La peligrosa degradación institucional

La peligrosa degradación institucional
Diego Buenosvinos

En esta España nuestra, donde el esperpento no es sólo género literario sino modo de vida, la degradación institucional se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Un sainete en el que el Poder Judicial es la tabla de salvación de un sistema que se descompone a pasos agigantados, pero también el blanco constante de ataques dirigidos desde los mismos poderes que deberían respetarlo: digamos PSOE y sus colegas de reparto, digamos PNV, ERC, Junts, SUMAR…. Y mientras tanto, el Fiscal General, con su -no dimisión- como estandarte de cinismo, parece más un monumento al inmovilismo que a la defensa del Estado de derecho.

Las cloacas del Estado, esas entrañas sombrías donde se gestan las conspiraciones y las manipulaciones, están más activas que nunca. Recordemos que no hablamos de conspiranoias, sino de hechos probados: desde operaciones orquestadas para desacreditar adversarios políticos, prensa, hasta la utilización torticera de los servicios de inteligencia. En este contexto, uno esperaría que la UCO, la Unidad Central Operativa, brille como un faro de limpieza y profesionalidad. Y en efecto, ahí está: la UCO sigue trabajando en la sombra, resistiendo la presión y demostrando que todavía quedan cuerpos en nuestras fuerzas de seguridad capaces de honrar la palabra justicia más allá de la propaganda.

Mientras tanto, el señor Sánchez, en un movimiento digno de un vodevil tragicómico, vuelve a salir de España para esquivar los escándalos que se acumulan en su gobierno como si fueran ceniza en la chimenea. Y no es para menos: desde la gestión de la pandemia a los casos de corrupción y los reveses políticos, su agenda internacional parece más un guion de evasión que de liderazgo. Eso sí, defiende con vehemencia causas lejanas, como Palestina, mostrando una hombría de gesto que contrasta con la falta de firmeza para afrontar los problemas de casa. ¡Qué ironía! Mientras trata de esquivar la tormenta interna, hace un ridículo internacional que sólo rivaliza con la ceremonia de la amistad con gobiernos que no tienen nada que ofrecer, salvo titulares llamativos y desdén por la transparencia.

¿Y qué decir del Poder Judicial? Como sentenció el jurista Eduardo García de Enterría, «sin justicia independiente no hay democracia real». En España, la independencia judicial está herida de gravedad, sometida a embestidas políticas que buscan erosionar su credibilidad. Y el fiscal general, lejos de dimitir o al menos aclarar sus responsabilidades, permanece impasible, como si la palabra ética fuera un término arcaico que no merece ser pronunciado en la era del marketing político.

El jurista Manuel García Pelayo ya nos advertía de los peligros de convertir la ley en un instrumento al servicio del poder. Pues eso es precisamente lo que está ocurriendo: un gobierno que pretende manipular a su antojo la ley, que utiliza la justicia para sus intereses y que desprecia la separación de poderes. En este escenario, la corrupción no es una excepción, sino la norma.

Y mientras todo esto sucede, la ciudadanía asiste atónita a este espectáculo donde la decencia y la responsabilidad se han convertido en entes invisibles, como fantasmas que todos recuerdan pero nadie ve. La situación es insostenible. España merece un gobierno que no sólo defienda causas ajenas, sino que tenga el valor de enfrentarse a sus propios problemas, limpie sus cloacas y respete la justicia como fundamento de la democracia.

Porque si queremos a este país, debemos dejar de hacer la vista gorda ante esta degradación institucional que nos lleva directo al abismo. España merece algo mejor que un vodevil sin fin, protagonizado por políticos incapaces de entender que la democracia se sostiene con justicia, transparencia y responsabilidad, no con escapismos internacionales ni con cloacas atiborradas de podredumbre.

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