Opinión

Los ‘lacitos’ meten un gol a Europa en la portería francesa

Este lunes, 41 senadores franceses firmaron un infame manifiesto en el que instan a su Gobierno y al resto de países de la Unión Europea a que intervengan –interfieran, más bien- en el asunto catalán para denunciar la represión de los «representantes políticos encarcelados o forzados al exilio» porque existe «una verdadera vulneración de los derechos y las libertades democráticas» en España y lamentan que «la gravedad de esta situación sea subestimada». El disparate es mayúsculo no solo por el contenido del panfleto, impropio de la cámara de representantes de una de las democracias más solventes y antiguas, sino porque ha sido firmado por un 12 por ciento de los senadores de toda casta y linaje.

El gobierno de Macron, a cuyo partido pertenecen algunos–dos, para ser exactos- de los senadores firmantes y que debía, por tanto, conocer con antelación la iniciativa, desautorizó, después de muchos contactos a los largo del día, el escrito reiterando “su compromiso constante con el respeto al marco constitucional de España». Gesto tardío que fue agradecido por España.

De lo ocurrido ayer, nada desdeñable, se pueden hacer varias consideraciones. En primer lugar, sobre nuestro gobierno: el combate por evitar que las mentiras independentistas cuajen fuera de nuestras fronteras debería ser una prioridad para el Ejecutivo español y para nuestra diplomacia y, lamentablemente, España ha encajado un gol por toda la escuadra. En segundo lugar, convendría que Europa, que ha sufrido como nadie los zarpazos de los nacionalismos en el siglo XX y que tiene 276 regiones expuestas a este tipo de pulsiones -incluyendo los independentismos corso y bretón en la propia Francia-, sepa identificar el riesgo que para su estabilidad supone contemporizar con la ruptura del orden legal.

España ha vuelto a ser un tubo de ensayo y, en la medida que la vieja y despistada Europa, abogue por blanquear al golpismo del siglo XXI, Cataluña no será la única región europea que intente el salto al vacío. En un mundo global, de corrientes y movimientos políticos interconectados, a Europa este tipo de gracietas le pueden salir muy caras.