Pedro Sánchez va de farol
Cuando Pedro Sánchez dice en Senegal que es «imprescindible» el retorno de inmigrantes irregulares va de farol. No solo porque 24 horas antes había dicho justo lo contrario en Mauritania. Cuando propuso acoger a 250.000. Este hombre es capaz de cambiar de opinión de un país a otro.
¿Pero ustedes se creen que con una tasa de paro del 14% España necesita inmigrantes? Casi del 30 en el caso de paro juvenil. ¿Qué haremos con los menas cuando, tras cumplir los 18 años, dejen de estar tutelados? Pues probablemente se dedicaran a la pequeña delincuencia si no encuentran trabajo porque también tienen que comer. Como todo el mundo. Sin olvidar otros datos económicos. La deuda externa es de más de 1.600.000 millones, casi el 110% del PIB. Lo digo por prestaciones, subvenciones, subsidios y otras ayudas sociales.
Moncloa se ha inventado la expresión de «inmigración circular». ¿De verdad creen que van a volver tras haber pisado España? No, intentarán buscarse la vida. Cómo explicaban fuentes policiales a OKDIARIO: «No se puede controlar que 250.000 inmigrantes vuelvan a su país».
Además, la inmigración circular no funciona. Y si no pregunten en el Reino Unido o en Alemania tras haber importado mano de obra después de la II Guerra Mundial. Ni los inmigrantes extracomunitarios de las antiguas colonias británicas ni los turcos en el caso de Alemania volvieron a sus países.
De hecho, dos o tres generaciones después hay, en algunos casos, serios problemas de integración. Incluso de inseguridad ciudadana en determinados barrios. Los turcos alemanes no se sienten alemanes, se sienten turcos. Y en la reciente Eurocopa iban con Turquía. Recuerden el caso Özil, aquel ex jugador del Real Madrid. En unas elecciones expresó su apoyo a Erdogan para escándalo de sus compatriotas (alemanes).
A los políticos hay que juzgarlos por los hechos más que por las palabras. Sobre todo en el caso de Pedro Sánchez. Tan proclive a cambiar de opinión como decíamos. Y los hechos desmienten sus declaraciones.
Hasta hace poco defendía la reforma de la Ley de Extranjería. Sin embargo, no para devolver a los inmigrantes sin papeles, sino para repartir, por ley, a los menas por las diferentes comunidades autónomas. Es decir, por obligación.
Es cierto que la ley, que tiene 24 ya años, prevé la expulsión por vía administrativa y por vía judicial. Aunque en el primer caso apenas se cumple. No he oído nunca que hayan expulsado a un inmigrante simplemente por no tener papeles. Como pasa en Estados Unidos, por ejemplo. Y nadie podrá decir que es una dictadura porque llevan más de doscientos años de democracia ininterrumpida. De haber ocurrido, nos habríamos enterado por la presión de las ONGs, los medios de comunicación y los partidos progres. Hubieran puesto el grito en el cielo.
Respecto a las judiciales, tampoco es fácil. Hemos vivido durante años, al menos en Cataluña, con la presión de cerrar los CIE, los Centros de Internamiento de Extranjeros.
Por el de la Zona Franca han pasado, para reivindicar su clausura, desde el presidente del Parlamento catalán, Roger Torrent, y el entonces Síndic de Gregues, Rafael Ribó. A Junts, el mismo partido que ahora ha hecho un giro copernicano en la materia. Debe ser porque sienten el aliento de Sílvia Orriols, la alcaldesa de Ripoll, en el cogote.
Siempre me he preguntado cómo lo harían para cumplir una orden de expulsión si el afectado no estaba recluido en un CIE. Primero que tuviera domicilio conocido y, en este caso, iban a ir a su casa y preguntarle educadamente: «¿Por favor, puede acompañarnos, que lo vamos a expulsar?» Lo pongo solo como ejemplo del populismo en la materia.
Incluso en el caso de expulsiones por decisión judicial, después de la comisión de un delito o haber cumplido la pena, tampoco es fácil. Entre otras razones por que el tiempo máximo de ingreso de permanencia en un CIE son 60 días. En ese período hay que contactar con las autoridades consulares o diplomáticas del país de origen, estas a su vez con el Ministerio de Asuntos Exteriores y este a su vez, supongo, con el del Interior. Para que al final digan: sí, es nuestro. Nos lo pueden devolver.
A los trámites administrativos y burocráticos que alargan el proceso hay que añadir sobre todo la voluntad política del país correspondiente. Teniendo en cuenta que muchos son sociedades fallidas o incluso en guerra. Sin olvidar el costo económico. Imaginen, por citar un ejemplo, en el caso de la expulsión de un pakistaní: billete, policía o policías de escolta, noche de hotel, dietas. Una fortuna. Mejor hacer la vista gorda.
Alemania, tras el atentado de Solingen, ha expulsado a casi una treintena de afganos con delitos penales. Al costo del pasaje, vía Qatar, hay que añadir que les han dado 1.000 euros a cada uno. Tienen que estar, a pesar de la desgracia, contentísimos. Un millar de euros debe ser una fortuna en el país de los talibanes.
¿Saben por qué los inmigrantes, en cuanto llegan a nado a Ceuta o pisan territorio nacional, besan el suelo o dan muestras de alegría? Porque saben que su expulsión es dificilísima, por no decir imposible. Para devolver a alguien tienes que saber también de qué país procede. Y lo primero que hacen en la travesía es deshacerse del pasaporte. Yo, francamente, no sabría distinguir a un marroquí de un argelino. O a un senegalés de un gambiano. Sin embargo, no me malinterpreten: tampoco a un coreando de un chino.
Todo ello, sin menoscabo, de admitir que la inmigración es un drama. Nadie quiere irse de su tierra. Y que además se juegan el pellejo en el Atlántico o en el Sáhara. Pero déjenme decir también una cosa: los primeros en traficar con personas extranjeras son los propios extranjeros.
Y que tenemos que dejar al lado los complejos. Una izquierda política y mediática hace retroceder la inmigración al colonialismo europeo. Perdone, yo no tengo nada que ver con la explotación colonial. España, en realidad, apenas tuvo colonias en el continente africano.
Por otra parte, tras sesenta años de independencia, la primera responsabilidad del bienestar de senegaleses, gambianos, mauritanos o marroquíes es de sus respectivos gobiernos. Y, en algunos casos, los gobiernos actuales son mucho más corruptos que los gobiernos coloniales. No me hagan decir nombres.
Occidente tiene cosas buenas y malas. Como todo el mundo. Es capaz de lo peor y de lo mejor. Occidente es Auschwitz y la cárcel de Abu Ghraib. Pero también la democracia liberal, la división de poderes o la separación Iglesia-Estado. Estos que a veces reivindican los derechos del colectivo LGTBI que pregunten en la mayoría de países islámicos. O incluso en Gaza, ahora que se ha puesto de moda las banderas palestinas. Europa es también el respeto a las minorías y a los derechos sexuales. Faltaría más.
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