Que dejen a los muertos en paz

Que dejen a los muertos en paz

Albert Rivera se viste de José Luis Rodríguez Zapatero y utiliza la Ley de Memoria Histórica como arma política. El apoyo de Ciudadanos al PSOE para exhumar los restos de Francisco Franco y sacarlos fuera del Valle de los Caídos redunda en la voluntad de algunos políticos de rearbitrar la Historia casi medio siglo después de la muerte del repugnante dictador, 80 años desde que acabara la Guerra Civil. Una dinámica ridícula en la mayoría de ocasiones. Irresponsable y peligrosa siempre. El pasado debe quedarse en el pasado, servir para entender el presente y así encarar el futuro sin repetir los mismos errores. A estas alturas de nuestra democracia, nadie va a poner en cuestión quién fue Franco: un militar abonado al poder absoluto que sepultó la libertad en España durante 40 años. Vencedor de una contienda de «malos contra malos» que dejó más de medio millón de muertos y sumió a nuestro país en un atraso histórico y generacional que arrastramos durante todo el siglo XX. Sin embargo, y por esa regla de tres, habría que quitar también del callejero al máximo responsable de los asesinatos de Paracuellos del Jarama, Santiago Carrillo, u otras figuras igual de violentas y radicales en aquellos años de infausto recuerdo como fueron Pasionaria o Largo Caballero. 

Parece mentira que Albert Rivera, tan admirador de la ingente figura de Adolfo Suárez, no siga los dictados de coherencia que éste marcó durante la Transición. Entonces nuestro país legalizó al Partido Comunista y el propio Santiago Carrillo pudo volver de su exilio en Rumanía. Voluntad de construir la España de todos y espíritu para cerrar unas heridas que no deberían abrirse con ocurrencias como las que ahora pretenden materializar naranjas y socialistas con la vigilante presencia de Podemos, nostálgicos de una guerra que no vivieron y partidarios de la constante confrontación social. La concordia por la que tratan de justificar esta medida no se consigue reescribiendo los renglones torcidos de una nación, sino a través de la educación y la cultura, que es la verdadera libertad para cualquier pueblo. A los muertos hay que dejarlos en paz. No se pueden traer y llevar como quien lleva y trae Proposiciones No de Ley sobre carreteras o medioambiente al Congreso de los Diputados. 

Remover tumbas por hechos que ocurrieron en otro siglo no es propio de naciones modernas, sino de territorios acomplejados, incapaces de encarar el futuro con voluntad de progreso y regeneración. Si cada país se dedicara a exhumar a sus sátrapas pretéritos, no harían otra cosa. Imaginen por un momento el espectáculo por toda Europa: obras en el Palacio Nacional de los Inválidos para sacar a Napoleón o en la Isla de Yeu para hacer lo propio con el general Philippe Pétain por su connivencia con Hitler durante la Segunda Guerra Mundial. En el Castillo de Windsor para hacer lo propio con Enrique VIII o en Notre Dame de Laeken (Bruselas) para desempolvar lo que quede del genocida del Congo, el rey belga del siglo XIX Leopoldo II. No necesitamos políticos acomplejados, sino más nivel educativo y menos maniqueísmo en la sociedad. Así sí honraremos nuestro pasado al tener las herramientas necesarias para conquistar el futuro.

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