Kissinger: «Estamos como en los días previos a la I GM»

Kissinger

Hiroshima tenía un mensaje claro para Rusia -y China- al celebrarse en esta ciudad que, junto con Nagasaki, está en la Historia universal porque fueron elegidas como objetivos militares por los Estados Unidos para lanzar sobre ellas las dos primeras bombas atómicas, a fin de conseguir la rendición del Japón y dar por finalizada la Segunda Guerra Mundial, que ya había acabado cuatro meses antes en Europa. Hiroshima posee el doloroso honor de ser la primera ciudad del mundo que padeció los efectos de la bomba atómica el 6 de agosto de 1945, seguida por Nagasaki tres días después, tras lo cual el emperador del Japón declaró la rendición el 15 de agosto, formalizada ante el victorioso general MacArthur el 2 de septiembre en la cubierta del acorazado Missouri atracado en la bahía de Tokio.

Según las conclusiones de la cumbre, parecería que se había elegido Hiroshima precisamente con la intención de que los dirigentes allí reunidos anunciaran la decisión adoptada por unanimidad de «apoyar incondicionalmente» a Ucrania en lo económico y lo militar, hecha pública además en presencia del mismo Zelenski invitado al efecto. Aparenta ser una contradicción que para un acuerdo de ese tipo fuera elegida una ciudad que es hoy símbolo del pacifismo y del rechazo a la proliferación nuclear. Incluso Joe Biden ha abierto allí la puerta a una potencial escalada militar al aceptar que se entrenen pilotos ucranianos con los F-16, los aviones de caza codiciados por Ucrania, decisión ya calificada por Putin como «un error colosal» que va a provocar una escalada militar de imprevisibles consecuencias.  No es, por desgracia, una advertencia ni ociosa ni demagógica en la actual situación, a la que no debería volvérsele la espalda.

Resulta tan significativa como decepcionante y preocupante, que a estas alturas de la guerra -que pasado mañana cumplirá 15 meses de duración- todos los esfuerzos estén volcados en una victoria militar que resulta utópica frente a una Rusia con el armamento convencional y nuclear del que dispone. Las duras referencias dedicadas a China han molestado sobremanera en  Pekín -que ha calificado a los 7 de «Club de ricos» y «alejados de la realidad»-, ante lo cual los europeos del Grupo han procurado atenuar su alusión, porque su economía y tecnología tampoco son ajenas a China.

En cambio, Hiroshima hubiera sido una sede idónea para plantear un realista y ambicioso plan de paz, por lo que parece una ocasión perdida. Realista implica reconocer que haber extendido las fronteras de la OTAN -incumpliendo compromisos anteriores negando esa eventualidad- hasta la práctica totalidad de su frontera oriental con Rusia, significa otorgarle tratamiento de enemigo al que al mismo tiempo se humilla. ¿Aceptaría EEUU la presencia de bases militares rusas en su frontera con México al sur, o en el norte con Canadá? La respuesta ya la dio el presidente Kennedy en octubre de 1962 ante la instalación en Cuba de los misiles por el líder de la Unión Soviética Kruschov, para forzar la retirada norteamericana de Berlín, que llevó al mundo al borde de un escenario de guerra nuclear: «No quieras para los demás lo que es inaceptable para ti». Salvo que se pretenda con esa actuación lo que está sucediendo ahora.

Henry Kissinger, en vísperas de cumplir 100 años este sábado 27 de mayo, pero manteniendo plena lucidez a juicio del acreditado periodista del semanario The Economist que le ha entrevistado, ha hecho unas declaraciones que merecen ser tenidas en consideración por tratarse precisamente de quien conoce como pocos a China. Ha aconsejado que EEUU apacigüe su relación con Xi Jinping, expresando el riesgo de un enfrentamiento que sería catastrófico para la humanidad. Ha llegado a afirmar que «la situación en torno a Taiwán recuerda a la de las fechas previas a la Primera Guerra Mundial», lo que merece cuando menos una seria reflexión. Aquella guerra, como es sabido, trajo causa del atentado de Sarajevo contra el Príncipe heredero del imperio austrohúngaro el 28 de junio de 1914. Las crónicas narran cómo en Viena y en París la población disfrutaba del verano en las terrazas y paseos, ajenos al cataclismo que un mes después se desencadenaría en Europa.

 

 

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