Feminismo y coronavirus
La actualidad general viene marcada de forma dominante y creciente por la epidemia —que tiende a pandemia— del coronavirus. Lo que empezó a hacerse visible el primer día del año con el foco en la ciudad china de Wuhan, ha pasado a convertirse en una emergencia de carácter global para la OMS, y a tomar dimensión de catástrofe humana internacional, con unos efectos económicos y sociales colaterales de imprevisible evolución.
Lo que en estos momentos sabemos de este virus es que se contagia con rapidez, y que afecta mortalmente en especial a personas de edad avanzada y con enfermedades subyacentes. La población ya conoce ampliamente las medidas preventivas —en especial el lavado frecuente de manos—, las vías de infección y otras características de esta epidemia. Cabe decir que, al no tener todavía vacuna para hacerle frente, las autoridades sanitarias y políticas actúan intentando contener el contagio incluso con medidas que hasta ahora eran desconocidas entre nosotros por su contundencia, primero en China y ahora en Italia. Esta última se encuentra en emergencia nacional y me temo que, a juzgar por las evolución de la cifra de infectados y nuestra proximidad geográfica, España puede verse en la misma situación. Aquí hemos pasado con rapidez de sentirnos un tanto al margen de la preocupación general, a estar en el foco europeo, con la localidad riojana de Haro en cuarentena y prácticamente en estado de sitio, al igual que la Lombardía italiana.
En cuanto al feminismo, el Gobierno ha vivido su semana horribilis con ocasión de la jornada del 8-M, y el incontenible deseo de la titular de Igualdad de liderar el movimiento feminista con su proyecto de ley de «igualdad sexual» presentado en sociedad como trofeo. Carmen Calvo, que fue ministra del ramo con anterioridad, no acaba de asumir esta pérdida política existencial, y el enfrentamiento entre ellas ha aflorado públicamente con ribetes tragicómicos, trasladando la imagen de un Gobierno dividido en su seno, y con dos facciones enfrentadas. La asistencia a la manifestación de Madrid con eslóganes diferentes, y vicepresidentes, ministros y ministras cada uno por su lado, ha sido el inevitable colofón de este espectáculo: una imagen vale más que mil palabras. Justo lo que Sánchez e Iglesias dicen que quieren evitar.
Para que no faltara nada a la sexualmente liberadora jornada feminista, las mujeres de C’s fueron nuevamente expulsadas del areópago morado, seguramente porque las de naranja «no se lo han currado tanto, bonitas». Mientras, el nuevo feminismo amazónico popular pasaba inadvertido, y Vox se hacía ver y oír al margen de lo «feministamente correcto».
Así, por unos días Calvo y Montero han disputado la actualidad informativa al coronavirus, que sigue progresando inadecuadamente, con tendencia a transformarse en pandemia global, como decimos. De momento el Gobierno, con su acertado y coyuntural portavoz, Fernando Simón, opta por atacar el contagio exterior e interior sin medidas estridentes. Haro es, por ahora, la excepción: El turismo es demasiado importante para nuestra economía como para alarmar más de la cuenta, y las Fallas y la Semana Santa están a la vuelta de la esquina, como test.
Me temo que el Gobierno socialcomunista de Sánchez e Iglesias está empezando a tener un aterrizaje forzoso en la realidad: De la utopía de la construcción de su particular «paraíso en la tierra», se están adentrando en la deconstrucción distópica y global de un escenario de grave crisis económica y social, que emerge en el horizonte sin que haya feminismo ni ideología de género transhumanista que lo remedie.
Como no hay mal que por bien no venga, por una temporada nos hemos olvidado de Torra y Puigdemont, y de la mesa de diálogo para negociar la salida al «conflicto político». Quien no se consuela es porque no quiere, y esto es lo que hay.
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