Opinión

Kamala, una calamidad a la que no soportan ni en su partido

En la clásica comedia romántica Pijama para dos, un creativo publicitario calavera protagonizado por Rock Hudson inventaba falsos anuncios de un producto igualmente falso -VIP- para ligar con jovencitas a las que prometía una brillante carrera de modelo publicitario. Un técnico de la agencia se encuentra las grabaciones y las manda a las cadenas de televisión, creando un dilema para la agencia cuando el público empieza a demandar el misterioso VIP. Habían creado una enorme expectativa para un producto que ni siquiera existía.

Algo parecido sucede con Kamala Harris. Si hemos de creer las últimas encuestas en Estados Unidos, la candidata demócrata le lleva una ventaja de tres puntos a Donald Trump en intención de voto para las presidenciales de noviembre, 48% frente a un 45%. Claro que si hubiéramos creído las encuestas en 2016, sabríamos que las posibilidades de Trump de llegar a la Casa Blanca eran virtualmente nulas.

Las encuestas sesgadas, más prescriptivas que predictivas, forman un pack con toda la grandiosa campaña demócrata para convertir en candidata viable a una absoluta nulidad de cuota como Harris, aupada deprisa y corriendo en un golpe palaciego en el que, de repente, la evidente demencia senil del presidente Biden dejaba de ser fake news para convertirse en el relato oficial y el resultado de las primarias se tiraba a la papelera sin mucha ceremonia.

Harris es un desastre, pero reúne las precondiciones electorales que llevaron a Biden a escogerla como compañera de tándem en las pasadas presidenciales: es mujer y es, como dicen en Norteamérica, de color. Y no es esta una acusación aventurada: el propio presidente anunció, antes de escogerla, que su compañero de fórmula sería mujer y «negra», aunque aún desconocía quién sería la elegida.

Pero ahí terminan sus aspectos electoralmente vendibles. Porque, en todo lo demás, Harris es una verdadera calamidad a la que no soportan ni en su partido. Como vicepresidente ha sido un cero a la izquierda, y cuando Biden le encargó ocuparse del control de la frontera sur la convirtió en un inmenso coladero. Nadie sabe con precisión cuántos extranjeros han entrado ilegalmente a Estados Unidos durante el mandato de Biden-Harris, pero se calcula que la cifra superaría los diez millones, 7,2 sólo por la frontera con México, una cifra superior a la población de 36 estados de la Unión considerados individualmente.

Como el defenestrado Biden, la candidata mejora solo cuando calla. Sus declaraciones son una insufrible combinación de trabalenguas y clichés inanes, aderezada con una risa de bruja malvada de Disney que su equipo de campaña quiere reprimir a toda costa.

La candidata, rodeada del mejor hype que se pueda comprar con dinero, ha permanecido un tiempo récord sin comparecer ante los periodistas, y cuando lo ha hecho -como en la reciente entrevista en «la cadena amiga» CNN- ha sido para mal.

En un truco que comparte con la izquierda española, hace esfuerzos por desvincularse de su presencia prominente en la Administración Biden, y habla del gobierno como si fuera oposición. Sus escasísimas propuestas concretas se dividen en dos grupos: las que roba a la campaña de su rival y las que ponen de los nervios al estamento económico y financiero por su carácter utópicamente socialista.

Entre las primeras hay algunas insignificantes, como la de no gravar fiscalmente las propinas, y otras de un descaro monumental, como la de construir un muro para detener la inmigración ilegal, la promesa estrella de los trumpistas. Y no es que Harris hubiera ignorado el (inexistente) muro de Trump: lo criticó repetidamente de todas las formas, llamándolo estúpido y «antiestadounidense». Pero, como Sánchez, Kamala cambia de opinión a placer, y ahora se ha comprometido a gastar cientos de millones de dólares para construir un muro.

Pero las propuestas del segundo grupo, las originales, son para echarse a temblar, que es lo que están haciendo los más avispados economistas y financieros: control de precios de los alimentos (una medida que siempre y en todas partes ha llevado al desabastecimiento) y nuevos impuestos a las «ganancias no realizadas» (literalmente).

Sin embargo, nada de esto importa demasiado, como tampoco importa que en las primarias demócratas Kamala apenas superase el 2% del voto y tuviese que retirarse en la primera fase. Estas elecciones, como las pasadas, solo tienen un protagonista: Donald Trump. Quienes aman a Trump votarán a Trump, y quienes le odian o temen votarán a Harris, como podrían votar a una escoba que presentasen los demócratas como candidato.

Hay observadores más o menos conspiranoicos que ven en las encuestas trucadas un medio para preparar al público para un fraude electoral masivo, algo que en Estados Unidos es mucho más fácil de lo que se cree a este lado del Atlántico, porque sería la única manera en que podría ganar una nulidad como Harris. Siento disentir. Kamala puede ganar (más o menos) limpiamente, pero no por méritos propios, sino por la más electoral de sus virtudes: no ser Donald Trump.