Opinión
Un cartel 'fake'

Felipe fustiga a ETA y Sánchez abraza a sus herederos

“Allí donde esté un miembro de ETA haré todo lo posible para que haya un policía detrás” aleccionaba Felipe González a sus compañeros del Comité Federal del PSOE semanas después de ganar las elecciones del 28 de octubre de 1982. Con aquella arenga el primer socialista investido presidente del Gobierno desde la República (Largo Caballero y Negrín) trasladaba a los suyos cuál iba a ser su hoja de ruta contra los terroristas.

Cuarenta años después, aunque ni el escenario ni las circunstancias políticas, afortunadamente, son las mismas, Pedro Sánchez en lugar de echarle un pulso a los herederos de la banda terrorista tiende la mano a asesinos recalcitrantes como Txeroki para mantenerse en La Moncloa por los pactos con Bildu. Ese oprobio a las víctimas ha empujado, incluso, al colectivo de presos de ETA a felicitar al Gobierno por las medidas penitenciarias que les favorece y por haber triplicado las excarcelaciones tras el acuerdo de investidura con los filoetarras.

Es la gran paradoja del cartel fake y propagandístico que ha puesto en circulación el secretario general del PSOE para celebrar lo que él llama “40 años de Democracia”. Por cierto, con el desprecio añadido a los cinco anteriores de los gobiernos centristas de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo, los más convulsos de esa Democracia que Sánchez se atribuye ahora como suya. Algo verdaderamente vergonzoso. Suárez tuvo que soportar la violencia callejera de las dos extremas -derecha e izquierda- y los ruidos de sables que acabaron en el 23-F, mientras investían a Calvo Sotelo.

Es una más de las mayores incongruencias entre González y Sánchez. En el año uno de la égida socialista, en 1982, el entonces presidente adelantaba que estaba decidido a zurrar duro a la banda terrorista. Cuatro décadas después, en el 40 aniversario fake, Sánchez contemporiza y pacta con los herederos de ETA en decisiones onerosas y humillantes para las víctimas de la violencia terrorista: consiente homenajes bochornosos a las hienas etarras y excarcela o traslada al País Vasco a presos con largas condenan que se han negado a pedir perdón o a colaborar con la Justicia para esclarecer las decenas de casos sin resolver.

El día y la noche. Felipe diseñó una dura política antiterrorista implacable -con Barrionuevo, Vera, Sancristóbal, Corcuera o Roldán de halcones-, mientras Sánchez posa en la actualidad en un photocall junto a Arnaldo Otegi, con quien pacta cambios legislativos como el de compensar con beneficios penitenciarios a una cincuentena de presos etarras que cumplieron parte de las penas en cárceles francesas.

El aviso de González a ETA, en 1982, desembocó en la razón de Estado meses después con el nacimiento de los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL) que, en un plazo de dos años -sin incluir el asesinato de García Goena en 1987-, copió los mismos métodos expeditivos de ETA y asesinó con el coche bomba y el tiro en la nuca a 26 personas.  No he escrito etarras porque los errores de los comandos de mercenarios perpetraron varias acciones que acabaron con la vida de seis ciudadanos que pasaban por allí.

A por todas contra ETA

La confesión de González a su equipo se producía en una reunión a puerta cerrada en los primeros meses de 1983, ya convertido en el primer inquilino socialista de La Moncloa. El mensaje a los barones del partido era el mismo que durante la campaña electoral: “Un grupo de terroristas no me va a fastidiar la política de cambio ni va a propiciar que un nuevo Pavía entre en el Congreso”.

El dirigente andaluz se refería al general Manuel Pavía que dio un golpe de Estado en enero de 1874 y acabó con el experimento de la Primera República. En el imaginario colectivo ha quedado grabada la idea de que Pavía entró montado a caballo en el Congreso de los Diputados para disolverlo, pero nunca sucedió así.

En su subconsciente Felipe, aunque mencionaba al general decimonónico, también gravitaba el intento de Golpe de Estado del 23-F, un año antes de su victoria electoral.  El líder socialista había ganado las elecciones con más de diez millones de votos con el símbolo del puño y la rosa y con el eslogan político del “cambio”, pero no había acallado a los militares descontentos.

El miedo al fantasma del Golpe y la falta de colaboración del Gobierno de François Mitterrand -el amigo del alma de González- en la lucha antiterrorista empujó a los socialistas vascos a proponer al presidente una nueva fórmula para acabar con el desprecio de los camaradas franceses: trasladar la ley del terror al país vecino para que aprendieran a convivir con el dolor de las víctimas del terrorismo. Franco había muerto, España había recuperado la Democracia tras las elecciones de junio de 1977 y la nueva Constitución -la de noviembre de 1978- se enseñaba en los colegios, pero Francia seguía sirviendo como refugio de las alimañas de la banda etarra, lo que seguía conociéndose como el “santuario de ETA”.

El programa electoral del PSOE para las elecciones generales de 1982 no dejaba lugar a la duda sobre las propuestas anti-ETA de los socialistas. En el apartado 4.5, bajo el título “Política Antiterrorista y contra la subversión anticonstitucional” relacionaba los efectos desestabilizadores del terrorismo de ETA con los movimientos golpistas de la extrema derecha. Los socialistas veían a ambos como dos “formas de violencia política” que buscaban la destrucción de la democracia y lo enfatizaban en su propuesta electoral.

