Opinión

OTAN: desvergonzada apropiación indebida

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

En el informativo de las tres de la tarde del pasado lunes, la presentadora de una de las dos cadenas del duopolio televisivo proclamó: “El 30 de mayo de 1982 Felipe González firmó la adhesión de España a la Alianza Atlántica”. Tan pancha. ¿Ignorancia, mala fe o manipulación histórica? Lo más generoso sería pensar que los editores de este telediario son unos berzas que guardan un desconocimiento colosal sobre nuestra Historia más reciente, próxima porque tampoco aquel conocimiento sucedió en el Paleolítico superior. Quedémonos con esta opción. Sucede, sin embargo, que Sánchez y toda su cohorte de pantagruélicos arrebatacapas han organizado la conmemoración del cuadragésimo aniversario de nuestra incorporación a la OTAN como si fuera suya, como si fuera realmente el legado decisivo del PSOE a la normalización democrática del país. Y eso es una radical mentira. Es un aprovechamiento inmoral muy acorde con el desahogo con el que actúan estos sujetos. Porque la verdad es otra. Muy distinta. Totalmente opuesta.

Tras la dimisión de Adolfo Suárez en enero de 1981, Leopoldo Calvo Sotelo fue elegido su sucesor. Como tal pronunció su discurso de investidura en el Parlamento de la Nación y en ese texto, perfectamente consultable, estableció como prioridad absoluta la entrada de España en la OTAN. Llegado aquel momento del anuncio, la bancada socialista prorrumpió en una broca descomunal, trufada de agravios incluidos. Aquel mismo día, en los pasillos del Congreso de los Diputados, el entonces portavoz del PSOE, Gregorio Peces Barba, se expresó así ante los periodistas: “Vamos a dejarnos la vida en impedir que lo que ha dicho el presidente se cumpla”. ¡Y vaya si se emplearon en eso! De tal forma que el PSOE de Felipe González, con Alfonso Guerra de jefe de artificieros, articuló mil protestas interiores y muy especialmente maniobras exteriores en los estados en los que el socialismo ostentaba entonces el poder. Calvo Sotelo, acompañado en el menester por Pérez Llorca, un ministro que no era precisamente el más valiente de sus gudaris, tuvo que trabajar a fondo y primero viajó a Bonn, a la sazón capital de la República Federal Alemana, para conseguir que su canciller, el socialista Helmut Schmidt, no boicoteara nuestra iniciativa. Lo consiguió, pero le quedaba lo más difícil: Grecia, país en el que su primer mandatario, Yeoryos Papandreu, líder del Movimiento Socialista Panhelénico, había avisado que vetaría radicalmente nuestro ingreso en la organización. De pronto, ya en Atenas, el secretario general de la Presidencia del Gobierno español, Luis Sánchez Merlo, consiguió que la ministra de Cultura, la monumental actriz Melina Mercouri, se dejara invitar a cenar y en el sarao se ofreció para actuar positivamente de mediadora ante su jefe. Así de sencilla y curiosa fue la historia.

El PSOE, que ahora se arroga para sí el beneficio de aquel ingreso que posibilitó después la entrada de España en la Comunidad Europea, que así se llamaba entonces la actual Unión, fiel a las advertencias de Peces, montó un entramado de protestas que culminó en el gran mitin contra la OTAN organizado por la dirección del partido. El mitin fue multitudinario y la UCD de entonces, ya rota por aquí, acá y acullá, no supo qué responder, entre otras cosas porque en el propio Gobierno de Calvo Sotelo moraban ministros que, literalmente, consideraban aquel ingreso una “provocación innecesaria”. Lo mismo pensaba el presidente del partido, Agustín Rodríguez Sahagún, muy fiel a las dudas de su mecenas político, Adolfo Suárez. En el mitin, presentado por los periodistas Luis del Olmo y Alejo García, se hizo famosa una pancarta brutal, luego retirada, en la que unos energúmenos habían escrito la siguiente leyenda: “Calvo Sotelo, asesino”.

Un colaborador muy estrecho del presidente me ha recordado ahora mismo lo siguiente: “Los socialistas mintieron en todo, y sobre todo en la denuncia de que no habían recibido información del Gobierno sobre el particular”. Mentira. Añade:”Las visitas de Felipe González a la Moncloa eran incesantes; tanto que le recibíamos y antes de que se entrevistara con Calvo Sotelo le presentábamos todos los papeles que nos enviaba el Cesid, el precedente del CNI de ahora mismo”. En la campaña de desinformación torticera que había articulado la oposición, estos “pequeños detalles” les importaban una higa a los felipistas, que ya habían pactado con el grupo socialdemócrata de la exangüe UCD su arribada, vía el ficticio (y pagado por el PSOE) Partido de Acción Democrática, su aterrizaje en el Partido Socialista. Todos los pormenores de aquel episodio, el ingreso de España en la Alianza Atlántica, los recogía casi a diario Calvo Sotelo en unas libretillas que nunca se han convertido después en un libro. Sus descendientes se las entregaron insólitamente a un par de catedráticos de la Universidad de Valladolid y de las confesiones, como en las historias del finado Fernández de Pepe Iglesias El Zorro, nunca más se supo.

Más tarde, año 1986, llegó la conversión atlántica de González y, tras una pirueta parlamentaria patética, se convocó un referéndum apoyado en dos promesas: primera, que España nunca se integraría en la estructura militar de la OTAN y, segunda, que nuestro país apostaba por la formación de una entidad más menos armada dentro de la Comunidad Europea. Dos promesas, ya se ve a estas alturas que perfectamente incumplidas. Sobre el referéndum en cuya propaganda se incluyeron toda serie de presiones, vale también incorporar este recuerdo: un director de periódico de fingida actitud independiente, advirtió a dos de sus principales columnistas: “Si no podéis escribir a favor de la OTAN, no escribáis”. Todo un ejemplo. El referéndum se ganó de aquella manera. ¿De aquella manera? Pues sí, otro recuerdo: un año después, el portavoz de la Minoría Catalana en el Congreso. Miguel Roca, nos dijo a cuatro periodistas: “A las seis de la tarde del día de la votación, el NO vencía claramente sobre el SI, ¿qué pasó en esas dos horas hasta las ocho? Nunca se sabrá”.

Sospechas aparte, ahora Sánchez, ayuno de buenas noticias, se ha refugiado en la OTAN y en su propia reunión de los días 29 y 30 de junio, para intentar parar la caída libre en la que se encuentra. Se ha apropiado bochornosamente de un acontecimiento, el ingreso de España en la Alianza, que no le pertenece en absoluto. ¡Qué pena que su correligionario, Javier Solana, luego secretario general en Bruselas, no le haya refrescado las meninges; él, Solana, que había sido el coautor del famoso eslogan: “OTAN, de entrada NO”, lo transformó luego en este otro: “OTAN, de entrada NO y de salida TAMPOCO”. El lunes, el trilero vendepatrias que aún nos gobierna se ha apropiado directamente de un acontecimiento que su partido vilipendió y que él ha presentado como cosa suya. Todo esto sin que él y, de forma sorprendente, nuestro Rey, Felipe VI, mencionaran una sola vez a Leopoldo Calvo Sotelo. Una atrocidad historicida.