Opinión

Monas de seda

En medio de esta situación bochornosa y lamentable en la que nuestros políticos han demostrado no estar capacitados para gobernar, ni para dialogar, ni para presentar un proyecto que inspire confianza y ni siquiera para dar un discurso que suene medianamente sensato, algunos están intentando que cuaje una feliz idea: si Rajoy se aparta todo será más fácil para que el PSOE deje gobernar al Partido Popular. Dicho de otro modo: pretenden aplicar lo de «muerto el perro se acabó la rabia». ¿Es esto cierto? Resulta obligado un cambio de liderazgo en las formaciones políticas, pues han sobrepasado todos los límites de nuestra paciencia como espectadores, votantes y, en definitiva, ciudadanos que les aguantamos día sí y día también con su particular teatro. Todos han perdido la mucha o poca credibilidad que tenían —si es que la tuvieron—. De manera especial, alguno ha dejado de ser una estrella del pop para convertirse en el pesado de la canción del verano que sigue con su soniquete en otoño, invierno y primavera.

Si llegaran caras nuevas ante las próximas e inevitables elecciones, darían un toque de dinamismo a este día de la marmota. Para que tuviera sentido sería necesario que lo hicieran acompañadas de equipos diferentes con líneas y estrategias de trabajo distintas. Sería de agradecer porque nos han saturado y un simple cambio de caras sería llamarnos idiotas. Reducir esta cuestión a Rajoy es tan absurdo como afirmar que si él se marcha el PP quedaría limpio de toda sospecha de corrupción. Necesitan, por tanto, una «mano inocente» dispuesta a limpiar todo el lodazal en el que se ha convertido la organización de la calle Génova y hacerlo de manera urgente, sin titubeos.

En el PSOE, tres cuartos de lo mismo. No basta con «cargarse» a Sánchez —parece ser el único objetivo para muchos— sino más bien terminar ya con una manera de hacer política absurda, vacía de contenido, donde los «Luenas, Hernandos y compañía» deberían plantearse que ya va siendo hora de cotizar a la Seguridad Social lejos de los tentáculos de Ferraz. Renovar una organización que ha perdido su identidad, ha pisoteado la democracia interna y humillado a la militancia. En Podemos habría que sentarse a contemplar si lo que es un partido pero no es un partido, que es de izquierdas pero no es de izquierdas ni de derechas, que se supone horizontal pero que es más vertical que los sindicatos falangistas, que va de «adalid de la modernidad» pero rezuma olor a baúl de ropa vieja, en definitiva, un tinglado montado desde el vértice de una pirámide donde el Faraón es principio y fin en sí mismo. Lo demás puramente un decorado. ¿Sobreviviría un asalto si Iglesias se plantease bajarse de los cielos?.

Ciudadanos, en la misma línea de Podemos, muy posiblemente sería incapaz de dar dos pasos sin la figura de Albert Rivera. Y es que parece mentira que tanto discurso con «el cambio» nos haya traído formaciones mucho menos democráticas que las que ya existían —y ya es decir—. Tanta segunda transición, tanta transformación, transparencia y bla bla bla, que a la hora de la verdad está demostrando habernos llevado a un tiempo muy lejano. Pónganse camisas de cuadros, blancas, trajes caros o baratos, con corbatas o sin ellas, hagan lo que quieran. Pero por mucho que se vistan de seda, sus organizaciones siguen necesitando un repaso democrático y ético para poder ofrecerle algo a este país. No basta con quitarse del medio -que también es necesario- sino con algo mucho más profundo. Y si no son capaces de ver esto en sus propias organizaciones, ¿por qué piensan que serían buenos para gestionar nuestro país?