El expolio catalanista de los reyes de Mallorca (2)
Para la doctrina catalanista la toma de Mallorca de 1285 por Alfonso de Aragón no fue más que el retorno del reino insular a la inventada Confederación catalano-aragonesa, es decir, “la reunión de los catalanes de ambos lados del mar”, lo cierto es que no fue así. El Reino de Mallorca nació como un ente autónomo en el seno de la Corona de Aragón (es decir, separado de Aragón y de Barcelona) con instituciones, leyes, moneda, órganos de gobierno, órganos de justicia y unos colores representativos propios (en 1269 Jaime concedió el escudo de la Ciudad y el Reino: “de la una part sia lo senyal nostre e en laltre part lo senyal del Castel nostre de la Almudayna de Malorques”).
Jaime II de Mallorca heredó un reino política y económicamente independiente. Fue su padre, Jaime I, quien estableció las bases socio-económicas para convertir al Reino de Mallorca, dada su excelente situación estratégica entre Barcelona, Argel y Cerdeña (en él convergían las rutas marítimas más importantes del Mediterráneo Occidental), en un importante centro económico y mercantil. Por otra parte, los mallorquines también comerciaban por todo el Mediterráneo, sobre todo en el norte de África. A principios del siglo XIV el comercio mallorquín representaba el 74% del total de las relaciones mercantiles de las dos coronas (la mallorquina y la aragonesa) en el Magreb y Marruecos. El 26% restante quedaba repartido entre catalanes y valencianos. A la invasión aragonesa, además de la motivación reconstructiva de los dominios aragoneses, hay que añadir la económica.
En cuanto a la invasión de 1285, el catalanismo oculta la lealtad y resistencia de los mallorquines frente al invasor. Además de la resistencia en el Castillo de Alaró protagonizado por los mártires Cabrit y Bassa (fueron ejecutados en la hoguera), también se dio una importante oposición a la invasión en la capital balear. El lugarteniente real Pons de Saguardia se hizo fuerte entre los muros de la fortaleza palmesana del Temple, mientras que el resto de mallorquines aptos para el combate lo hacían en la fortificada mezquita-templo situada frente al Palacio de la Almudaina. Pero a pesar de la defensa isleña las tropas de almogávares y sicilianos redujeron a los mallorquines. Después de la caída de la capital el futuro Alfonso III de Aragón se dedicó a represaliar a los mallorquines leales a Jaime II de Mallorca.
Además hay destacar que durante los más de diez años en que el Reino de Mallorca estuvo en manos de Aragón, el mallorquín más ilustre y universal de todos los tiempos, el beato Ramón Llull, no puso pie en ningún territorio aragonés, Mallorca incluida, como rechazo absoluto a la desposesión del reino mallorquín. De hecho, en su obra “Blanquerna” Llull denunció la desposesión del Reino de Mallorca a su amigo y rey Jaime II a través del personaje del monarca mallorquín: “ahora me he vuelto pobre y menospreciado de las gentes por un rey orgulloso e injurioso quien por su gran poder y por avaricia me ha quitado mi tierra”.
Como era de esperar este hecho es ocultado por el catalanismo, no les encaja que su icono (la figura venerada durante siglos por los mallorquines [hasta hace poco considerado nuestro santo, junto a los mártires Cabrit y Bassa], pero que lamentablemente fue regalado por la subordinada clase intelectual y política de Mallorca a Cataluña) prefiriese al rey de Mallorca antes que al rey de Aragón (para ellos es el rey catalán).
Una vez recuperado el Reino en 1298, Jaime II se centró en reforzar la economía y el prestigio del Reino. Potenció el comercio exterior, base de la economía mallorquina, con el inicio del establecimiento de consulados propios en Bugía, Génova, Pisa, Sevilla, Túnez, Argel, Nápoles… y la firma de tratados comerciales con Pisa, Génova, Sicilia y Castilla. Además de modernizar la industria textil, Jaime II realizó importantes reformas estructurales del territorio con la promulgación de las “Ordinacions” de 1300.
