Todo alrededor de Sánchez corrupto hasta las cachas y el jefe, limpio

A las 17:38 horas apareció vestido de negro riguroso, compungido, con la claque periodística elegida, pidiendo perdón durante tres veces y sin poder resistirse a lo que más domina: la mentira.

¡Gran actor! Melifluo y putapénico, recorriendo al factor humano.
¿Alguien se puede creer que no sabía nada los trinques de Cerdán? ¡Por favor! Dice que se enteró en la mañana del jueves, cuando a primera hora del miércoles ya se negó a saludar al ahora sacrificado navarro. Y, antes, ya le sucedió con Ábalos, le está sucediendo ahora mismo con su hermano y con su propia esposa.

¡Estuve a punto de coger una sábana para limpiar mis lágrimas! ¡Qué farsante! ¡Qué inmenso farsante! Pide perdón. ¿Si no sabías nada, por qué pides perdón? Recodar que Esperanza Aguirre cuando pillaron a sus dos vicepresidentes con la mano en la caja, dimitió sin zarandajas. In vigilando.

Sánchez sabe perfectamente que más pronto que tarde le llegará su hora. Por esto y otras muchas cosas, entre ellas, el destroce de la democracia que los españoles se habían dotado hace ya medio siglo. Su comparecencia en forma de paripé ha puesto también sobre la mesa otro asunto: estamos en presencia de un tipo de mucho cuidado, capaz de recurrir a todo con tal de seguir durmiendo en Moncloa. Si es que no está algo tocado del ala…

Sánchez conocía todo el detritus amarillo que, durante siete años, se ha ido acumulando a su alrededor. Todo. Conozco demasiado bien al personaje para comprar a pie juntillas la escenificación vespertina del pasado jueves del esposo de Begoña Gómez.

Nadie se cree que pueda llegar a julio del 2027 como presidente del Gobierno. Entre otras cosas porque ya tiene muy poco que ofrecer a sus avaros socios. Sánchez le dije a Mariano Rajoy cuando la moción de censura triunfante (1 junio 2018) que su sola presencia en el poder debilitaba a España y la democracia.

Premonitorio. Se está refiriendo a él mismo…

Han pasado siete años.