De Maduro a Hong Kong
Rodríguez Zapatero y Podemos van a sentir una pulsión fetichista si la República Bolivariana de Maduro consigue ocupar un escaño en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. En la ONU babilónica todo es posible, aunque el mundo haya cambiado después del derrumbe del muro de Berlín, la erosión del orden bipolar y el impacto de la globalización. Dados los precedentes y aun siendo una contradicción abismal, la aspiración de Maduro no choca con el informe de Michelle Bachelet, alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, un informe inapelable sobre la violación sistematizada de esos derechos en Venezuela. En los años de la Guerra Fría, cuando en la ONU Moscú pastoreaba el bloque árabe y los países no alineados, el veto soviético sobrecargó la organización de disfunciones.
Luego, la ONU no ha sido capaz de adaptarse a los nuevos tiempos y siguen como miembros permanentes del Consejo de Seguridad las potencias nucleares –EEUU, Rusia, Francia Reino Unido y China–, vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, con poder de veto. Hay en cartera un buen fajo de propuestas de renovación, pero la demora es intrínseca. En general, la ONU parece sobrevivir sin rumbo fijo, siempre con bulimia de burocracia y nuevas comisiones, aunque la mejor salida no sería –según pretenden algunos republicanos en Washington– finiquitarla. Ahí tenemos un limbo planetario en el que Maduro intentará blanquearse si los países más sensatos no le paran los pies.
El secesionismo catalán también ha tocado a todas las puertas de la ONU. En realidad, ha tocado a todas las puertas habidas y por haber, mientras la Moncloa de Rajoy permanecía pasiva. El resultado de sus maniobras es ínfimo –aunque sin duda con graves costes para el contribuyente– pero la repercusión mediática ha sido inicialmente significativa. De la ONU ha sido muy citado el informe no vinculante de un grupo de trabajo, uno más en la laberíntica e inoperante sucesora de la Sociedad de Naciones, que vio indicios de arbitrariedad en la prisión provisional de los líderes independentistas. Es tan impactante la magnitud del informe que las columnas del Tribunal Supremo han temblado, al menos según el ‘bunker’ de TV3. Que el independentismo lo intente tiene su lógica, pero la tiene menos el seguimiento emocionalista y crédulo de esas pseudo-verdades que enturbian constantemente la convivencia en Cataluña. Sin “fair play” y taquígrafos de verdad el pluralismo retrocede al estadio jurásico.
Con afanes de mártir, ahora el también fetichista Quim Torra –presidente de la Generalitat y máximo representante del Estado en Cataluña- propone como modelo de respuesta ante la sentencia del Supremo la imitación de las protestas de Hong Kong. El nacionalismo catalán ha propugnado el modelo báltico, el eslovaco, la primavera árabe, el quebequés y ahora se dice dispuesto a ocupar los aeropuertos como los estudiantes de Hong Kong. Es lo de menos que los problemas de Hong Kong provengan de la retirada de Gran Bretaña –bandera que arrió el formidable gobernador Chris Patten– y la llegada algo siniestra del poder comunista chino, a pesar de la fórmula de “un país, dos sistemas”. Si los estudiantes se manifiestan es porque Pekín intenta reducir los dos sistemas a uno solo.
En el Hong Kong colonial, el Reino Unido garantizó los derechos y libertades, la economía de mercado, la seguridad jurídica y la prosperidad, aun siendo un régimen de gobierno sin una democracia amplia. Ahora Torra reinterpreta esos hechos: según su versión, es la España constitucional la que niega los derechos en Cataluña y por eso hay que buscar el gran desbarajuste en los aeropuertos. Pero la garantía de la libertad en Cataluña es 1978 y no un segundo estatuto que nadie quería y que fue aprobado con un 51 por ciento de abstenciones. Con bocatas y autobuses, eso se arregla el miércoles 11 de septiembre.
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