Opinión

‘Sálvese quien pueda’, el auténtico eslogan de Sánchez

Desde que Sánchez apareció en la esfera pública, sus hechos han desmentido de forma tan rápida como rotunda sus palabras, a pesar de lo cual de forma incomprensible y durante demasiado tiempo sus mentiras eran aceptadas como un compromiso o incluso como un propósito de la enmienda aun cuanto se estuviera refiriendo alguna materia en la que ya había incumplido su palabra.

Pero, como dice el refranero español, «tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe», hemos llegado a una situación en la que el común de los españoles ya le ha tomado la medida a Sánchez y sus  mentiras, sus engañifas, sus órdagos, sus postureos… Ya sólo sirven para el autoengaño de sus hooligans, esa tropa que votaría al PSOE (sea eso lo que sea ahora mismo) incluso aunque tuvieran por seguro que al día siguiente de ser elegido iba a liquidar a su propia madre.

Aunque es un hecho que  el amplísimo consenso que se ha establecido entre los ciudadanos respecto del comportamiento falsario de Pedro Sánchez no ha calado del todo entre los prescriptores de opinión, incluso entre los no sometidos a contrato y/o subvención de la Moncloa. Y resulta sorprendente que entre tanto listo sigan apareciendo voces que se dejan atrapar por los fogonazos y el ruido de los fuegos artificiales y señalan el «cambio de estrategia» de Sánchez y sus posibles efectos en la campaña electoral, como si el mentiroso patológico estuviera haciendo cosa distinta que variar el señuelo con el que nuevamente –está en su naturaleza- pretende engañar a los españoles. Es curioso que tanto politólogo, analista, sesudo comentarista… pudiendo analizar los hechos –véase la composición de las listas electorales, por ejemplo- vuelva a quedar atrapado por el reclamo del pájaro.

A ver, Sánchez está variando la táctica, hablando de economía o visitando platós de radio o televisión que tenía vetados. Pero lo que mantiene incólume es la estrategia y los socios para llevarla a cabo: mantener en el poder y liquidar el sistema del 78 para conseguir su objetivo de mandar como un caudillo, sin ningún tipo de contrapoder democrático que pueda alterar su voluntad. Para conseguir ese objetivo sigue contraponiendo propaganda a hechos y poniendo en el mercado nuevos cebos que irá variando según vaya creciendo su desesperación.

Es tan obvio que llega a ser desesperante que, pudiendo analizar los hechos, las mentiras reiteradas, los incumplimientos de todas y cada una de las promesas, las alianzas perseguidas y forjadas para conseguir su fin, sus asaltos a las instituciones, el último nombramiento del Consejo de Ministros de Dolores Delgado como fiscal de la memoria y del cartel de su pareja… no haya una sola persona que no forme parte del rebaño que pueda siquiera dudar sobre la voluntad de Pedro Sánchez de alcanzar su objetivo final como sea y con quien sea. ¿Acaso no ha demostrado, con hechos y a lo largo de cinco años, que está dispuesto a todo para conseguir y mantener el poder? ¿Qué más tiene que ocurrir para que todas esas personas empeñadas en «analizar» al personaje  (y no sus actos) con criterios políticos comunes  se den cuenta de que estamos ante un tipo sin escrúpulos, que miente con la soltura propia de quien fantasea con un poder ilimitado y cree merecer un estatus superior que, por tanto, le libra de tener que someterse a las normas y a las cautelas que le son aplicables al común de los mortales?

Como decía, me resulta curioso que mientras Sánchez demuestra con sus hechos que sabe que está en un fin de ciclo y que va a perder las elecciones, los «analistas» y «politólogos» que pululan por España anden enredados en la tela de araña que está tejiendo el impostor. Con lo fácil que resulta comprar palomitas para contemplar en detalle el espectáculo en el que está sumida la autodenominada izquierda (o sea, la PSOE) y la extrema izquierda, esa sopa de letras en la que pretenden enmascararse los comunistas de siempre más los nuevos populistas que, ya que no podían asaltar el cielo, asaltaron las instituciones. Con lo sencillo que es confirmar a través de los hechos que Sánchez está en lo de siempre, en liquidar el sistema del 78, en profundizar la brecha entre españoles, en negar el pan y la sal a todo aquel que se atreva a no votarlo, en descalificar las opciones democráticas y constitucionalistas que siguen comprometidas con la transición y el sistema del 78, en provocar una segunda transición sin dar la palabra a los españoles… ¿Acaso no es evidente que precisamente porque está en esa estrategia ha proyectado un grupo parlamentario para la bronca con el próximo gobierno, nutriéndolo de sus fieles, como son los casos de Carmen Calvo o José Luis Ábalos?.

Sánchez sigue en la ruptura y en la confrontación, aunque el señuelo para desviar la atención (el de hoy, que mañana ya veremos…) sea esa señora con pañuelo Hermés que aparenta saber de economía y ser persona «moderada», aunque lo que ya ha demostrado es que miente con la misma soltura que su jefe no sólo cuando habla de las grandes cifras de la economía («España va como una moto…») sino hasta cuando habla del precio del carro de la compra.

Sánchez está en la ruptura y en la confrontación, en el «cuanto peor mejor», porque él es así, porque se prometió a sí mismo que «no volveré a pasar hambre», porque llegó al poder con trampas (una Moción de censura destructiva apoyada en un párrafo fraudulento de una sentencia, redactado por un amigo), ha gobernado con trampas (dos cierres inconstitucionales del Parlamento, más de un centenar de decretos para eludir informes preceptivos y debates en el Congreso, nombramientos de altos cargos para pervertir el normal funcionamiento de las instituciones, desde la Fiscalía hasta el TC…) y ha hecho trampas al elegir la fecha de las elecciones al elegir el 23 de julio para intentar  entorpecer el ejercicio de un derecho constitucional como es el voto.

Estamos ante un tramposo desesperado, ante un ser sin escrúpulos que ya ha demostrado estar dispuesto a todo. Frente a él y su rebaño de mansos dispuestos a seguirle hasta el precipicio y tirarse por delante para amortiguar su caída, sólo tenemos una herramienta, pero es la herramienta más poderosa que aún no nos ha podido quitar: nuestro voto. Y hemos de utilizarlo en legítima defensa, incluso en defensa de todos aquellos que prefieren creer cuentos para no tener pesadillas. Pues eso, amigos, con calor o sin él, a la urna, que ya es hora. Y frente al nuevo lema del caudillo Sánchez, frente a su «sálvese quien pueda», vamos a utilizar nuestro voto para salvar nuestro sistema constitucional y de valores, nuestra democracia. ¿A que es buen plan? Pues a ello, amigos.