Progres racistas

Progres racistas

Existe un tipo de violencia más dañina que la física. Es aquella que viene dada por el abuso moral que, desde una suerte de monopolio intelectual, acaba por imponer su voluntad contra el disidente. Una violencia superficial y ladina, que instiga al cabreo y fustiga la indiferencia. Una violencia ejercida desde plataformas visibles por aquellos que alientan prejuicios de dar y tomar y que se permiten cada día aleccionar a los demás sobre lo que es correcto o no. Violencia al rojo vivo o en 280 caracteres. Violencia cívica que fomenta comportamientos incívicos. El penúltimo ejemplo se ha visto en estos días con la muerte del senegalés de Lavapiés, mártir de la causa negra que muchos han utilizado a conveniencia personal. La raza, como en aquellos versos de Alberti, debería abrir puertas sobre el mar. Pero la raza no es poesía, sino un arma política e ideológica de indudable rentabilidad, donde importa más el caos total que el orden perceptivo. El ruido como belleza, porque ya sabemos que la prosa aburre la revolución.

Me acuerdo de Faulkner cuando decía que “en las malas personas se puede confiar siempre, porque no cambian jamás”. Lanzar un bulo, situarlo en el imaginario colectivo, posicionar en la mente al presunto culpable de la muerte y después atizar los peores instintos humanos en base a una mentira es propio de mentes sectarias, malvadas y peligrosas para una sociedad democrática. Mbaye, precipitado a la muerte por el destino, es el nuevo mártir de los intolerantes progres, que arrastrarán su memoria mientras dé réditos, como vulgares truhanes de la moral. En su Informe Actitudes hacia la inmigración, publicado hace tres años, el Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia concluye que España “es uno de los países europeos más acogedores con los ciudadanos de otros países”. Es decir, abrazamos la diversidad y la tolerancia en una proporción mayor que la media de Europa. Todo lo contrario de lo que quieren dar a entender Carmena, Podemos y un diario digital, que no han dejado de lanzar mantras sobre el racismo de los españoles en su conjunto.

La extrema izquierda siempre ha sido el top manta de la democracia. Inmoral pero permitida, ilegal pero protegida y hasta alabada —manteada en el argot progre fetén—. No me extraña que Podemos quiera ahora despenalizar la ilegalidad, es decir, la venta ambulante sin control ni medida. En realidad, no le importa los manteros, como tampoco le importan a ese mismo director de diario digital que siempre busca excusas para defender al delincuente. La cohesión social lograda, en parte gracias a esos niveles de confianza por parte de la ciudadanía en que una mayor integración favorece y facilita una mejor educación y, por tanto, una plena convivencia, salta por los aires cuando los progres adalides de defender las razas, la utilizan para alterar el orden en las calles y hacer proselitismo barato.

Vivimos una suerte de racismo inducido, pergeñado por aquellos a los que sólo motiva el color de la piel si pueden hacer política con ello. Los negros les importan mientras sean rentables a su causa. Como los inmigrantes o los pensionistas. Racismo en racimo, donde los protas son los de siempre: arriba parias del Parlamento, en pie a por la grosa subvención. Todo para ellos es ideología, por tanto, cualquier asunto, sin importar su trasfondo, se convierte irremediablemente en ideológico: así, la culpa de la muerte del senegalés es del capitalismo, el neoliberalismo y el patriarcado, etiquetas que fundamentan una manera capciosa de concebir la realidad. A fin de cuentas, no hay fake news sin periodistas y políticos fake.

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