Trump no puede permitirse fracasar en Ucrania
Aparentemente, la cumbre de Alaska ha pasado de éxito a sonoro fracaso en menos de una semana, un tiempo récord. Pero solo aparentemente.
Hay un aspecto, y no pequeño, en que ha resultado imprescindible, un aspecto especialmente importante para el mandatario norteamericano: ha dejado meridianamente claro dónde está cada uno, como en el final de un baile veneciano de Carnaval donde cada uno debe quitarse la máscara.
En esta revelación, a beneficio, sobre todo, del público norteamericano, ha quedado claro que Trump quiere la paz, que entiende mejor que al principio las realidades físicas del conflicto, y que tiene enfrente al Estado Profundo de su país y a los belicosos vasallos europeos, especialmente el Reino Unido.
Zelensky ha dicho no a todo: ni renunciar a la OTAN ni ceder un milímetro de territorio. Esto no lo puede decir, no se atrevería a decirlo, sin un sólido respaldo europeo. Ucrania es hace tiempo un Estado fallido, una cáscara vacía de Estado, un Estado zombi que sigue adelante porque sus socios le pagan hasta los sueldos de los funcionarios. Y, naturalmente, una corrupción que ya antes de la guerra era la mayor del Viejo Continente, de largo.
¿Qué viene ahora, entonces? La solución militar: que el resultado se solvente en el campo de batalla. Y eso puede o no ser malas noticias para Zelensky pero, desde luego, lo es para los ucranianos, que según datos del gobierno de Kiev hackeados por un equipo ruso acumularía ya 1,7 millones de bajas. ¿No nos creemos lo del hackeo? Perfecto, sabremos la verdad más adelante, con toda seguridad.
Lo que sí sabemos es lo que nos puede decir el mapa de la situación: los rusos van despacio, pero avanzan en todas partes. También sabemos que los rusos han alcanzado un nivel de producción militar que les permite continuar una guerra de desgaste que no puede perder, ni por hombres ni por armas.
En realidad, la derrota de Rusia nunca ha estado en las cartas. Rusia se planteó pronto la guerra -especialmente, después de que los occidentales obligaran a Zelensky a volverse atrás después de la paz negociada en Estambul- como un conflicto existencial: perderla es perder Rusia. Con lo que solo puede haber dos resultados: o Rusia sigue adelante hasta el colapso del Ejército ucraniano, o empieza a perder, lo que llevaría inmediatamente a una escalada nuclear.
¿Quién podría querer eso? La Unión Europea, donde todos los discursos sobre el asunto tienen un tono belicista que asusta. Otro interrogante es cómo pueden los Estados europeos llevarle la contraria al hegemón, sin el que son poco menos que nada. La respuesta es doble. Trump no ha dejado de apoyar a Ucrania, no resueltamente, y sigue jugando al despiste en ese sentido, con lo que es posible una postura decididamente proucraniana en Bruselas sin enfrentarse directamente a Washington.
Trump es solo el presidente de Estados Unidos, uno entre muchos. Ni siquiera puede volver a presentarse, y si pierde las legislativas de medio mandato -algo perfectamente posible, con el cabreo que tiene su base MAGA con sus últimos posicionamientos- será lo que allí llaman un “pato cojo”, imposibilitado de gobernar a su capricho.
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