Las fronteras, en manos del enemigo

Yo debo de ser muy tonto. Pero muy tonto. Porque no acabo de entender cómo se puede ceder la vigilancia de nuestras fronteras a un cuerpo policial -los Mossos d’Esquadra- que permitió que se celebrara la consulta ilegal del 1 de octubre de 2017 cuando había una orden judicial para que se impidiera. Es el mismo cuerpo policial que permitió que el prófugo Carles Puigdemont volviera a fugarse ante centenares de sus agentes. Es el mismo cuerpo policial que intentó quemar en la incineradora del Besós un buen número de cajas con documentos sobre el espionaje al que había sometido a líderes políticos y sociales constitucionalistas -tuvo que ser la Policía Nacional la que impidiera su destrucción-. Es el mismo cuerpo policial que ha permitido que Cataluña sea una región sin ley.
¿Cómo se puede poner la seguridad de nuestras fronteras en manos de un cuerpo regido por mandos que oscilan entre la deslealtad al régimen constitucional y la incompetencia? Está claro que muchos agentes de los Mossos son sólo policías que quieren hacer bien su trabajo, pero no se puede decir lo mismo de los que dirigen el cuerpo. De la misma manera que Carles Puigdemont entró y se largó como quiso el 8 de agosto de 2024, los Mossos d’Esquadra se volverán a despistar cuando a los partidos secesionistas les interese que algún enemigo de España entre o salga del país. La policía autonómica catalana ha demostrado que es un cuerpo muy poco de fiar. Darle a la Generalitat que dio un golpe de Estado, y que puede volver a ser gobernada en unos años por los mismos que presumen que «lo volverán a hacer», competencias sobre la vigilancia de fronteras, puertos y aeropuertos, es un suicidio.
Estamos poniendo la seguridad de nuestro país en manos del enemigo. Insisto, del enemigo. Porque Junts y Esquerra Republicana han demostrado su deslealtad hacia todos los españoles y su voluntad de reventar nuestro sistema de libertades. ¿Qué ahora manda Salvador Illa y no es tan radical como Oriol Junqueras o Carles Puigdemont? Aceptemos esa premisa. Pero la historia reciente de Cataluña nos muestra que más pronto que tarde los secesionistas volverán al poder, y tendrán en sus manos el control de la frontera terrestre más importante de España. Las consecuencias de esta insensatez serán terribles.
La cesión de competencias en fronteras e inmigración a unos partidos políticos instalados en el odio a España será una bomba de relojería. Estos fanáticos no se mueven por la lógica del progreso del país, solo les interesa construir su República catalana, y usarán estas nuevas atribuciones para ese fin.
Ya hemos visto cómo la política migratoria de la Generalitat, la de importar mano de obra de países musulmanes para evitar la llegada de inmigrantes de países hispanohablantes, ha motivado que existan guetos islámicos de tono radical en varias ciudades catalanas. Ahora que tendrán más competencias, los partidos secesionistas ya han dejado claro que su prioridad no será evitar que entren fanáticos religiosos o personas que puedan tener antecedentes penales: con que aprendan catalán – y no se opongan al separatismo –, será suficiente.
Pedro Sánchez está dinamitando la España que conocíamos y, no precisamente para mejorarla. Porque el objetivo de los partidos supremacistas, como ERC o Junts, no es mejorar el nivel de vida de los españoles. Nos desprecian y se consideran mejores. Y el líder del PSOE está alimentando su política del resentimiento.