Lo que Sánchez nos ha robado
¡Ay, mísera de mí! Yo tenía que estar de vacaciones en el norte, disfrutando el aperitivo hasta empedarme, viendo lo que echen por la tele con mi madre, tomando de la mano a mi papá… Paseando a mis perros con rebequita y pensando lo bien que come y lo mal que viste todo el mundo en mi ciudad natal, otrora vascuences elegantísimos.
¡Ay, infelice! De no ser por Mr. Sánchez, y su gracieta 23J, ahora mismo estaría escribiendo de los espantos del traje de baño, del hombre (y la mujer) en paños menores, y desinhibidos, traumas que sólo pueden neutralizarse en un caudal infinito de tinto de verano o Aperol Spritz.
Pero Sánchez, nos ha robado los Aquaparks, las barracas, los castillos hinchables, lugares todos ellos que homenajean el fin de nuestra especie y con razón.
No es nada nuevo que para Sánchez, el fin justifica los medios, un debate muy de secundaria, donde podríamos pertenecer a cualquiera de las dos posturas según el fin, según qué medios. El problema, como dicen ex altos cargos del PSOE en el documental (su visión es inexcusable) sobre nuestro presidente por cuatro días, es que El autócrata (así se titula) hará cualquier cosa ante nuestras narices alucinadas y nuestras bocas abiertas, sin vergüenza, sin pudor. El resto no cuenta, el resto no vale, el resto no existe.
Medio verano en Madrid (que parece media vida) esperando a que Sánchez se marche, ¿se imaginan que no lo hace? ¿Qué se queda, después de toda la adrenalina y el coñazo? Dediquen un minuto a valorarlo en medio de este tórrido día de este julio de tránsito…
Con independencia de las alarmantes noticias en cuanto a los 500.000 españoles que no están pudiendo ejercer su derecho al voto a través de correos, tal como Sánchez esperaba, y de los muchos que se quedarán con su deseo de votar en la tartera… Lo peor del 23 J de Sánchez es que nos ha robado el verano que tanto necesitábamos, con su consabida y despreocupada felicidad pseudóloga.
Grupos de WhatsApp enfurecidos, pódcast alarmistas, columnas apocalípticas… Sánchez nos ha robado la semántica veraniega. Sí, nos ha robado el verano 23, e insisto en esa expresión adocenada y hortera, como el calimocho, como el verano mismo, que el presidente, en cuenta atrás, nos ha robado; con todo su cortejo de horrores tan nuestros y tan esperados, con su baticao, su coctelcao y su maracao. Que hasta el pestilente ruido que producen las chancletas por todas partes, ese acompasado, sospechoso y repelente flip flop, ha sido sustituido y eclipsado por los debates y entrevistas electorales y por las broncas entre amigos. Y por su cara de guapo random en portarretrato de la sección deco en El Corte Inglés.
No sé ustedes, pero yo ya no tengo permeabilidad para más campaña y contra campaña política, para más mandangas energúmenas y polarización. Incluso, me he alegrado de la muerte de la pobre Birkin (de pobre nada) ya saben, la actriz, cantante y modelo británica (famosa por estilosa, escandalosa y por su relación musical, estética y frenética con el cantante francés Serge Gainsbourg), para poder pensar en otra cosa.
¿Y qué fue de este verano? De nuestro innegociable momento de laxitud universal, rebosante de obscenidad infantil, que es la peor, por su despiporre moral, físico e intelectual, donde nos volvemos antinormativos, desconcertados por los cambios atmosféricos y horarios.
Pero volvamos a Campamento Sánchez… El verano normalmente huele a Caribe mix, a verbena y al sonido del abanico golpeando el pecho de las «señoras que» lo agitan tanto que sudan más. Y a los amores de juventud, sexo en la playa, sangre y arena, minishort, culamen, selfies, fogatas… Pero ¿a qué huele este verano enrarecido y machacón?
Personalmente, detesto el calor y sus rigores, me producen malestar físico y psicológico, una anhedonia pegajosa y sorda que estos comicios a destiempo han agravado para todos, donde las madres no sentimos ganas de abrazar a nuestros hijos, ni las parejas recientes de hacer manitas, ni los glotones de precipitarse al veraniego bufet: esa hermosa figura, ya casi poética de la gastronomía estival sin fronteras.
De no ser por Sánchez, el chistoso, yo ahora estaría escribiendo de las rebajas o del bufet. Dos fenómenos donde el verano encontraba su metáfora más gráfica, hallazgos perversos de la plétora capitalista que ponen al descubierto la verdadera naturaleza del Sapiens Sapiens… Su desmesura y su desvergüenza.
Pero hoy, tristemente, tengo que dar cuenta de Feijóo y de las encuestas, y me salen telarañas. Y me niego. Y volviendo a la gastronomía, un verano sin sus intoxicaciones masivas, sus infecciones intestinales, sin sus sudores fríos, sus micosis cutáneas, sin su pie de atleta, no es verano ni es na. Entreguémonos a ellas y pasemos de Sánchez.
Sí, Sánchez nos has robado el verano… Donde eran protagonistas las nalgas desparramadas, las espaldas peludas, las barrigas desvergonzadas, los trajes multicolores, los tríceps descolgados abrazando la excitación más primitiva, la de una inmensa cola. Y esos muslos acribillados por el mosquito tigre prestos a deslizarse por un tobogán donde antes lo hicieron otros miles.
Sí, por supuesto, Sánchez, nos has robado nuestros mitos, como el fabuloso contraste detecta-meados piscineros: necesario en países tercermundistas como el nuestro. Y todas esas sanísimas preocupaciones de antes… Sí, Sánchez, ¡que te vote Txapote!
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