Los sindicatos son tigres de papel
¿Han oído o leído que el tal Pepe Álvarez o el otro quídam Sordo hayan dimitido tras el sonoro fracaso de su convocatoria contra el Partido Popular? No. Están felices disfrutando de sus mamandurrias varias al frente de UGT y CCOO, abrevando en el panal que el Gobierno sanchista pone en sus boquitas masticadas.
Lo ocurrido el pasado domingo, con menos manifestantes a sus protestas que agentes «liberados», demuestra que se trata de organizaciones desfasadas, antiguas, ancladas en el viejo sindicalismo que no representan (ni entienden) a los trabajadores por cuenta ajena; actúan como meras correas de transmisión de esos partidos políticos que desde el poder les inyectan millones de euros que en determinados casos son pura corrupción, como se ha podido comprobar recientemente con duras sentencias judiciales.
Los sindicatos eran tabú al inicio de la Transición hasta convertirse en patéticos comegambas, en expresión acuñada por el propio pueblo llano. La señora Díaz, no digamos Sánchez, les utiliza a su antojo; eso sí, tras duplicarles las subvenciones con dinero que no es del Gobierno, sino de los contribuyentes.
Álvarez dice que en España «hay mucho dinero, pero mal repartido». Podría empezar por dar ejemplo. Primero, que explique sus ingresos y su patrimonio inmobiliario o que reparta el sueldo que cobró (o cobra) de Endesa Cataluña y en concepto de qué. Tampoco se conoce el sueldo de Sordo. ¿Algo que ocultar?
El pinchazo del pasado domingo, algo clamoroso e histórico, marca un antes y un después en la historia del sindicalismo español. Tendrán que ser llevados a la modernidad arrastras. ¿Alguien puede temer sus patéticas amenazas constantes? Ni Sánchez se los toma en serio…
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