El pico: la treta de Sánchez para encubrir su traición
Apresados por lo políticamente correcto o, por mejor decir, por lo femeninamente correcto, en España entera hemos caído en la trampa inmunda que, con todo el marketing más sucio, nos ha tendido durante ya casi un mes el sanchismo. Una treta para encubrir la rendición ante los destructores de España. Por decirlo pronto: ha aprovechado el burdo, innecesario, estúpido, inconveniente y hasta, si quieren, deleznable piquito realizado por un imbécil a sueldo permanente del PSOE durante cinco años, para disfrazar su auténtico objetivo: disimular la traición histórica que Sánchez y su cuadra de indeseables se disponen a perpetrar contra España.
Un ataque feroz contra la esencia misma de la Patria (sí, de la Patria, un sustantivo perfectamente incluido en nuestra Constitución). Sánchez y sus cuates paniaguados han encontrado en un sujeto descerebrado, que nunca sirvió para otra cosa que no fuera para romper piernas como defensa del Levante, y para llevárselo crudo en la Federación Española de Fútbol, la perfecta treta, el trampantojo para disimular su gran propósito: seguir en La Moncloa aun a costa de pactar con forajidos y volar la estructura básica de un país que, en el peor de los casos, tiene por lo menos seiscientos años de antigüedad. Si la sociedad española tuviera ahora mismo reaños, y sus representantes -y no hablo solamente de los políticos- calzaran bandullos suficientes, ya estarían pensando en cómo acudir al Artículo 102 de nuestra norma suprema que, en su apartado segundo, reza así: «Si la acusación fuere por traición o por cualquier delito contra la seguridad del Estado en el ejercicio de sus funciones…».
Habla naturalmente de la responsabilidad criminal del presidente. Pues bien: a la espera de que este individuo pacte con los secesionistas la demolición de nuestro Estado Constitucional, ¿no sería ya procedente estudiar muy detenidamente si su conducta miserable, su complacencia dolosa con el forajido de Waterloo responde adecuadamente a lo incluido en el Artículo citado? Pues naturalmente que sí. Los leguleyos de pitiminí, siempre al servicio del poder, «progresista», eso sí, argumentarán, que en un régimen democrático no se persiguen propósitos, sino actos, y esto es falso porque, ¿cómo castigar entonces a los canallas narcotraficantes que intentan llenar de cocaína nuestras calles? O ¿qué se hizo durante los años de plomo deteniendo, cuando se podía, a los terroristas que planeaban atentados sangrientos como los de Txapote o demás asesinos ahora blanqueados por Sánchez?
Es que, como diría un clásico: ¿estamos tontos o qué? Pues parece que lo estamos. Hay que ver con qué mansedumbre de membrillos, gente habitualmente enfrentada al sanchismo, se han dejado aprisionar en el cepo que ha tendido el Gobierno hasta el punto de que hoy mismo son muchos son los que claman al unísono contra el Tribunal correspondiente del Deporte por no considerar que un pico, realizado en torpes momentos de euforia, es mucho más grave que la compra venta de árbitros, o la entrega a un país que asesina a homosexuales como Arabia, de todos los derechos de nuestra Supercopa de fútbol. De verdad: ¿estamos tontos o nos lo hacemos?
El PSOE y su gobierno en funciones, al que algunos medios privan, quizá con toda consciencia, de esta coletilla de «en funciones», pretenden estirar el caso Rubiales como si se tratara de un agravio al ser nacional, un ataque imperdonable a España entera. Lo idiota es que estamos cayendo en esa martingala conviviendo con ellos. Hay que ver qué énfasis utilizan algunos medios presuntamente «de derechas» (otra mentira más) en rebuscar los aspectos más recónditos del pico de Rubiales. Da la impresión que, desde el golpe de Estado de Tejero y sus otros espadones, España no ha sufrido otro asalto más violento a su ser histórico que este pico repulsivo de un sujeto de por sí nauseabundo. Rubiales causa más irritación que la felonía de Sánchez a quien ha votado un tercio de españoles.
El Gobierno ha usado el pico de un tonto del haba para continuar disfrazando su coalición con los separatistas. El fin no es otro que atosigar a los tribunales, en este caso el de Arbitraje del Deporte, el TAD, a que cometa prevaricación y condene a los infiernos al ex presidente consentido de la Federación. ¿Cómo -se preguntan en el sanchismo- nos está haciendo frente este TAD cuando nosotros hemos doblegado incluso al Tribunal Constitucional?, pero ¿qué se cree esta ralea? Estamos asistiendo al infame aprovechamiento de un pico que no tuvo el menor recorrido al principio, ni lo tiene ahora cuando el Gobierno ha hallado en él una cortada para envolver la traición que intenta asentar para que su jefe, el psicópata de encerrar en manos de un fugitivo de la Justicia, siga subido al Falcon presumiendo de faz y de body por toda España. Lo dicho: ¿estamos tontos o qué? ¿Es que vamos a seguir haciéndole el caldo gordo a Sánchez y a su afán destructivo de España? ¿Por qué nos asusta tanto que se invoque, como lo hemos hecho aquí, el artículo 102 de la Constitución que incluya el delito de alta traición del presidente del Gobierno? Dicho queda esto a la espera, naturalmente, de que los niños del coro de Sánchez le rebanen la yugular al cronista.