Si no les gusta mi pacto con C’s… tengo otros

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Pedro Sánchez quiere la abstención de C's en la investidura

Los 101 minutos del primer acto de investidura han dejado claro que nadie tiene más ganas de que Pedro Sánchez sea presidente que el propio Pedro Sánchez. Para tratar de conseguirlo está dispuesto a seguir como un devoto la manida sentencia —pero más actual que nunca— que hiciera célebre Groucho Marx: «Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros». Así lo ha demostrado este martes a través de una alocución que, por su laxitud, parecía el discurso de un aspirante a entrar en la Academia de Ciencias Morales y Políticas más que la propuesta de un potencial presidente del Gobierno para hacerse con las riendas del país de cara a los próximos cuatro años. Tanto ha querido generalizar en su propósito de ganar nuevos adeptos que, lejos de conseguir un consenso general, ha terminado por enfadarlos a todos.

El secretario general del PSOE ha querido ganarse en primer lugar a Podemos al proponer mayor gasto público en base a una subida de impuestos. Una receta que le haría un flaco favor a la economía en España, que ha registrado una fuga de capitales de 19.000 millones de euros durante el pasado mes de diciembre a causa de la incertidumbre política. Sánchez también ha ofrecido a Pablo Iglesias «un cambio radical en la política de refugiados del actual Gobierno». No obstante, el cortejo ha sido interruptus para no despegarse en exceso de Ciudadanos, único partido que le ha asegurado su apoyo hasta el momento. Según Albert Rivera, si socialistas y podemitas alcanzaran un acuerdo, su partido pasaría directamente a la oposición. Algo que parece bastante difícil si atendemos a la minirreforma laboral que ha acordado el propio Rivera con Pedro Sánchez y que el líder de Podemos ha calificado como «más de lo mismo».

Un Pedro Sánchez que también ha querido congraciarse con su partido al ‘olvidar’ la necesaria y cuantiosa supresión de las diputaciones. Un ‘despiste’ a modo de bálsamo para nombres fuertes como Susana Díaz, Fernández Vara o García-Page, que tienen en estas instituciones una manera de colocar a un importante número de militantes en las zonas rurales. Esta ambigüedad en el discurso no habrá sentado nada bien a Rivera, ya que era un aspecto que había mostrado como un logro de su partido en las negociaciones con los socialistas. Al respecto del PP, Sánchez los ha colocado en el papel de claros antagonistas dentro de la trama de su discurso y se ha mostrado contrario a cualquier tipo de pacto con ellos desde el inicio de su intervención.

Una táctica con la que trata de perfilar dos bloques muy diferenciados: por un lado, todas aquellas formaciones que, según él, piensen «en el bien general de España» y que se unan a la causa de su Presidencia «progresista»; del otro, aquellos que rechacen su oferta y que pasarían a integrar el bando del «no» junto a su némesis, Mariano Rajoy. Un planteamiento con el que intenta ofrecer una imagen distante al respecto del «anacrónico» bipartidismo y que, al mismo tiempo, pone a Podemos en la tesitura de apoyar su investidura o pasar automáticamente a la acera del PP. Una excusa recurrente en caso de no obtener su propósito presidencial y que, además, se convertiría en munición argumental de cara a una más que probable nueva campaña electoral con las elecciones de junio en el horizonte.

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