Por qué Nadia Calviño es tan comunista como Pablo Iglesias
A pesar de que estamos ante el ‘Gobierno Frankenstein’, algunos analistas patinan a la hora de juzgarlo. Uno de los que siempre ha tenido las ideas claras al respecto ha sido el empresario y gran escritor en prensa Fernando del Pino Calvo-Sotelo, que hace tiempo que ha diagnosticado a este equipo como social comunista pero no usando el término como un improperio sino en su vertiente literalmente descriptiva, como el resultado de la voluntad explícita de su presidente Pedro Sánchez. Yo estoy de acuerdo, y diré a estos efectos que la vicepresidenta Nadia Calviño, a la que los incautos -entre ellos los empresarios del Ibex 35- consideran la gran esperanza blanca del Ejecutivo, la señora más fiable, es igual de peligrosa que el vicepresidente Iglesias y su lugarteniente y ministra comunista de Trabajo Yolanda Díaz.
No lo digo a humo de pajas. Lo reseño porque, cuando el pasado jueves 3 de diciembre se aprobaron los presupuestos del Estado en el Congreso de los Diputados, y la ministra cañí de Hacienda, la señora Montero, salió a hacer el paseíllo por el hemiciclo como si fuera un torero recibiendo la ovación del respetable adicto con ese gesto insufrible de llevarse la mano al corazón, la que más aplaudía, a rabiar, era la vicepresidenta Calviño. Aplaudía a rabiar un presupuesto que ha cosechado todas las humillaciones posibles e imaginables. Por parte del Banco de España, de la Autoridad Fiscal Independiente, del Fondo Monetario Internacional, de la Comisión Europea, que lo tiene de momento en cuarentena, y de un banco de inversión tan importante como Goldman Sachs.
Esta señora, que es la tonta útil del Gobierno, aparentaba un fervor católico con unas cuentas públicas impresentables para cualquiera que tenga dos dedos de frente. Que contemplan unos ingresos públicos sobredimensionados, un gasto público gigantesco, pero aun así infravalorado, y que parten de un escenario macroeconómico fantasioso que hay que ser muy torpe, muy ignorante, o muy sectario para dar por bueno. Según los últimos datos de la OCDE, España sufrirá en 2020 el mayor desplome de actividad de todos los países desarrollados. El PIB caerá un 11,6% frente al 9% de Italia y de Francia o el 5,5% de Alemania. Pero este Gobierno irresponsable y a la deriva está convencido de que los fondos europeos que habrán de llegar en 2021 permitirán a nuestro país un rebote importante de la producción y del empleo que tampoco avala ninguna institución respetable. Algunos expertos presididos por el mejor ánimo también son optimistas. Piensan que constituyen la máxima oportunidad de modernización de la economía española en décadas. En su opinión, los ingentes recursos europeos harán posible una reorientación del sistema productivo sin parangón desde la feliz entrada en el proyecto europeo común.
¿No cabría ser bastante más cautos y prudentes? Para empezar, los fondos europeos, que en el caso de España ascenderán a 140.000 millones, la mitad de ellos condicionados, todavía no han recibido el visto bueno definitivo. Algunos países como Hungría o Polonia, que deben dar su ineludible aprobación, se muestran reticentes ante el intento de la Comisión de Bruselas de vigilar sus políticas en relación con el Estado de Derecho. Pero en lo que respecta a las cuestiones estrictamente económicas, sería ilusorio confiar la recuperación de la economía nacional a la recepción de unos recursos que vendrán a plazos y que tendrán que sortear múltiples dificultades, entre ellas la de ser asignados a programas de inversión y -bastante más importante- a reformas que Bruselas considere útiles e idóneas para limpiar el aparato productivo, como la viabilidad del sistema de pensiones o del mercado de trabajo.
Otros expertos a mi juicio más cabales creen que, como máximo, la inyección monetaria podría aportar un máximo de cuatro décimas al crecimiento del PIB, a todas luces insuficiente para enjugar la pérdida dramática de actividad debida a la pandemia. Para ellos, igual que ha sucedido siempre, la clave de bóveda para que una economía prospere es la generación de expectativas favorables, la inducción de confianza en la higiene de las cuentas públicas y la ambición de las políticas estructurales que se desplieguen. Es decir, la implementación de una estrategia fiscal que favorezca la actividad empresarial y el ahorro privado, así como que profundice en la libertad de comercio y en el mercado único.
Pero los presupuestos presentados por la señora Montero y aplaudidos sin comedimiento por Nadia Calviño van en la dirección opuesta en estos aspectos cruciales. Al contrario de la reducción de impuestos que está impulsando la mayoría de los países europeos, el propósito de nuestro gobierno es subirlos. En contra de la flexibilidad laboral a la que se han apuntado desde hace ya mucho tiempo la mayor parte de nuestros socios, parece que la intención del Ejecutivo es introducir rigideces en el mercado de trabajo, reforzando la negociación colectiva, disuadiendo la capacidad de interlocución directa entre empresarios y trabajadores y ampliando las facultades de las centrales sindicales.