“Tanto el terrorismo de extrema derecha como el de extrema izquierda, el GRAPO y el independentismo de ETA, sirven hoy de soporte a la subversión anticonstitucional. Por ello, aunque el fenómeno terrorista es grave en sí mismo, y muy especialmente el de ETA, por la virulencia y la continuidad de sus acciones y por las especiales  condiciones políticas en el País Vasco, su gravedad se ve multiplicada y adquiere condiciones especiales por la presencia en España de grupos sociales que, provenientes de la dictadura y deseosos  de volver a recuperar los privilegios y el poder que la voluntad popular les ha negado, propician un golpe de Estado haciendo continuos llamamientos a la sublevación militar”, destacaba su programa.

Los analistas políticos del PSOE tenían muy claro que los atentados de ETA contra la cúpula militar, como el del jefe Cuarto Militar del Rey, el general Valenzuela, habían acelerado la involución en España, el ruido de sables en los cuarteles y la conspiración para perpetrar el Golpe del 23-F, jaleados por sectores del Ejército. Ese fantasma del pasado, muy reciente a la victoria socialista, animó al Gobierno a crear los escuadrones de la muerte de la guerra sucia con los residuos del Batallón Vasco Español (BVE) del postfranquismo. ETA ya había dado la bienvenida al Gobierno de González con el asesinato del general Víctor Lago Román, ex jefe de la División Acorazada Brunete, pero los primeros cien días de la égida socialista las acciones terroristas de la banda descendieron: asesinaron a seis personas. El panorama no era peor que durante los años de UCD. Eso sí, el primer semestre de 1983 el número de muertos fue inferior con 31 asesinatos.

El programa electoral

Quienes redactaron y aprobaron el programa electoral socialista se pronunciaban con contundencia: “La lucha contra el terrorismo de ETA es una lucha a medio plazo, dados los medios con que cuenta esta organización. El Estado no puede regatear medios humanos y materiales para establecer su poder e imponer la ley y la voluntad popular, y que la planificación y estrategias necesarias se mantendrán por encima de los avatares coyunturales de la lucha antiterrorista”.

El dirigente vasco Ricardo García Damborenea llegó a publicar un opúsculo, en forma de separata en la revista Cambio 16 titulado “Manual del buen terrorista” cuyo contenido rozaba la apología del terrorismo.

González también había escuchado por boca de Manuel Fraga los argumentos a favor de la razón de Estado: “Cuando corre la sangre inocente de los ciudadanos, un Gobierno debe preferir tener sangre en sus manos antes que agua como Pilatos”.

El Gobierno de González desde el primer momento, antes de echar a andar los GAL a finales de 1983, aprobó en febrero de aquel año el Plan ZEN (Zona Especial del Norte), que se adelantaba en unos meses al memorándum (6-7-1983) elaborado por el Centro Superior de Información de la Defensa (CESID), que apuntaba las bases de la guerra sucia contra ETA. Luego fue considerado como el acta fundacional de los GAL. Entre otras recomendaciones, aconsejaba: “En cualquier circunstancia se considera que la forma de acción más aconsejable es la desaparición por secuestro”, como luego sucedió con las desapariciones de Lasa y Zabala cien días después del escrito.

El Plan ZEN se convertía en el catecismo antiterrorista del Gobierno de González y se ratificaba en que en la lucha contra ETA “necesariamente” el triunfo debía estar “de lado del poder del Estado”. Para que no fracasara destinó 14.600 millones de pesetas -unos 90 millones de euros- para los ejercicios 1983 y 1984. En el primer año la cifra de presos etarras pasó de 332 a 419.

El 3 de noviembre de 1983, González, con mayoría absoluta en el Congreso, anunció nuevas medidas para reprimir a ETA, que más tarde dio lugar a una Ley Antiterrorista, que se oponía a la legalización de HB como partido político, aunque los tribunales dieron la razón a los abertzales, que eran una marioneta de ETA. La verdadera dirección de los batasunos residía en Francia y usaba pasamontañas.

Todas esas medidas eran la respuesta del PSOE de González a la izquierda radical vasca, la misma que ahora apoya a Sánchez en el Congreso y que facilitó su investidura. Y la misma -con Otegi a la cabeza- que el Gobierno alimenta para permanecer en La Moncloa toda la legislatura sin turbulencias.  A costa de deshonrar a aquellos socialistas que ganaron las elecciones generales de 1982 con una política frontal contra ETA y Batasuna en su programa electoral. A alguno de ellos le costó la vida.

Los 40 años de Sánchez

En la otra cara de la moneda nos encontramos a Pedro Sánchez -el mismo que ha financiado el cartel fake de los 40 años de libertad- que, en lugar de echar un pulso a los herederos de ETA que se dedican a organizar homenajes y financiar a los terroristas no arrepentidos con dinero del erario público, ha tendido la mano a Otegi, el protector de antiguos compañeros de la banda como Txeroki.

El añorado Manuel Vázquez Montalbán, que escribió con su maestría habitual el prólogo de mi libro “El Origen del GAL”, destacaba en su excelente preámbulo: “El caso de los GAL gravita sobre la democracia española y no dejará de hacerlo hasta que se estimen los encausamientos y procesamientos. Mientras tanto, el nuevo Gobierno, afectado por la psicopatología de la razón de Estado, ni oscurece ni aclara, pero practica un filibusterismo enmascarador de los hechos, en nombre de la Teología de la Seguridad”.

Sánchez actúa en nombre de la Teología del Pragmatismo: los votos de Bildu bien valen una investidura y la aprobación de los presupuestos, año tras año. Pero la cuenta atrás puede acabar a finales de 2023. Con el aniversario de los “40 años de Democracia”, al parecer sólo protagonizados por el PSOE, se pone el marcha el famoso “tic, tac” que Pablo Iglesias copió de Hugo Chávez.