Opinión

El sometimiento de la actividad económica por el Gobierno

Mónica García, ministra de Sanidad, acaba de proponer a las comunidades autónomas el retorno de la obligación de llevar mascarillas en hospitales, centros de salud, residencias y farmacias, entre otros lugares, así como apostar por la autobaja de tres días para que los centros de salud no colapsen mientras dure el pico de gripe. Por su parte, algunos médicos recomiendan que niños con síntomas gripales o catarrales no vayan al colegio.

Una vez más, el intervencionismo trata de arrinconar la libertad individual y, con ello, atacar a la actividad económica, pues las restricciones no salen gratis, como bien hemos visto, ya que el hundimiento económico que provocaron los gobiernos en 2020 ha costado, en el caso español, muchos cientos de miles de millones de euros en déficit y, por tanto, deuda.

En lugar de imponer la obligación de la mascarilla, que la use quien la requiera y desee. Ahora el motivo que esgrimen ya no es específicamente por el coronavirus, sino por la gripe o los catarros. Toda la vida los ha habido y no se ha producido tal ataque a la libertad de las personas. Una vez que creyeron domesticar a los ciudadanos con esa obligación, ahora la resucitarán cada vez que necesiten difuminar otra cosa -como que, por ejemplo, pueden perder los 10.000 millones del siguiente desembolso de los fondos de la UE- o castigar a alguna región, como Madrid, por no seguir las medidas económicas que le gustaría al Gobierno.

Del mismo modo, el que se recomiende que los niños no vayan al colegio si tienen síntomas gripales o catarrales es algo que es redundante, pues cualquier padre, si ve que su hijo está enfermo, no lo lleva a clase. Y en cuanto a las autobajas, pueden generar un incentivo perverso al absentismo laboral, explotando la picaresca. Muchas personas estarán realmente enfermas, pero otras puede que las empleen de manera no ortodoxa, elemento que hará crecer los costes laborales de las empresas, mermando sus márgenes, poniendo en peligro su continuidad e impulsando hacia arriba los precios de los productos y servicios, que provocará un incremento de la pérdida de poder adquisitivo de las personas, ya muy mermado.

La vida y la economía tienen que seguir. No se puede hacer un mundo de cada cosa que pasa. Desgraciadamente, hay enfermedades y algunas provocan fallecimientos. Hay que tratar de evitarlos, pero una cosa es eso y otra intervenir la economía y la vida de las personas. No podemos volver a cometer los mismos errores que en 2020, donde la economía descendió más de diez puntos en términos constantes, quedando muy maltrecha su estructura, que se ha sujetado sólo gracias al incremento exponencial de gasto, déficit y deuda.

Este Gobierno todo lo arregla interviniendo: si hay gripe, restricciones; si hay movimiento en los mercados, entra en el capital de las empresas; si no le gusta que una región baje impuestos, crea uno idéntico para imponerlo. Mientras tanto, toda la actividad económica está prendida con alfileres, pues desde aquel año -2020- se mató a gran parte de la estructura productiva privada, que es la que puede asegurar una economía sostenible por sí misma, no sostenida artificialmente por el gasto público. De esta medida de las mascarillas a que nos quieran volver a imponer restricciones de movimientos hay un paso, que es el que dista entre la prosperidad y la libertad, por un lado, y la pobreza y el sometimiento, por otro.