En lugar de avanzar en la resolución de uno de los problemas endémicos del país como el sistema de pensiones, la decisión de aumentar deliberadamente su poder adquisitivo -aún con una inflación en mínimos históricos- parece de poca ayuda para la sostenibilidad del modelo. Todos estos contratiempos los conoce a la perfección la señora Calviño. Por eso la solidaridad eufórica demostrada con la ministra de Hacienda, con Sánchez, y también con su enemigo Iglesias la retrata. Es igual de nociva que ellos. Yo diría que peor.
Otra de las circunstancias que invita ser comedidos sobre la influencia determinante de los recursos que lleguen de Europa es la descomposición actual de las cuentas públicas de todos los estados miembros de la UE. Es verdad que, debido a la pandemia, las reglas del tratado de la Unión se han suspendido, permitiendo a los gobiernos incurrir en déficits colosales sin que, gracias a la asistencia permanente e ilimitada de liquidez que proporciona el Banco Central Europeo, esto haya tenido de momento consecuencias sobre las primas de riesgo que padecen los países a pesar de sus desequilibrios monumentales.
Pero esta no es una situación que pueda ser sostenible en el tiempo. Si es verdad que por fortuna la vacuna contra el Covid 19 empieza a ser efectiva a comienzos del año próximo, y que esto permite la apertura acelerada del tejido productivo de los países; que Alemania, Francia e incluso Italia, estados que parten de una posición más ventajosa que la de España, empiezan a crecer, Bruselas no tardará en solicitar programas de consolidación fiscal para ir reduciendo más pronto que tarde los quebrantos causados por la pandemia, que son una bomba de relojería a medio y largo plazo para el proyecto común. Esto quiere decir que España no podrá gastar alegremente los fondos comunitarios, salvo que vayan dirigidos a fortalecer la modernización digital, la transición energética y a aumentar la productividad del país. Adicionalmente, este impulso fiscal tendrá que ser compatible con la reducción del gasto público ineficiente a fin de ir devolviendo los niveles de déficit a cotas soportables.
El tercer problema que tienen los fondos europeos, que bienvenidos sean, es el de la gestión. Nunca España se ha enfrentado a un reto de tal envergadura, y en el caso de los que ha tenido que digerir antes lo ha hecho de manera muy mejorable y con resultados inciertos. De hecho, las diferencias en el propio seno del Gobierno sobre quién tendrá la responsabilidad final en la asignación de los recursos es una llamada de atención sobre los eventuales conflictos para su asignación diligente y rentable. El empeño granítico del vicepresidente Iglesias por cortar la tarta, del que nada ha dicho Nadia Calviño, va en contra de lo que sería lo más conveniente para aprovechar al máximo la eventual inyección monetaria.
Y no es tan complicado. Se trata de copiar las mejores prácticas. Una buena idea sería que una comisión técnica de expertos dirigida por un independiente de prestigio, al estilo de las que se han constituido en Italia, en Francia, en Alemania, y que es costumbre secular en los Estados Unidos escogiera los mejores proyectos para obtener la mayor rentabilidad público-privada de los nuevos fondos. Esta comisión no sólo debería estar compuesta por economistas sino fundamentalmente por financieros, gente del mundo de los mercados e inversores acostumbrados a lidiar con una cuenta de resultados, con experiencia en la asunción de riesgos y con una dilatada trayectoria en la dirección de negocios. Por respeto a la lógica democrática, sería el Gobierno el que elegiría finalmente los planes que pasan el corte, pero en un marco de transparencia total a efectos de disipar cualquier riesgo de amiguismo y de arbitrariedad, de cara a lograr el objetivo de aumentar el PIB potencial de la economía española, asediada por una crisis sin precedentes y necesitada urgentemente de un revulsivo.
La posibilidad de que se pongan en marcha estas buenas prácticas equivale a cero. La posibilidad de que la inefable Nadia Calviño ejerza alguna influencia positiva equivale a cero. En el fondo, aunque mejor criada, aunque más educada, aunque con un currículum más notable, no es muy diferente de la excrecencia que evacúa diariamente Podemos y el vicepresidente Iglesias -que le ha ganado todas las partidas-; ese al que aplaudió la semana pasada a rabiar por haber engrasado una mayoría mostrenca -con todos los enemigos de la nación y del progreso- en favor de los presupuestos más inapropiados en décadas; la misma señora que comparte Consejo de Ministros con Sánchez y el resto de comunistas que, en asuntos económicos, ya pactaron con Bildu derogar la reforma del mercado de trabajo y que ahora pretenden elevar el salario mínimo y reducir la jornada laboral a cuatro días para hundir aún más el país. Queridos amigos, ¿qué diferencia hay entre Nadia Calviño y la ministra de Trabajo Yolanda Díaz? ¿Qué diferencia hay entre la vicepresidenta del Ibex 35 y el vicepresidente delincuencial Iglesias? Si se les ocurre alguna, no duden en decírmelo.
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