Con su aplicación se reordenó la capital mallorquina y se racionalizó el espacio agrario en la Parte Foránea con la creación de nuevas villas y la consolidación de otros núcleos. El rey mallorquín también buscó el prestigio de la Corona de Mallorca con la construcción del Castillo de Bellver y la Catedral de Mallorca y la remodelación del Palacio de la Almudaina, además de la creación de la moneda propia de Mallorca. Jaime II fue el primer rey del ámbito mallorquino-aragonés en acuñar moneda de oro, el “regales auri Maioricarum”. ¿No se merece una estatua este primer rey mallorquín?
Está claro que para los pancatalanistas el hecho de querer diferenciarse de la Corona Aragonesa (para ellos la Confederación catalano-aragonesa) no se puede consentir. No pueden permitir que los reyes mallorquines acuñasen moneda propia y que en ella se grabase que eran reyes de Mallorca: “Rex Maioricarum”. Incluso después de la anexión a Aragón en 1343 las moneda acuñadas en la ceca mallorquina llevaban la leyenda “Rex Aragonum et Maioricarum”. Lo que darían por una moneda con la leyenda “Rex Catalanorum”, pero no existen. Hasta la moneda catalana acuñada en Barcelona, el cruzado, llevaba por leyenda “Rex Aragonum”.
Omiten tanto a los reyes como las gestas de los infantes. Es el caso del intrépido hijo del rey Jaime II, el infante Ferrando, que protagonizó en su vida gestas dignas de un caballero medieval (si fuese catalán estaría en todos los libros de texto). En 1304, los nobles influyentes de la ciudad occitana de Carcasona, levantados contra el rey de Francia ofrecieron a Ferrando el señorío del Languedoc. Frente a Aragón, la dinastía mallorquina era la preferida, ya que los mallorquines eran soberanos del Rosellón y Montpellier, descendían de Pedro el Católico, muerto en la batalla de Muret defendiendo la causa occitana, y estaban emparentados con los condes de Foix. A lo que el mallorquín aceptó sin pensárselo dos veces. Pero su padre tuvo que intervenir para evitar las iras de Francia, que pretendía sus dominios occitanos.
Frustrada la aventura occitana, tres años más tarde, recibió el encargo del rey de Sicilia, su primo Federico de Aragón, de hacerse cargo de los ejércitos de almogávares que estaban situados en las tierras griegas del antiguo Imperio Bizantino. Ferrando se desplazó hasta Galípoli, pero la misión fracasó debido a la oposición del entonces comandante de los almogávares, el catalán Bernardo de Rocafort, que se negó a ser vasallo del rey de Sicilia, y permaneció como jefe supremo de los almogávares.
Las aventuras del infante Ferrando le llevaron de nuevo a Grecia en 1315 para hacerse cargo de la herencia (por parte de madre) de su hijo, el futuro Jaime III de Mallorca, el Principado de Morea-Acaya, en poder de Luís de Borgoña. Después de luchas y batallas, como la victoria de Picotín y la toma del castillo de Calandritsa, Ferrando perdió la vida en la batalla de Manolada en julio del 1316 antes de la llegada de los refuerzos de los almogávares y de las tropas enviadas por su hermano Sancho de Mallorca. La huella del infante Ferrando y del reino de Mallorca quedó para la posteridad en las tierras del antiguo Imperio Bizantino en la leyenda de las monedas acuñadas: “Infans F d Mayork de Clarenca”. Otra vez el infante mallorquín se sale de la uniformidad pancatalanista, ¡¡a quien se le puede ocurrir acuñar moneda en Oriente con el nombre de Mallorca!!
Siguiendo con la historia de los reyes mallorquines, tenemos que, a pesar, de las tensas relaciones con los monarcas aragoneses, Sancho de Mallorca, hijo de Jaime II, continuó afianzando y fortaleciendo el comercio marítimo, modernizando la industria textil y asegurando las flotas navales de defensa y comerciales mallorquinas. A su vez, siguió consolidando la estructura político-administrativa del reino independiente de Mallorca. El día 14 de diciembre de 1312 Sancho otorgó a los mallorquines la bandera de Mallorca, inspirándose en el escudo de Palma de 1269 dado por Jaime I. La insignia, compuesta por “nuestros reales bastones” y por un “castillo blanco sobre fondo azul”, es totalmente denostada y marginada por el catalanismo, ya que sólo admiten las barras aragonesas (para ellos catalanas) sin que figure el castillo, que representa el Palacio de la Almudaina.