Hartazgo vírico
Ver las imágenes estos días de las playas de Argentina, en pleno verano austral, a rebosar de gente que pasa olímpicamente de las medidas contra el Covid hace pensar que, justo cuando se cumplen dos años de la aparición de la pandemia, el hartazgo vírico ya se extiende con más rapidez que la variante ómicron, la delta, deltacron, flurona o el nuevo nombre que llegue esta semana.
Las causas de dicho empacho no sólo hay que buscarlas en el cansancio de llevar mascarillas, en la sobreexposición de noticias, en los cambios de hábitos de trabajo, en confinamiento individualizado o en las distancias de seguridad. Otra razón, y no menos importante, es la cantidad de ‘cuñados pandémicos’ que han aparecido en los últimos tiempos, cansinos como ellos solos, buscando enfrentar y dividir a la sociedad en buenos y malos.
Justo ahora los más críticos con los llamados ‘negacionistas’ son los que precisamente hace dos años se reían de la pandemia.
Han pasado, por ejemplo, de acusar de “alarmista” y “propagador de bulos” al doctor Pedro Cavadas por sus augurios sobre la enfermedad o mofarse de la misma, de ser ellos los negacionistas, de advertirnos a los españoles que éramos “los últimos” (en caer) o cantar a coro “¡coronavirus, oe!” a ir desde hace meses de espantaviejas por España reclamando solemnemente la importancia de las vacunas de una forma tan falsaria que ha indignado a buena parte de los ciudadanos. Sólo les falta ponerse la bata y pasar consulta.
Los mismos ‘negacionistas’ de hace dos años son actualmente ‘tragacionistas’ del discurso oficial, que sin tener ni puñetera idea de virología siguen a pies juntillas el argumentario que reciben desde Moncloa. Eso mismo también que buscaban este fin de semana con trampas dialécticas que el presentador Ángel Martín se sumara al coro de “¡tragacionistas, oe!” y que arremetiese contra los antivacunas, propósito malogrado, para alimentar esa idea perversa de los buenos y malos ciudadanos.
Qué credibilidad pueden tener dirigentes políticos como Sánchez en España que, además de haber gestionado muy mal la pandemia, sus cifras del Covid son igual de cuestionadas que las macroencuestas de su ‘cuñado’ Tezanos. En España, el Gobierno mantiene que han fallecido unas 90.000 personas, cuando todos los estudios independientes hablan de entre 120.000 y 150.000. Mientras que las cifras oficiales de muertos por Covid hablan de 5,5 millones en todo el mundo, la revista The Economist situaba esta cifra en 18,8 millones la semana pasada, casi cuatro veces más que las estadísticas dadas por los gobiernos.
El mismo Sánchez que decía hace año y medio que no le iba a temblar la mano para adoptar medidas para frenar el virus, ahora repite las mimas palabras que la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, decía entonces.
El hartazgo ha convertido igualmente el caso de Novak Djokovic en una crisis diplomática entre dos países, Serbia y Australia, alrededor de los cuales se han ido aunando seguidores de ambos bandos, como si de movimientos políticos concurriendo a unas elecciones se trataran. Un esperpento auténtico.
En Francia, las manifestaciones que reclaman “libertad” son cada vez más numerosas los fines de semana, y más que lo serán mientras su presidente, Emmanuel Macron, erigido en una nueva especie de ‘rey sol’ diga a aquellos franceses que no se han vacunado que van a ser perseguidos y que les va a fastidiar la vida como si de herejes se tratasen.
Está claro que de esta enfermedad los científicos están aprendiendo conforme evoluciona, pero lo menos que se les puede exigir a los políticos y a ciertos medios de desinformación es que no jueguen a polarizar, dejen de trampear con la gente y cierren la boca sin tener certezas. Son tiempos de transparencia, de respetar la voluntad individual y de tratar a los ciudadanos como adultos. Todo lo demás tendrá contestación ciudadana.