La semana de la República
Porque, verán, la II República Española nació en la tarde del 12 de abril de 1931, o sea, este sábado hará 94 años. En aquella fecha una buena parte de los complotados de la oposición al Rey, esperaban ansiosos en una Casa del Pueblo socialista el resultado de las estúpidas elecciones municipales que había convocado, contra todas las luces de la razón, el último presidente de la Monarquía ya agonizante, el desdichado almirante Aznar. Allí, en la Casa del Pueblo socialista sin Julián Besteiro por cierto, algunos miembros del Comité de Dirección elegido en el Pacto de San Sebastián, agosto de 1930, permanecían atónitos, asombrados, ante los comunicados que les transmitían sus leales de la periferia, tantas eran las buenas noticias para ellos de la España urbana que uno de los más activos miembros del Comité se atrevió proclamar anticipadamente: «Las grandes capitales son nuestras». Más cautelosos, sus colegas de Revolución señalaban que una cosa era la España cultivada y otra la rural, como así fue al final. Ya pasados los años, cuando Maura presentó su libro en Madrid Así cayó Alfonso XIII, corría el año 1962, se le escuchó decir: «Realmente nos regalaron el poder». Pero añadió sugestivamente para quien quisiera oírle: «Pero sepan que cuando los socialistas llegan al Gobierno se quedan para siempre». Parece que fue hoy, ¿verdad? Maura entonces acertaba: los republicanos ganaron en efecto los grandes núcleos de población y la victoria en los pueblos de las derechas, más o menos monárquicas, no les sirvió de nada.
Así empezó la República de un modo similar a la circunstancia que en estos tiempos ha llevado a La Moncloa a Pedro Sánchez: perdiendo las elecciones, pero ganando la primogenitura del poder gracias a una coyunda social-republicana en la que sólo habitaban tres o cuatro personajes medianamente aceptables: Azaña, Indalecio Prieto, Lerroux y Maura, un tipo este caballeroso que se pasó al bando republicano no sin antes irse a despedir del Rey, en una actuación insólita que ahora resultaría francamente atrabiliaria. No cito a Manuel Azaña, tan festejado en estos momentos, porque andaba escondido desde que los integrantes de la coalición fueron detenidos en diciembre del 30 acusados de alterar el orden constitucional. Tenían preparado el asalto a las instituciones para el día 15, pero antes fueron apresados, ingresados en la Cárcel Modelo de Madrid, y allí vivieron unos en unos habitáculos que los presos comunes denominaba «celdas de pago», ya se imaginarán por qué. En este centro recibieron al encargado por don Alfonso XIII de cumplir con la última de prorrogar su régimen. En la prisión apareció el voluntarioso Sánchez Guerra, que les propuso nada menos que entrar en el Gobierno, Alcalá Zamora le respondió que «lo tenemos que pensar», pero Maura, le echó con cajas destempladas. Por entones los conservadores, liberales, nacionalistas moderados, agrarios y católicos de toda condición estaban divididos y así se presentaron a las elecciones constituyentes convocadas por el Gobierno provisional. El sistema propuesto, un mayoritario recortado con pequeños arreglos, dio la victoria a los socialistas (115 escaños) que, a la sazón sin embargo, estaban partidos en dos facciones luego irreconciliables: los «prietistas», don Indalecio, ministro de Hacienda porque, según propia aclaración. «nadie quiso ocupar esta Cartera», y los «largocaballeristas», Largo Caballero, un estucador de oficio que había sido colaborador de la Dictadura de Primo de Rivera, en calidad de consejero de Estado.
Brevemente, esta es la historia pequeña de una España, la de 1931, que, como dijo el depauperado almirante Aznar «se acostó monárquica y se levantó republicana», justo como se hacen las cosas en este país: de pronto e improvisadamente. Ahora, los elegíacos voceros que cantan las glorias de aquel desastre republicano, mantienen, gracias a los textos de los hispanistas de izquerda, Jackson, Preston… ¡qué decir de Tuñón de Lara! Que nada se había dejado al buen tuntún, que la llegada de aquella República fue un trabajo casi de orfebrería política e institucional en el que las fuerzas progresistas habían decidido liquidar un régimen claramente culpable de los años de Dictadura.
Todo eso -lo saben los cantores mentirosos como Pedro Sánchez- es un enorme embuste-, unos se dejaron casi alevosamente ganar, y los otros se aprovecharon de tanta pusilanimidad. También, y para mantener la ficción de una República de todos los españoles, un quinquenio sublime, se refugian en la definición que hizo de ella su presidente Alcalá Zamora: «gubernativa y conservadora». ¡Pobre don Niceto que nunca se enteró de nada! Al mes de la entronización republicana, ardieron en Madrid no menos de veinte iglesias y no sé cuántos conventos, también se causaron muertos de una u otra facción. Desde entonces, el caos se instaló en nuestras plazas, tanto que Maura tuvo que dimitir en 1933 como ministro de la Gobernación; puso como reparo su actitud contraria a ciertos artículos de la Constitución contrarios a su fe religiosa, pero la verdad fue otra: el orden público se le fue de las manos.
La paz y la concordia duró dos días en la nueva España de los regeneradores de la política. Se redactó, es cierto, una Constitución que encerraba proclamaciones, por ejemplo a la «integridad» de España, pero los gobiernos del Frente Popular, remedo y embrión del que preside en este momento Pedro Sánchez, polarizaron la vida nacional hasta conducirla a la catástrofe civil del 36. Sánchez y sus mamporreros están levantando a Franco de su tumba para hacerle jefe y promotor de aquel drama. Dígase esto, sin embargo: Franco fue el último general (lo cuenta muy bien el periodista Botín) que se sumó al Alzamiento militar. En noviembre del año 30 algunos compañeros de filas le pidieron encabezar la rebeldía, pero él, tras consultar con Millán-Astray y el propio Emilio Mola, después el «Conductor», él se negó a hacerlo, ni siquiera cayó en la temeridad de entrenar a sus cadetes de la Academia General Militar, para una posible contienda.
El sanchismo ha cortocircuitado en las aulas, grandes y pequeñas, toda la historia manipulada de aquel tiempo. Se ha apropiado del relato y ha convertido otra vez a España en una tierra de malos, los otros, y buenos, ellos mismos. Esta crónica periodística recoge la centésima parte de lo acaecido durante el desarrollo de aquel régimen que se pretende ensalzar ahora como paradigma de todas las virtudes morales, sociales y políticas. Esta conmemoración es su semana, trágica por lo parecido a lo que ocurrió hace exactamente noventa y cuatro años. Franco es la disculpa, pero los socialistas y comunistas son, como antaño, los grandes muñidores de la hecatombe. Recuérdense las dos frases de Maura: «Nos regalaron el poder» y esta otra, real, como añadido:»… pero los socialistas cuando ocupan el poder se lo quedan para siempre». A confesión de parte… reconocimiento de un socio. Es la repetición de aquel drama que terminó con cerca de 300.000 muertos. Lo del millón se lo inventó Gironella y lo han reiterado hasta la saciedad, los socialistas y comunistas de este momento, claro que aumentando la cifra de abatidos entre los suyos. Mala idea: a lo peor, ni siquiera supieron hacer la guerra.
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