Opinión

La España que nos dejan Trump y la DANA

  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

Ya nada será igual. No se trata de realizar pronósticos, ni, mucho menos, de acudir a los aurúspices que, otra vez, ahora en Estados Unidos, han fracasado estrepitosamente en sus profecías. De nuevo, basta, como siempre aconsejan los clásicos de mirar y ver. Y si se puede, aprender. Todo ha cambiado en apenas una semana. La maldita DANA ha arrasado varias regiones, sobre todo Valencia, y Trump ha vencido, sin pega alguna, en unas elecciones en las que, de hacer caso a los demóscopos, todo estaba -literal- «en un hilo».

Aparte de la descomunal tragedia humana y de enseres que ha dejado la riada, ya empiezan a constatarse sus primeros efectos políticos, los que tendremos que ir desentrañando en los próximos meses. Fíjense, escuetamente son tres: ruptura absoluta entre el Gobierno y el Partido Popular; fractura grave entre Feijóo, el presidente de este último partido y su homólogo valenciano Carlos Mazón; y lo más delicado: grietas, ya indisimulables entre dos palacios de poder: la Zarzuela y la Moncloa.

Por partes: la trampa que ha urdido Sánchez para engatusar al PP y exigirle que vote sus Presupuestos es tan cutre, tan mezquina, tan vil, que Feijóo se ha despachado bien rechazándola. Le ha dicho: dinero para «tu» Valencia por Presupuestos y Feijóo le ha contestado: a otro perro con ese hueso. Ya no hay armisticio posible entre ambos, de tal forma que si «esto», el horrible mandato de Sánchez, se prolonga (y esto es lo más posible) hasta el 27, vamos a vivir en perpetua convulsión repleta de descalificaciones y hasta insultos. Tiene razón un ex ministro reciente de este gobierno cuando proclama: «Que nadie se engañe, Sánchez va a resistir hasta que llegue el momento imperativo de convocar elecciones». «Sólo -matiza casi por lo bajini- puede terminar con él la Justicia».

Así que, como suelen asegurar los aldeanos cuando acreditan todo lo que están comprobando en sus eras: «Verdes las han segao». Porque, en la siega del Parlamento, es previsible que los actores se corten con la hoz, con la hoz y con el martillo de los comunistas que amagarán, pero no darán. ¿Dónde van a ir ellos, repulsivos políticos, que mejor ganen? A ningún sitio. ¿Qué decir de los separatistas vascos y catalanes, el PNV en cabeza, especialistas en crujir y chantajear a los dueños de un Estado en lisis? Además, Sánchez y Feijóo, tras la DANA, se han declarado la guerra, aún con el tonillo ese de Feijóo que parece la admonición medida de un prefecto de colegio antiguo que tanto desespera a los fieles del PP.

Ahora, con la victoria de Trump se ha descubierto algo en todo caso previsible: ambos, uno y otro, Sánchez y Feijóo deseaban su derrota y se han quedado con el rabo entre las piernas esperando el milagro de que Trump, que se cree un enviado de Dios, no emprenda otra riada contra Europa y, por ende, claro está, contra España.

Esta España primera no nos augura nada bueno. Encima, para mayor inri, el PP se está envolviendo en una refriega interna que sólo tiene una virtud perentoria: la discreción, porque ninguno de los protagonistas desea que se le note lo mucho que le separa del otro. Hay quien sugiere, y no está mal tirado, que las relaciones entre los dos congéneres del PP, Feijóo y Carlos Mazón, están seriamente perjudicadas desde que el segundo, desoyendo al parecer las órdenes del cuartel general del PP, decidió formar Gobierno con Vox antes de la celebración de las elecciones. Desde entonces se miran de reojo y no se fían demasiado de sus respectivas decisiones.

Ahora, con la DANA derribando media provincia valenciana, se han evidenciado las diferencias de criterio entre los dos, mientras el gran artífice del desastre, el infame Pedro Sánchez, un fuguista indecoroso, se presenta ante los medios como si hubiera sido objeto de un atentado como el de Aznar en su momento. «Yo estoy bien», dice el sujeto, pero nadie ha podido retratar que haya sufrido agresión alguna. Se ríe de los contrarios, observa cómo estos se despedazan y abre la chequera para inundar de billetes lo que ahora está desgraciadamente inundado de agua y barro.

Es la parte muy inconveniente de lo que ha dejado la DANA en las carnes de la derecha española, siempre a punto de propinarse un tiro en el pie. Pero es que además, en este panorama tan poco risueño, sea ha desvelado algo que ya veníamos entreviendo: la falta de sintonía, un parco eufemismo, entre el Rey y su presidente. El distanciamiento viene de lejos. En la Zarzuela se lamentan, con toda la razón del mundo, de que el jefe del Ejecutivo no tenga a bien, como siempre ha sido la costumbre democrática en España desde la Transición, despachar con frecuencia regular con el jefe del Estado. Ahora, ese síntoma de distancia se ha colocado como totalmente evidente.

La imagen de este Rey nuestro, charlando como un valiente con energúmenos enrabietados que, justamente, le estaban reprochando la ausencia del Estado como tal en la catástrofe, ha chocado violentamente con la actitud de un Sánchez a la fuga doliéndose de una paletada de la que no se tiene constancia alguna. A este respecto, un diplomático que conoce muy bien los entresijos que se cuecen en ambos palacios, decía el miércoles al cronista: «Pero ¿es que alguien cree que un ególatra enchulecido como Sánchez le va a perdonar al Rey que le haya dejado en evidencia en Paiporta?».»De ninguna manera -añadía- esta incidencia solo agrava la intención de Sánchez de liquidar cuanto antes la Monarquía parlamentaria».

Probablemente, los españoles no estemos cayendo en la cuenta aún de la trascendencia de este incidente, como, al parecer nos trae al pairo el triunfo de un Trump que no quiere seguir pagando el entramado de la OTAN, que se encuentra cómodo negociando, de igual a igual, con el asesino Putin, que quiere poner aranceles hasta al aire que respiramos, y que tiene por Europa, y por tanto por España, el mismo cariño que profesa por los demócratas izquierdistas de Harris a los que ha barrido en unas urnas históricas. La España que nos dejan la DANA y Trump, desgraciadamente coincidentes en el tiempo, es toda una invitación a prepararnos para lo que se nos viene encima. España desaparece al ritmo de las indignidades de Sánchez, lo mismo que se han borrado del mapa pueblos enteros de la Comunidad Valenciana. En Estados Unidos Trump se antoja como un visionario al estilo de un simio con una cuchilla de afeitar en la mano, y aquí, en nuestro país, Sánchez es un obús contra la propia Patria, un proyectil que ahora se dispone a liquidar al Rey para seguir en el machito. Como suena. Al precio que sea.