estados miembros. May no viaja a Madrid, ni a Roma, ni a Lisboa. No lo necesita, se dirá a si misma, mientras le asienten Macron y Merkel. La actual UE ha pasado a ser un gigante que dirigen los burócratas de Bruselas teledirigidos desde Francia y Alemania, mientras el resto de los países acuden como comparsas a una puesta en escena del multilateralismo donde el ciudadano de a pie no pinta nada. Ni falta que hace, se dirán los dirigentes de los 27 estados miembros con el
pretexto que supone haber creado el gran caballo de Troya a la tradicional belicosidad de los europeos.

Son los mismos que exhiben una notable falta de democracia en el funcionamiento de la UE los que alardean de dar lecciones por su presunto comportamiento poco democrático a países como Italia, Hungría, Polonia y, previsiblemente, España en el medio plazo, si siguen extendiéndose y calando las falsedades que los separatistas han vertido sobre nuestra nación en todos los rincones de este continente. Quienes intentan blanquear el golpe de estado de otoño de 2017 acontecido en Cataluña saben, si bien lo esconden, que España estuvo expuesta al mayor desafío a su propia supervivencia de las últimas décadas. Los mismos que tratan de izar la bandera de la democracia fuera de España son los que previamente dieron o apoyaron el golpe de estado en Cataluña. Puede parecer cínico, pero Europa es muy dada a ser rehén de sus dobles estándares o diferentes varas de medir. El último ejemplo lo hemos tenido estos días con Libia. Combatimos a Gadafi para instaurar el orden, pero dejamos un país sumido en el caos y abocado a una nueva guerra civil que será a buen seguro pasto de los yihadistas supervivientes del Estado Islámico que ansían vivificar el califato e instaurar la represión.

Los estrategas políticos del eje Bruselas-París-Berlín saben que más allá de su significado nominal la democracia que ellos defienden dista mucho de la que, por ejemplo, los españoles nos otorgamos en la Constitución. La democracia en la UE pasa por unas elecciones cada cinco años al Parlamento Europeo y por alejar las decisiones trascendentales de las personas para que nunca se cree un vínculo con la politeia comunitaria. Verdaderamente existe un grupo de privilegiados que decide por todos, sobre aquellos asuntos que afectan a la vida de millones de personas, sin preguntar, ni rendir cuenta alguna.

Esa es la razón por la que dichos privilegiados, mantenedores del statu quo, llevan tiempo en su particular cruzada contra los que ellos llaman populistas, pero que no son más que individuos que han decidido no comulgar con el pensamiento único u oficialista de la UE que se trata de inocular en las mentes dormidas de millones de personas y buscan reformas desde dentro. Mientras que los estados europeos son democráticos, la UE tiene mucho más de oligarquía que de verdadera representación de la voluntad popular. El último incidente se ha visto a propósito de la negociación de la nueva prórroga del Brexit. El gobierno francés no quiere que, si el Reino Unido participa en las elecciones europeas de mayo, los eurodiputados británicos puedan participar en la votación para la elección del próximo presidente de la Comisión Europea. O lo que es lo mismo, el poder ejecutivo tratando de privar de sus derechos al poder legislativo. La puntilla que faltaba por darle a Montesquieu.