La política de lo verosímil
Llega otra campaña electoral y, siempre que hay escaños y poder en juego, la verdad sufre, como señora damnificada por los excesos políticos de turno de unos partidos convertidos en costosas maquinarias de comunicación y marketing de Netflix. No hay llamada a las urnas que no escenifique un combate absurdo por ver quién perpetra el eslogan más original, el spot más ingenioso o la frase más viral. Los políticos y sus gabinetes, llenos de falsos gurús y estrategas de crecepelo, han entendido que todo acercamiento al votante empieza y termina por sacudirle un estado de ánimo, ofrecerle una certeza verosímil y azuzar su víscera más incontrolable.
Sucede que cuando al frente de las campañas se encuentran profesionales del marketing woke y fake, es decir, ideológico y falso, que vienen de inventar la fórmula de la Coca Cola mientras asesoraban a Obama, el resultado es lo previsible: el ridículo publicitado. La tendencia a fabricar vídeos enlatados, sin concepto claro, locución pésima, creatividad ausente y donde todo es mensaje de trinchera y venta de humo al por mayor, es creciente en un oficio que ha rendido la razón en manos de la siempre rentable propaganda.
El penúltimo vídeo de campaña del PSOE incide en la memoria a corto plazo del votante, que en el caso del socialista es de hace unos minutos, debido a esa facilidad por borrar de su psique todo lo que su partido hace cuando gobierna. La desesperación en Ferraz tiene nombre y símbolo: España y su bandera, que ahora sacan a pasear como recurso desesperado de patriotismo barato para tapar con percepciones lo que la realidad de una gestión ha mostrado. Emular a aquel Sánchez que se subió a una tribuna con la espalda proyectada en rojo y gualda ya no cuela cuando has hecho de tu gobierno una oda del odio a la nación que te ha visto -y sufrido- presidir.
Ésta es la certeza verosímil que el PSOE introduce en campaña para acólitos del rebaño. La segunda estrategia fake es la de azuzar el miedo a lo que vendrá, sobre todo si lo que viene es imparable y además, provisto de razones morales y políticas superiores a las tuyas. El miedo ha sido siempre el arma con el que partidos y políticos de pensamiento autocrático e indecente alarman a la población para que no ejerzan con libertad sus derechos. Al sanchismo mediático y consultor se le acaba el chollo de la subvención, la publicidad y los contratos inflados de asesoría que les ha hecho vivir de lujo estos años. No les causó rubor que el comunismo iletrado y dogmático de Podemos gobernara y que Sánchez abrazara a los hijos de ETA porque eso era «hacer crecer la democracia», en palabras de uno de sus altavoces más representativos, pero, sin embargo, esputan biliosos su indignación si el actor que, por legitimación popular, llega a las instituciones, es Vox, cuya raigambre constitucional supera con creces a todo lo que el gobierno, incluso el PSOE, ha significado estos años. Dicen los palmeros del pesebre que España retrocederá con el nuevo escenario político, cuando lo único que ha avanzado en esta legislatura es su cuenta corriente.
La tercera vía táctica usada para la campaña es la creación y exaltación de un estado de ánimo. Y para el 23J, el sanchismo ha querido hilar fino con el eslogan: La mejor España, titulan con esa abstracción inclusiva que significa mucho y nada a la vez. Si en los comicios municipales y autonómicos, su «importa lo que piensas» se tradujo en un fracaso electoral y una salida ordenada de las instituciones (a Sánchez, España le dijo lo que pensaba), apelar ahora a un eslogan de respuesta tan evidente (la mejor España llega siempre cuando el PSOE está en la oposición) demuestra que en Ferraz dieron el partido por perdido hace mucho tiempo.
Empero, y por desgracia, una campaña no va de lo que nos gusta escuchar y leer por decente y ético, ni tampoco por razonable y estético, sino por cómo persuaden los mensajes y los relatos construidos a una población que previamente ha comprado esos mantras en su cabeza y sólo busca reafirmarlos. Hoy, la política del prejuicio es la que verdaderamente factura al ciudadano insatisfecho de tanto circo sin pan.
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