La izquierda violenta al mundo

La izquierda violenta al mundo

Estamos en un nuevo orden mundial y cuanto antes lo asumamos, antes lo enfrentaremos. No es el fin de la historia que Fukuyama avanzó con precipitación, ni el choque civilizatorio que su maestro Huntington escudriñó tras el gran periodo de paz y estabilidad que marcó al Occidente democrático de posguerra. El nuevo orden, que no se avecina porque ya está aquí, es el que la izquierda mundial, woke o no, ha impuesto y financiado en virtud de un falso globalismo, y que inunda de censura y cancelación todo debate que se aleje de lo que sugiere la perversa agenda vende y trinca. Este orden actúa generando una situación sobre la que pivotan todas los demás: la inseguridad, el gran factor político de nuestro tiempo, un elemento que, de manera paradójica, suele llevar al poder a partidos defensores del orden y la tradición cuando el descontrol lidera el contexto.

Sin embargo, la izquierda como artefacto ideológico progresista y buenista, tiene un plan para seguir gobernando incluso en situaciones potencialmente adversas (economía empobrecida, inseguridad manifiesta, corrupción), y aunque llene de muerte y terror las calles de medio mundo, su lucha está en otro lado: en ofrecer a la humanidad una visión idílica de la modernidad que debemos aceptar, mientras asaltan todo contrapoder que impida su ilimitado afán por pervertir la democracia. La izquierda es Pedro Sánchez utilizando la Fiscalía General del Estado para pedir a un Tribunal independiente que perdone a un golpista prófugo de la justicia. La izquierda es Joe Biden (bueno, quienes dirigen a Biden) usando a todo un Tribunal Supremo en Estados Unidos para perseguir a un rival político como Trump, cuyas frases y acciones han encontrado en el PSOE a su mejor replicante. Y la izquierda es Rafael Correa y la prensa progre mundial silenciando -y casi justificando- el motivo del asesinato de un dirigente político de centro derecha que concurría a las elecciones presidenciales de Ecuador.

Fernando Villavicencio fue acribillado a tiros a la salida de un mitin en el que afirmó ir sin chaleco antibalas a pesar de las amenazas recibidas, en un encuentro con miles de simpatizantes, donde subrayó, valiente, que el problema de Ecuador «no es la falta de dinero, sino el exceso de ladrones». Villavicencio alcanzó renombre a raíz de su constante denuncia contra los excesos autócratas del corrupto Correa, el bolivariano presidente amigo de Maduro, Evo Morales, Lula, López Obrador y por supuesto, de Iglesias y Zapatero aquí en España, consumados demócratas y amigos de la libertad.

Era una de las personas llamadas a proveer de seguridad a un país que ha visto cómo la delincuencia se ha incrementado en los últimos años con la irrupción de cárteles de la droga y mafias llegadas de medio mundo. Los asesinos pertenecen a un grupo narcoterrorista de extrema izquierda, pero todos los indicios apuntan a que la autoría del homicidio no partió de una banda de iletrados pistoleros sin más orden que el dinero que reciben por parte del verdadero matarife. Hay que mirar más allá. Hispanoamérica es hoy un lodazal de criminales dirigidos por el Grupo de Puebla, en el que no hay ni un demócrata en condiciones ni un dictador sin condiciones.

La realidad, que de nuevo golpea al buenismo mundial, es que se han quitado de en medio al candidato que denunció los vínculos entre la izquierda (Correa y los suyos) y el narcotráfico, corrupción que los medios progres silenciaron siempre, como callaron cuando los maras, una de las organizaciones de asesinos más mortíferas del mundo, gobernaban El Salvador. Entonces no vimos proliferar tribunas de opinión preocupadas por la seguridad de los salvadoreños ni por los derechos humanos de los asesinados. Estas pandillas, que entre 2009 y 2019 acabaron con la vida de más de veinte mil personas en el país, hoy son historia gracias a la política dura y sin ambages de Nayib Bukele. Y esto no lo puede soportar la progresía, que dice no justificar la violencia pero la excusa cuando la protagonizan los suyos, que es casi siempre. Los que no abrieron la boca para condenar la violencia de los maras, atacan a Bukele por querer erradicarla. Pero ellos, justos entre los justos, son los demócratas y los demás, ya saben, fascistas.

Mientras discutimos sobre todo esto, el miedo vuelve a azotar el corazón de un continente que no se libra de su peor estigma, como en tiempos de Pablo Escobar, el célebre narcoterrorista de izquierdas que puso de rodillas a una nación y casi a un Estado a base de chantaje, muertes y mucho dinero. Camuflados en grupos terroristas, guerrilleros, revolucionarios, liberadores, de salvación, por el pueblo y para el pueblo, los autodenominados progresistas encontrarán a menudo razones para ejercer el mal y escribas para justificar sus heroicas acciones.

Entretanto, se inventan fantasmas que no existen (el fascismo que en ningún lugar del mundo impera y gobierna), y ocupan al pueblo en luchar contra molinos de viento mientras destruyen la separación de poderes, amparan o protagonizan golpes de Estado o recurren y defienden asesinatos selectivos en función de la víctima. Hoy Ecuador, ayer El Salvador, siempre Venezuela, México y Argentina. Y España. Países destrozados -o por destrozar- gracias a la pobreza, desigualdad y odio entre ciudadanos que el socialismo crea cuando gobierna. La izquierda, en efectos y consecuencias, siempre ha actuado por lo civil o lo criminal. Su historia es la sucesión de violencias concatenadas y de ahí su empeño en controlar el relato futuro que edulcore un pasado y un presente lleno de calamidades.

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