El teoterrorismo y el atentado contra Salman Rushdie
El escritor nacido en Mumbai Salman Rushdie ha estado a punto de perder la vida a manos de un asesino de 24 años nacido en EEUU y de familia chiíta libanesa. Aunque el gobierno estadounidense no ha querido aún establecer conexiones, sus redes sociales están plagadas de referencias de apoyo a la causa revolucionaria jomeinista.
Por parte de Irán, país cuyo clero fundamentalista fue el responsable de la fatwa o edicto mortal contra Rushdie, no se ha condenado el atentado. En los últimos días, la prensa oficialista iraní y sus élites políticas a través del Ministro de Asuntos Exteriores, Nasser Kanaani, responsabilizan al propio escritor indio del ataque sufrido. «Rushdie provocó la ira pública al insultar el sagrado islam y a 1.500 millones de musulmanes. Creemos que los insultos proferidos y el apoyo que él recibió fueron un insulto contra los seguidores de todas las religiones», dijo el hombre sin empacho.
El profesor Cliteur, autor del libro Esperanto moral, lleva años advirtiendo de lo que llama «teoterrorismo» y del daño que causa a una sociedad abierta del siglo XXI. Es importante recordar que la libertad religiosa, incluyendo la libertad para cambiar las creencias o convertirse en un no creyente, está reconocida explícitamente en los tratados internacionales de derechos humanos (Art. 18 de la Declaración universal de derechos humanos). Y también es política europea oficial (Artículo 9 de la Carta europea de derechos humanos).
El «teoterrorismo» permite a los individuos, no sólo a los estados, perpetrar un tipo de violencia cuya puerta abrió por primera vez la fatwa proclamada por el ayatolá Jomeini en 1981. Para Cliteur implica un proceso moderno de «toma de rehenes» muy eficaz que posee características básicas:
- No requiere acciones costosas y complicadas en países extranjeros, como capturar y mantener a una persona secuestrada.
- Posee una gran capacidad para aterrorizar a las personas señaladas.
- Resulta muy humillante para los países, especialmente países europeos como Gran Bretaña, Francia o Dinamarca, donde se hace más y más difícil mantener el orden y la paz, y proteger a los individuos de daños y coerción externa.
- Es más sencillo «estimular un debate confusionista dentro de los países europeos sobre los fundamentos en los que descansan estos mismos países».
No cabe duda de que este miedo es efectivo y coarta la libertad, no sólo de expresión, sino de pensamiento en nuestra parte de mundo. El reciente atentado refuerza un terror que aún está muy caliente, pues no están tan lejos la matanza de Atocha, la masacre de Charlie Hebdo, los ataques de París o los de Bruselas. Obliga a que la gente adopte actitudes morales limitadas por la corrección política y el miedo. Su mejor instrumento es tácito pues vemos que las víctimas de una fatwa nunca llegan a saber cuando termina el proceso, y lo sucedido a Rushdie es un ejemplo demoledor.
La lucha por los valores universalistas es fundamental aquí y en otras partes del mundo. Muchos no creyentes, librepensadores y ateos de origen musulmán aún son arrestados, castigados y sentenciados a muerte en lugares como Egipto, Arabia Saudí o Irán. Incluso en Europa la crítica de la religión es cada vez más difícil, pues se equipara por algunos con la intolerancia hacia las minorías islámicas. Efectivamente, los defensores occidentales del multiculturalismo relativista y de la «política de la identidad» cancelan actos públicos e intimidan a los disidentes. Existe una alianza entre islamistas y radicales de izquierdas en universidades como la de Goldsmith, donde la sociedad LGTB llegó a firmar una declaración de solidaridad con el presidente de la Sociedad Islámica.
El escritor Kenan Malik, también de origen indio, dice: «No está en nuestras manos que Salman Rushdie se recupere de este terrible ataque. Solo podemos desearlo. Si podemos defender la postura de decir lo indecible, cuestionar los límites impuestos tanto por los racistas como por los fanáticos de la religión; no hacerlo sería una traición». Ambos saben de qué hablan.