Opinión

‘Fontaneros’ y meretrices

Los fontaneros políticos nacieron en Estados Unidos con el caso Watergate, cuando un grupo de personas trabajaron en la administración Nixon para evitar que la opinión pública conociera las filtraciones que acusaban al propio presidente norteamericano de espionaje al adversario para adulterar a la propia ciudadanía en las siguientes contiendas electorales. Un sistema que propició el nacimiento de una figura que desde entonces ha impregnado a los partidos políticos de una leyenda sobre el poder y quien manejaba sus hilos entre bambalinas.

En España, el fontanero ha sido una suerte de comemarrones profesional, un día ocupado en mantener prietas las filas en la organización que más egos caprichosos ocupa por metro cuadrado, y el otro, destinado a depurar las tuberías llenas de cochambre sucia que al jefe no le gusta ver en los medios y que ordena disipar del debate público. Quien esto escribe, ha conocido y conoce a muchos de los que han ocupado -y okupan- una responsabilidad gubernamental, dedicados en exclusividad a tirar la basura cada día con el propósito de advertir sobre el poder que ejerce, y avisar de que, en política, la discrepancia con el que manda se paga de una forma u otra con el ostracismo, el exilio profesional o incluso la persecución física.

Pero en el régimen sanchista, ha bastado una periodista ligera de moral, un empresario pícaro en el trinque y un experto intermediario de cloacas para que la España que soñó Berlanga se haga realidad en cuestión de días. La decadencia del país la entroniza un partido que tiene a sus espaldas el mayor historial delictivo y criminal de cuantos han gobernado en Europa. Asusta comprobar el currículum político de la formación que más ha gobernado el Estado acumulando golpes de ídem, asesinatos teledirigidos, corrupciones presidenciales, terrorismo de cloaca, saqueo de las reservas públicas, pucherazos electorales, compra votos permanentes y un sinfín de felonías. Y ahí sigue, con una intención de voto del treinta por ciento y la mitad de la nación que tanto ha envilecido aplaudiendo sus tejemanejes. Se ha resucitado la figura del fontanero gracias al partido que mejor ha sabido rentabilizar ese trabajo, en alianza con las meretrices, las reales y las sobrevenidas, las que se buscan en catálogos y luego terminan viviendo del presupuesto público por mor de la generosidad ministerial o las que, en determinados medios de comunicación, destinan su anulada reputación profesional a defender a los delincuentes políticos de sus crímenes por un plato de ricas lentejas.

Si se forraron durante la pandemia mientras la gente moría en los hospitales y en sus casas, si contrataron prostitutas para divertimento propio y enchufismo de coartada, si amnistían a golpistas con la complicidad de un tribunal que controlan a su imagen, semejanza y antojo, si asaltan empresas públicas que arruinan por colocar a los amigos del presidente en ellas, si nos dejaron a oscuras durante más de medio día por incompetencia y sectarismo político, etc., si han hecho todo eso y no ha pasado nada, tampoco ahora, ingenuos míos, va a desaparecer el PSOE.

Porque el PSOE es un partido entronizado en el Estado y hermanado con él, como uña y carne. No es nada sin el Estado, porque el Estado es el PSOE. De ahí que, a mayor tamaño del Estado, mayor es el poder del PSOE, su corrupción y su impunidad. Y viceversa. Su desaparición, tan conveniente para España, llevaría a reducir drásticamente el ecosistema que ha hecho posible que, con ese insuperable historial delictivo y criminal, el apoyo sociológico, fruto de las prebendas y la compra de conciencias, aún siga vigente y en cifras incomprensibles. En esta 13 Rúe del Percebe patria que ha creado el sanchismo, el poder sólo se mantiene si las tuberías están engrasadas, los fontaneros, dispuestos, y las meretrices, arrodilladas.