Puente, bufón de una corte deshilachada
Con Óscar Puente hay que reírse. No se le puede juzgar como si fuera un ciudadano normal elevado a categoría de ministro. Está tan poseído de sí mismo que ni siquiera su condición de hombre cercano a los 60 años y el hecho de haber sido padre recientemente le impiden convertirse en el hazmerreír nacional.
Sobre todo, porque es incapaz de reconocer que la gestión de los grandes asuntos (Ministerio de Transportes y Movilidad) le vienen muy grandes y, en cambio, tiene que embutirse en X para decir todo tipo de gamberradas impropias no ya de un miembro del gobierno, sino de un ciudadanos legal y con dos dedos de frente.
Sus mamarrachadas propias de un bufón que quiere perorar en nombre de un gobierno deshilachado y de un presidente en la más completa ruina, indignan cuando perpetra gracietas sin gracia a propósito de incendios que se llevan por delante vidas humanas.
Cuando Sánchez decidió sentarle en la mesa del Consejo de Ministros, tras aquella intervención parlamentaria antidemocrática, anticonstitucional, y antieducación, Puente vio el cielo abierto tras su desalojo de la alcaldía de Valladolid, que todavía no ha asimilado.
Puente se refugia en X porque le aburre la gestión de los trenes, de las autovías, de los aeropuertos (¡pena, penita, pena!). Lo que al muchacho cabezón le priva es reventar el braserillo, la pelea de puticlub de medianoche, el mano a mano entre la camorra. En eso, hay que reconocerlo, señoras y señores, es un auténtico crack, ahora mismo inigualable en el cosmos sanchista. Dicen que aspiran a suceder al marido de Begoña Gómez; a tal propósito, tengo para mí que cuando don Pedro sea mandado al averno, Puente irá detrás como un mal remedo de aquellos polvos hasta los próximos lodos.
Tengo para mí que su Rubicón lo marcó esta semana cachondeándose de los pobres y afligidos castellanoleoneses a propósito del fuego asesino que les rodeó. A partir de ahí, queridos amigos, lo de Puente, adquiere otro cariz. De bufón a … (ponga el lector lo que quiera).
Se cree inteligente en grado sumo (ahí están sus insultos personales al presidente Fernández Mañueco) y no se da cuenta de que cuando Sánchez decida que su depósito de idioteces ya no sirven lo mandará al cubo del detritus amarillo.
Lo dicho: un crack, un genio, un semiputo amo. Él, Óscar… Puente.
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