Opinión

Santos Cerdán y la revolución de la carcoma

  • Pedro Corral
  • Escritor, investigador de la Guerra Civil y periodista. Ex asesor de asuntos culturales en el gabinete de presidencia durante la última legislatura de José María Aznar. Actual diputado en la Asamblea de Madrid. Escribo sobre política y cultura.

Algún día habrá que contarles a los que vengan que la historia de la España democrática se encierra entre dos paréntesis. Cronológicamente, estos paréntesis cubren un periodo de cuarenta años, entre 1981 y 2021. Factualmente, se extienden entre dos «pactos del capó», uno verificable y otro presumible.

Con el primero, firmado sobre el capó de un Land Rover militar, se cierra el 24 de febrero de 1981 el golpe militar que más peligrosamente ha amenazado nuestro Estado de derecho.

Con el segundo pacto, imaginariamente suscrito sobre el capó de un Peugeot, se abre el 12 de julio de 2021 otro momento de grave incertidumbre para la España constitucional, con el nombramiento como secretario de organización del PSOE de Santos Cerdán, al que Pedro Sánchez encargará negociar los planes de demolición de nuestra democracia con Bildu, PNV, Junts y ERC.

El histórico «pacto del capó» de 1981 representó la rendición de los golpistas del 23F, a la vez que confirmó la fortaleza de la España constitucional frente a las amenazas involucionistas.

El figurado «pacto del capó» de 2021 supuso la voluntad de rendir nuestro Estado de derecho ante los nuevos golpistas del 1-O a cambio de la investidura de Sánchez, al tiempo que demostró la indefensión de la democracia ante un ataque involucionista perpetrado desde las propias instituciones del Estado. Santos Cerdán y su antecesor, José Luis Ábalos, se encuentran hoy investigados, con el primero encarcelado por decisión de un juez del Supremo, por una trama de corrupción. Trama operada, según la Justicia, desde una organización criminal cuyos límites se agigantan a cada día que pasa.

Cerdán y Ábalos, junto con el también investigado Koldo Izaguirre, formaron parte de la cuadrilla que acompañó a Sánchez en su periplo campeador a bordo del Peugeot al rescate de la plaza de Ferraz ocupada por los infieles al credo sanchista.

La falta de credibilidad de Sánchez al decir que Cerdán y Ábalos, sus más estrechos colaboradores en el PSOE, traicionaron su confianza es la misma que… Bueno, con Sánchez ya no hace falta comparación alguna. Basta decir que la falta de credibilidad de Sánchez en este caso es sólo comparable a la falta de credibilidad de Sánchez en cualquier otra circunstancia.

Cabe incluso la sospecha de que, si Koldo no hubiera desfilado también como investigado, es posible que Sánchez le hubiera nombrado sucesor de Cerdán como «número tres» del partido. Méritos tenía Koldo para serlo, sobre todo porque también estaba en el ajo.

Ya dijo el propio Sánchez que era «uno de los gigantes de la militancia» en Navarra y «un referente político». Miembro de la candidatura y del equipo que le ayudó a recuperar el poder en Ferraz, fue el vigilante insomne y, al decir del propio Sánchez, intolerante al agua y al jabón, de sus avales en las primarias. El presumible «pacto del capó» en el Peugeot de aquella histriónica turné, que ha dejado para la historia inolvidables imágenes que llenarían muchas carátulas de aquellas antiguas casetes de gasolinera, pudo incluir una cláusula para garantizar que ninguno de los cuatro ocupantes del vehículo hablara más de la cuenta sobre lo que se traían entre manos.

En una palabra, lo que se pactó pudo ser parecido a aquello que en Sicilia se llama la «omertá», el silencio mafioso, para defender al «capo». Las declaraciones ante el Supremo de Ábalos y Koldo la semana pasada, y la de Cerdán en la presente, así lo pondrían de manifiesto.

El nombramiento de Cerdán como omnipotente hacedor de componendas con los enemigos de la España constitucional confirmó la voluntad de Sánchez de ir dejando todo atado y bien atado en su asalto al Estado de derecho para asegurarse su propio salvoconducto judicial.

Otorgada la impunidad a sus socios golpistas con la ley de amnistía a costa de la división de poderes y la igualdad ante la ley, Sánchez no ha esperado mucho para tratar de extenderla sobre sí mismo y su entorno mediante las reformas que han provocado esta semana la huelga de jueces y fiscales, con un muy alto seguimiento, por ser un ataque frontal a la independencia de la Justicia.

La de Sánchez no es una revolución de algaradas y barricadas como solía el histórico socialismo patrio en el primer tercio del siglo XX, sino una revolución silenciosa, cuya única sonoridad perceptible es el crujido que se escucha de la carcoma al devorar desde dentro las vigas que sustentan el edificio constitucional.

En su camino hacia el Estado de desecho, Sánchez invistió al hoy encarcelado Cerdán como embajador plenipotenciario de la corrupción política, económica y personal de su régimen. Desde entonces, Cerdán ha ido chapoteando en todos los charcos infectos del secesionismo golpista, el matonismo proetarra, la codicia peneuvista y el funambulismo yolandista, para sacar de ello todo el barro posible con que modelar los pies de su caudillo.

Con todo, las componendas del electricista Cerdán no dejaban de ser unos meros empalmes, con perdón, para garantizar la corriente que mantuviera con vida al Frankenstein (Rubalcaba dixit) y, ahora lo sabemos, también a sus corruptos negocios. Así, la rendición de la Justicia y del Estado de derecho, vía ley de amnistía, con ser un hecho de gravísimo calado, no sería sino una tapadera bajo la cual Sánchez soñaba con mantener siempre abierto su tinglado.

En vez de sortear la «ley seca», como hizo Al Capone, Sánchez ha dejado seca la ley. Nuestra ley de leyes, la Constitución de 1978, ha quedado para astillas, buenas para arder en una hoguera y convertirse en cenizas. Por fin se dará sentido a la forma arquitectónica, como de urna funeraria, del Tribunal Constitucional, dedicado desde ahora a guardar y hacer guardar las cenizas de la Constitución.

Que Conde-Pumpido se haya mostrado dispuesto a validar una ley corrupta y mafiosa como la de la amnistía, que intercambia impunidad por poder, sólo puede significar que son muchos los intereses que están en juego para el sanchismo y sus adeptos.

Así, la sentencia del Constitucional es una muy preocupante señal de que el decorado bajo el que Sánchez trata de esconder la corrupción de su gobierno, su partido y su familia, tiene visos de convertirse en un blocao de hormigón armado, sin ventilación, insano, oscuro, donde el hedor del cadáver de la democracia, «la maté porque era mía», acabe embriagando para siempre a su ocupante y sus compinches.