Esclavos del Estado

Esclavos del Estado

Los economistas del régimen, que desayunan en Moncloa con la sonrisa de Calviño a un lado, las muecas de Marisú al otro y el Pravda de Oughourlian como testigo independiente de la mañana, salen en defensa de su gobierno alardeando de la creación de empleo en España, la política social que más se disputan los partidos antes, durante y después de cada matraca electoral. Hay más trabajadores ahora que cuando llegó Sánchez, gritan los escribas y escrivás de turno. La verdad es irrefutable, incluso por los pontífices de la mentira, que agotan sus días palaciegos untando de sobrasada a medios, sindicatos, colectivos afines y demás almas propicias al parné estatal. Preparémonos para meses de fecunda turra numérica a la manera favorita del Gobierno: Aló Presidente.

Es verdad que ahora hay más currantes, cerca de medio millón respecto a finales de 2019, cuando la pandemia irrumpió en nuestra vida para interrumpirla y Sánchez, para enclaustrarla. La clave no está en la cifra de ocupación, sino en el ámbito donde se crea trabajo. Más de un 55% se ha generado en el sector público y esto no se debe al mercado ni a coyunturas especiales, que me conozco a los clásicos. Subyace en esas cifras una progresiva (no confundir con progresista) política de pauperización de España, convirtiéndola en un trasunto de las naciones hispanoamericanas. Nuestros hilos con aquel continente empiezan a juntarse por algo más que aquello que unió la historia, el corazón y la corrupción. Empieza a vislumbrarse una creciente hermandad en la pobreza, cuyos filamentos no los tocan los que la provocan, sino quienes les votan por convicción u obligación.

Los datos y la realidad no engañan, por mucha percepción de gurú fabricada. Cada vez hay menos empresarios preparados para jugársela, mientras los autónomos dispuestos a la rendición crecen, superados ante el afán confiscatorio de un gobierno que vulnera con cada impuesto saqueador el artículo 31 de la Constitución. ¿Quién va a emplear en un país dónde no habrá empleadores y el único autorizado y consentido será el Estado, o sea el Gobierno, o sea, papá socialista?

Sucede que en la España feliz, sin traumas y emocionalmente sostenible que están construyendo, ni siquiera su apuesta por lo público funciona como quieren. Las reivindicaciones frente a la falta de personal y la atención deteriorada al ciudadano no dejan de aumentar, ante la inoperancia y parálisis de unos irresponsables dedicados a esconder las cifras que no le gustan: la temporalidad es la más alta de la Unión Europea, un 30%, cuatro veces más de lo que la banda de la trola se comprometió con Bruselas a mantener. Pero el feminismo barbitúrico estará feliz. Ya veo en lontananza el mantra: trabajamos para que las mujeres trabajen. Obviarán que ese aumento en la Administración es por méritos propios y no como personal de confianza, donde el gobierno feminista se ha dedicado a enchufar masculinidades. No conviene destapar misandrias en chiringuito ajeno.

La izquierda, sin Estado, no es nada. Toda su ingeniería nace, se reproduce y transforma mediante el control de los aparatos educativos, mediáticos y sociales que emanan del poder y sus instancias afines. Una autocracia como la actual, implantada ya en lo moral, no puede prosperar sin haber engordado antes a Leviatán. Que el conjunto de la ciudadanía trabaje o dependa del Gobierno para vivir o comer es el estadio onírico final de cualquier aspirante a dictador.

Y una sociedad empieza su destrucción cuando admite que la pirámide laboral inicie su irreversible transformación. Que se esté batiendo el récord de empleo público en España no es una buena noticia, aunque la propaganda autócrata diga lo contrario. No lo es cuando soporta ese crecimiento el sector privado, de cuya salud financiera dependen las estructuras del Estado. Pero Sánchez y Díaz, los Pimpinela bolivarianos, buscan un pueblo sometido al escrutinio del ordenante. El socialismo que profesan, ruinoso en la gestión y totalitario en el gobierno, pretende una España de mantenidos y subsidiados, dependientes y fabricantes de ubre estatal. Buscan desactivar la crítica hacia el poder, el pensamiento no obediente al carné que le busca curro (condicionado al voto) y la lealtad sumisa al partido que les dice que lo hacen por su bien. La dependencia obligada al Estado es la esclavitud permanente de nuestro tiempo. Y en ello estamos.

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