Sánchez, de siempre, los golpistas sois vosotros
Tras la brutal acusación de los socialistas al PP como generadores del alzamiento de Franco en 1936 y del asalto de Tejero al Parlamento en 1981, la oposición no puede gastar, nunca mejor dicho, pólvora en salvas, en ideas de tres al cuarto que no favorecen el único objetivo: expulsar a Sánchez de la Moncloa. Que nadie hable de disidencias en el PSOE, nada significan estos pellizcos de monja de presidentes autonómicos que, con razón y previsoramente, contemplan cómo están en peligro sus poltronas regionales. Son avisos de pequeños saltamontes que, ya lo verán, nunca darán el paso definitivo al frente para laminar a quien, elecciones de por medio, les va a laminar a ellos. Una vez intentaron terminar con él y como el tipo encerraba en sí mismo menos escrúpulos que todos sus oponentes (póngales nombres y apellidos) les ganó por la mano pucherazo incluido. Ahora, si de verdad creyeran que lo que está haciendo el felón de la Moncloa es poner en riesgo sus perspectivas electorales, y la propia España, se unirían para hacer causa común contra el conmilitón de la peor escoria nacional.
Y abandonarían la basura independentista de todo cuño, PNV en primera fila, leninistas y terroristas de antiguo que se disponen en muy poco tiempo a segregar de la Nación regiones absolutamente enlazadas con esta Patria desde hace más de quinientos años. Eso contando con las sumas seculares, pero muy modestas, de Américo Castro, el historiador republicano, o al que seguramente la tribu de analfabetos que rodean al preboste desconocen absolutamente. Están cargados de razón Núñez Feijóo y todos sus colaboradores poniendo en solfa las aparentemente atrevidas manifestaciones de Page, del humillado Lambán, del sanchista de ocasión Óscar Puente y demás cuadrilla que ven en riesgo sus sinecuras. Las solemnes y quizá artificiales declaraciones de Page, el más osado de los barones, tendrían total virtualidad si, tras realizarlas, se hubiera dirigido al primer juzgado de Guardia para denunciar a un sujeto al que ha definido como cómplice de delincuentes. Porque, vamos a ver, díganme lectores: si ustedes mismos conocen la realización de un delito e incluso a su protagonista, ¿no están obligados hasta por ley para llevarlo a los tribunales? En este caso, no, parece que todo se queda en un pescozón más o menos sonoro contra las actuaciones de un individuo que está complotando con los sediciosos, que palía los robos de los malversadores y que se cisca en el Código Penal para convertirlo en el Libro Gordo de las Mentiras de Sanchete.
Éste y sus corifeos, por ejemplo, el patético Patxi López que, como lehendakari, gracias, por cierto al Partido Popular, prometió defender hasta el final la Constitución y perseguir de por vida a los criminales que estaban entonces matando a sus correligionarios. Todos los de esta banda (así la llamó Ribera) se han convertido en reos de numerosos pecados ilegales, entre ellos el de impedir la cárcel para los ladrones que se llevaron el dinero de los parados en Andalucía, los mangantes que con nuestro pecunio perpetraron un golpe de Estado en Cataluña o los sucesores de aquellos artífices de mil crímenes que también con nuestros impuestos duermen ahora el sueño de los justos en prisiones afectas a la espera de ser llevados a sus pueblos para recibir los correspondientes homenajes. Bien está -hay que repetirlo- que los citados dirigentes autonómicos y algún alcalde provinciano monte escandalillos de tres al cuarto contra un Sánchez al que todo esto le importa exactamente una higa porque tiene bien ahormado todo el entramado orgánico de su partido, un PCUS a la española, en el que el mejor de sus dirigentes, ¡fíjense cómo serán los demás!, es el fontanero de Milagro (Navarra) Santos Cerdán.
Pero, ¿qué sucede? Pues que la réplica de toda la sociedad de bien es morigerada e insuficiente. ¿Qué decir del global de una comunidad española narcotizada por el fútbol y ahora por los langostinos navideños? Este cronista se atreve a asegurar, porque lo escucha en todos los círculos, muchos, en que se mueve, que la más generosa definición que hacen las sufridas gentes españolas de lo que se les está haciendo, es esta hartura, por encima desde luego de otro concepto más comprometido, la indignación. Cuando estos representantes de la apagada sociedad española se aúnan en comandita cordial con cualquiera que por obligación, sigue al centímetro los avatares del barrenamiento que ejecuta Sánchez, lo primero que hacen es formular dos preguntas: primera, ¿y nosotros qué podemos hacer?; segunda ¿cómo se puede expulsar del poder a este sujeto? Son en realidad cuestiones procedentes, pero que no se calzan con ninguna acción concreta: aquí nadie está dispuesto a manifestarse o, lo más importante, a urgir a los políticos del centroderecha a que, de una vez por todas, no sigan pateándose los tobillos. Por ejemplo: ¿Puede entenderse en estos días el boicot de Vox a los Presupuestos de Madrid? ¿Puede entenderse aún menos que este boicot, que hasta hace cinco días eran inexistente, se haya producido porque el PP ha decidido no apoyar afirmativamente la estólida moción de censura de Abascal?
Mientras, Abascal siga tocándole los costados a Feijóo y los restos depauperados de Ciudadanos continúen aferrándose a una alternativa imposible, el okupante de La Moncloa seguirá riéndose las tripas con tanto favor. A esa interrogante inteligible de ¿qué podemos hacer nosotros?, no hay más que esta respuesta: esperar con presión a la primera cita electoral del 28 de mayo y propinarle a este felón un zurriagazo decisivo en el tafanario? Siendo razonable, el «¿Qué podemos hacer?», lo es mucho más esto otro: «¿Cómo lo podemos hacer?». Y la contestación es simple: todo menos seguir apoyando opciones secundarias que impiden de hecho el verdadero objetivo: terminar con la pesadilla nacional. La auténtica censura va a tardar el llegar en apenas cinco meses, 28 de mayo de 2023. Ese día, en 8.131 municipios, según el Instituto Nacional de Estadística, y en 14 autonomías, la movilización en las urnas debe ser definitiva y castrante para Sánchez.
Post scriptum: Recuerdo para el calumniador diputado del PSOE, Sicilia. En 1934 el que perpetró un golpe de Estado contra la república fue el socialista, el Lenin español, Francisco Largo Caballero. En 1981 los únicos que conocieron de primera mano y de antemano el golpe de Estado que encabezó el general Armada fueron los socialistas Enrique Múgica, luego ministro de Justicia; o Joan Raventós, senador, luego embajador en París. Me dijo Múgica: «De todo estuvo perfectamente informado Felipe González». Así que, golpistas, de verdad, vosotros.
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