Mano dura contra la inmigración ilegal en Dinamarca

La aparición de los partidos llamados identitarios o populistas ha alterado la política en los países europeos, pero no como esperaban los periodistas y politólogos de izquierdas.
En los años 80, el francés François Mitterrand ordenó llevar a la televisión pública a Jean-Marie Le Pen y cambiar el sistema electoral, pensando que eso fracturaría a la derecha y, en consecuencia, los socialistas tendrían asegurada la victoria durante décadas. Sin embargo, los que se están cayendo del tablero son los viejos partidos socialdemócratas y los que parecían designados para sustituir a éstos, los ecologistas.
Donde se han celebrado elecciones parlamentarias en los últimos meses, como Portugal, Alemania y Austria, el primer partido de izquierdas bajó al tercer lugar. En Austria la condición de más votado fue para el FPÖ y contra él se han aliado los populares, los socialistas y los liberales. Y en Alemania, los socialdemócratas del SPD han tenido que aceptar una nueva gran coalición, cada vez más reducida, con la CDU-CSU. Por último, en las presidenciales de Rumanía y Polonia, los candidatos autoidentificados como de izquierdas quedaron en quinto lugar.
Con Francia y con Italia gobernadas la primera por un caudillo liberal y la segunda por una coalición de derechas encabezada por la jefa de un partido identitario, el único gran país europeo aún dirigido por la izquierda es España. En esta reunión de ciegos, se ha elegido al tuerto Pedro Sánchez presidente de la Internacional Socialista.
Pero el PSOE no gobierna gracias a una mayoría absoluta como la que consiguió el socialista Antonio Costa en la Asamblea portuguesa en 2022, con más de un 40% de los votos. Aunque quedó segundo en las elecciones de julio de 2023, Sánchez se mantiene en la presidencia gracias a que ha entregado el Estado y la nación a esa excepcionalidad española, que son los partidos separatistas; de ninguna manera gracias a una renovación ideológica o a un programa. Es decir, recurre a la compra de escaños en el Parlamento, un viejo método ya usado en Grecia y Roma antes de Cristo.
Entonces, ¿adónde pueden mirar los izquierdistas europeos en busca de un modelo que les saque del pozo en que se han metido? A Dinamarca.
Mette Frederiksen, presidenta del partido socialdemócrata desde 2015, es primera ministra desde 2019 y ha ganado dos elecciones, en 2019 y 2022. A la vez, la pesadilla de las izquierdas, los centristas y los activistas de derechos humanos de su país, el Partido Popular Danés, sufrió sendas derrotas que le han acercado a la desaparición. Y la razón es que Frederiksen ha hecho cambiar al principal partido de la izquierda en su política respecto a la inmigración.
Dinamarca fue el primer país del mundo en firmar, en 1951, la Convención de las Naciones Unidas para la protección de los refugiados y abrió sus fronteras a decenas de miles de éstos, que en los últimos años provienen de Oriente Próximo y África (sirios, afganos, eritreos…), cuyas ganas de integrarse y de trabajar son, como demuestran las cifras, escasas. Ahora, de los 5,8 millones de daneses, más de un 11% es de origen extranjero.
En 2018, el Gobierno conservador logró aprobar en el Parlamento la llamada ley antiguetos, cuyo objetivo consiste en que en 2030 ninguna área residencial de Dinamarca supere un 30% de vecinos no occidentales. La apoyaron los diputados del Partido Popular y, también, los del socialista, que ya dirigía Frederiksen. En cuanto accedió al Gobierno, la socialista no le ha temblado la mano al aplicarla.
En un congreso de partidos socialistas europeos celebrado en Lisboa en diciembre de 2018, Frederiksen indignó a sus correligionarios, sobre todo del sur, cuando se levantó para reprocharles que habían perdido la confianza de sus electores por no protegerles de una globalización que, dijo, está aumentando la desigualdad, reduciendo sus derechos laborales y alterando sus ciudades con la inmigración.
No ha participado en ningún cordón político, como se hace en la vecina Alemania, y se ha reunido varias veces con el líder del hoy agonizante Partido Popular. También aprobó medidas como la expulsión de los solicitantes de asilo a un centro de acogida en el norte de África, mientras se tramita su solicitud, así como la obligación de trabajar 37 horas a la semana para los inmigrantes que reciban prestaciones públicas.
Las consecuencias de la inmigración extraeuropea ilimitada las están sufriendo los daneses antes que los españoles… y también están reaccionando con más vigor y sensatez. Por un lado, han descubierto que los inmigrantes no venían a pagarnos las pensiones. El Parlamento nacional acaba de aprobar el aplazamiento de la edad de jubilación, que se encuentra en los 67 años, de modo que a partir de 2040 será los 70 años. Y por otro se legaliza la expulsión de inmigrantes que cometan delitos.
Hace unos días, Frederiksen anunció que prepara la ampliación de la ley que prohíbe en la calle los velos que usan algunas mujeres musulmanas a los colegios y las universidades. Y no le importan los gritos que lleguen de Bruselas, porque el pueblo lo acepta y ella gana elecciones. A este paso, en Europa sólo la izquierda danesa sobrevivirá… si continúa haciéndose populista.