Opinión

Por siete votos

  • Xavier Rius
  • Periodista y cofundador del diario E-notícies. He sido redactor en La Vanguardia y jefe de sección del diario El Mundo. Escribo sobre política catalana.

El primer pleno del Parlament de la nueva legislatura ha confirmado lo que todos sabíamos: que la amnistía no fue por la convivencia, sino por siete votos. Para continuar en La Moncloa.

Nada más empezar, el presidente de la Mesa de edad, Agustí Colomines, de Junts, aprovechó la ocasión para hacer un mitin político. Empezó hablando de «dictaduras» y dando lecciones de democracia. Acusó a los jueces de haber dado un «golpe judicial» -eso sí: citando a Kelsen- y aseguró que la ausencia de Carles Puigdemont, Lluís Puig y Ruben Wagensberg era una auténtica «anomalía».

Éste último es aquel diputado de ERC que se largó a Suiza con las primeras investigaciones sobre el Tsunami. Eso sí: sin renunciar al sueldo.

No me gusta contar batallitas personales, pero hace años el propio Colomines me llamó «facha» en los mismos pasillos del Parlament que ahora presidía por cuestiones de edad.

Entonces era director de la Escuela de Administración Pública de la Generalitat -lo acabaron cesando con el 155-, de manera que ahora entiendo la profusión de lazos amarillos en edificios oficiales.

De profesión historiador, demuestra de paso cómo algunos han puesto la historia al servicio de la política. Empezó en Bandera Roja y algo se le ha quedado, porque durante su efímera presidencia puso reparos a dar la palabra tanto a PP como a Vox. Incluso por cuestiones de orden, como establece el reglamento.

Alejandro Fernández tuvo que recordarle que «el único mérito que atesora para estar hoy ahí es el absolutamente aleatorio de ser la persona de mayor edad de los 135 diputados que estamos aquí».

El cargo a Agustí Colomines, a pesar de su aureola intelectual, le venía grande. Ni que fuera por unas horas. En la segunda votación de Josep Rull, cuando ya sólo se precisaba mayoría simple, tuvieron que hacerle señales desde los bancos de Junts -concretamente la anterior presidenta, Anna Erra- para indicarle que ya estaba, que ya no se precisaban más votaciones.

Antes, él y Mar Besses -de las juventudes de Esquerra- desobedecieron por primera vez al Tribunal Constitucional. Aceptaron el voto telemático de Carles Puigdemont y Lluís Puig, en contra del criterio del TC. La Corte de Garantías anuló la semana pasada, en una sentencia aprobada por unanimidad, la posibilidad del voto telemático, reservado sólo a mujeres embarazadas y a diputados con una enfermedad de larga duración.

El líder del PP catalán anunció un recurso de amparo, mientras que Joan Garriga, de Vox, habló de una querella por prevaricación y desobediencia. A lo mejor, con suerte, vemos las dos carreras parlamentarias más cortas de esta legislatura. El delito de prevaricación está penado con una inhabilitación de entre nueve y quince años.

Para terminar, como han continuado dando por saco, a pesar de la amnistía, basta repescar también el discurso de Josep Rull. Que conste que el nuevo presidente de la cámara hizo repetidas llamadas al consenso. «La base del Parlament es el acuerdo, el pacto, el consenso», afirmó. Hasta se propuso llegar a «acuerdos» y ser respetuosos con «las discrepancias». Al menos, como Carme Forcadell, tampoco acabó su discurso con un «visca Catalunya lliure», sino simplemente con un «muchas gracias».

Pero la primera muestra de consenso ha sido el pasteleo entre socialistas e independentistas, que se han repartido todos los cargos de la Mesa. Hasta han dejado fuera el PP, a pesar de tener quince diputados.

Que no le hagan un Benach a Salvador Illa. En el año 2003, en plenas negociaciones para hacer a Artur Mas presidente, CiU votó al dirigente de ERC como muestra de buena voluntad. Esquerra le devolvió el favor pactando luego con el PSC el primer tripartito. Mas tuvo que esperar siete años de travesía en el desierto para llegar a la presidencia.

Favor por favor. La verdad es que Rull no podría haber llegado a diputado y, por tanto, a presidente si Sánchez no hubiera derogado el delito de sedición. Aunque ya se sabe que, en política, los favores nunca se pagan.

Cuando el nuevo presidente del Parlament, de 55 años de edad, salió fuera para pasar revista a la guardia de honor de los Mossosespardenyes en los pies y fusil máuser en las manos-, no había nadie fuera, excepto diputados de Junts para arroparle, algún curioso y unos turistas japoneses. Ni una triste estelada. Los tiempos han cambiado.