El plan es la II República

El plan es la II República
El plan es la II República.

El plan está perfectamente diseñado y pactado. Esta ópera bufa a la que estamos asistiendo protagonizada por Puigdemont y Sánchez, con la asistencia como artista invitada de la analfabeta comunista Yolanda Díaz, es sólo una representación en varios actos que se están cumplimentando sin “morcilla” alguna, o sea, ajustándose al estricto guión. Es una tragedia por entregas que culminará con la disolución nacional si los espectadores no reaccionamos. Pateamos y enviamos al garete a este desaprensivo que aún permanece en La Moncloa. Ahora mismo, acto segundo, toca engrasar la amnistía que ya se está preparando cuidadosamente.

El programa incluye su aprobación antes del 15 de noviembre, fecha límite para la investidura del felón. Una vez asumido el proyecto por el Congreso, gracias al entusiasta voto de todos los mamporreros de Sánchez, el texto llegará al Tribunal Constitucional donde habitan Pumpido y sus cuates, un mini ejército de juristas asilvestrados pero muy progres, que, para salvar un poco su cara dura, corregirán sólo parcialmente el texto que les llega del Congreso, lo «enfriarán» de manera que eviten el pronunciamiento inmediato y, tras un tiempo de dormir el sueño de los injustos en el edificio semicilíndrico de Doménico Scarlatti, el tribunal podrá decir que en efecto la maldita y nefasta ley no había por donde meterla mano, pero eso sí, y aquí está la trampa, la aplazada sentencia dictaminará que no se puede volver a juzgar a los amnistiados porque ya ha pasado mucho tiempo y no cabe otra forma de hacer las cosas.

Este relato que recoge este cronista no pertenece, ni mucho menos a sus magines, es la descripción del plan que adelantan un antiguo miembro del Constitucional y un dirigente autonómico que sufre permanentemente el acoso y derribo de los delincuentes secesionistas. Como diría el Extinto en frase mil veces repetida: «Todo está atado y bien atado». El plan, el drama español del siglo XXI, el golpe de Estado al 78, incluye, de diversas formas, el abordaje al Partido Popular y, claro está, a todos los que coinciden con él en sus planteamientos ideológicos o políticos. Este cronista sabe perfectamente -y cuenta con ello- que incluso desde lugares y medios del centroderecha, se reputará este avance como una especulación apocalíptica que no tiene visos de consagración. A estos bien intencionados augures, solo cabe recordarles que el proceso, en etapas anteriores, se ha cumplido a rajatabla. Porque, a ver: ¿quién podría pensar hace sólo un par de años que Sánchez, firmante del 155 con Rajoy, procedería ahora no sólo a perdonar, sino a pedir perdón a los forajidos de octubre del 17? No se diga entonces que el mencionado Plan es un mero encuadre especulativo.

De todas formas y como todo corre tan deprisa, vamos a constatar en  muy pocas fechas si es cierto o falso lo que aquí se avanza. Un cronista de lo que ocurrió el lunes en Bruselas en la reunión entre el malhechor Puigdemont y la vicepresidenta estalinista del Gobierno, ha escrito que, tras las sonrisas y el tópico ambiente cordial, se escondían las seguridades que Yoli le ofreció al facineroso que se van a cumplir dos términos manejados por ella y con certeza pactados anteriormente con Sánchez. El primero de estos conceptos es el del adjetivo «receptivo» aplicado a la postura del presidente, aún, del Gobierno. El segundo, y a más largo plazo porque se refiere a la posibilidad de un referéndum de autodeterminación, es la de su recambio por un vocablo amable, casi de boy scout: «reconciliación», es decir: existe un conflicto (otra palabra que ya ha asumido la parte contratante de la primera parte, el Gobierno) y hay que emplearse en su resolución por la vía del acuerdo negociado y consensuado.

Pero el plan no se termina aquí, ni con la amnistía segura, ni con la consulta aplazada unos pocos meses, no; los destructores de la España del 78, los incineradores de la Constitución, tienen los episodios antedichos como simples metas volantes en pos de la final: el cambio de todo un régimen por otro retroactivo: la vuelta a la II República. Sánchez y todo su coro infame de barreneros, tienen diseñado ese plan que, de entrada, cuenta con una revancha: la de enfangar a Historia y dar por buenos a los republicanos (rojos se les llamaba entonces con bastante propiedad)  y a los franquistas por malos y, encima perdedores de la Guerra. Una vez acreditado ese giro acientífico, lo que se tratará es de regresar a los postulados, ideas, costumbres, métodos, y depuraciones que fueron la marca distintiva de aquel malhadado modelo de sociedad, sobre todo en su encarnación más rabiosa, pucherazo incluido, del Frente Popular, un antecedente del que ahora gobierna España desde hace un cuatrienio.

En muchos ambientes de la sociedad española, entre los que presumiblemente no han votado a Sánchez (lo han hecho un tercio de los ciudadanos) se ha asentado la cruel idea de que estamos viviendo los días más terribles, hasta soeces, de nuestra democracia. Todo vale en este país en el que nadie, tampoco los adormilados empresarios, los silentes magistrados y fiscales, pide cuentas por el desafuero con que se están otorgando los fondos de Europa, y en el que, sin embargo, se utiliza como gran escándalo nacional el hecho de que un imbécil le haya pegado un pico a una sorprendida deportista.

Del Rey hacia abajo, todos estamos siendo víctimas del derribo inconstitucional programado por un psicópata. Cuesta escribir esto, pero el cronista no se resiste a dejar de hacerlo: el 3 de octubre del 2017, el Rey, en hora de máxima audiencia, acudió a las televisiones a denunciar algo como esto: “Esas autoridades (las golpistas, Puigdemont y su cuadrilla) de una manera clara y rotunda, se han situado totalmente al margen del Derecho y de la Democracia”.  Si llega el caso, que nadie dude de que va a llegar, el minuto en el que el Rey se halle en el trance de ratificar la Ley de Amnistía que disculpará  e incluso bendecirá a aquellas «autoridades» ¿se sentirá Felipe VI desautorizado como el jefe del Estado que sufrió aquel atropello? ¿Cómo podrá conjugar su memorable denuncia de entonces con el bodrio inconstitucional que le van a  hacer rubricar? El Rey lo sabe: en el plan que minuciosamente han pergeñado los delincuentes y que hemos transcrito en esta crónica, el primero en caer, al fin es garante de la unidad de España,  será él convirtiéndose en el último protagonista de la Corona Española. En eso están Sánchez y su cuadra de malhechores.

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