El drama no es Cataluña, es España

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  • Carlos Dávila
  • Periodista. Ex director de publicaciones del grupo Intereconomía, trabajé en Cadena Cope, Diario 16 y Radio Nacional. Escribo sobre política nacional.

La memoria (también en política) es subversiva. Recordaré algo. Todos los ensayos que ha hecho el Partido Popular para asentar su presencia en Cataluña han resultado fallidos. Han sido errores propios, no ajenos. Además, fruto de clamorosas contradicciones estratégicas. Ya casi en la antigüedad, tuvo el PP un líder intelectualmente valioso, sin mácula extranjera, respetado en la sociedad civil barcelonesa, llamado Alejo Vidal-Quadras.

El tal Alejo se transformó rápidamente en Aleix para incardinarse más en la esencia de la nueva Cataluña. Alejo lo hizo francamente bien, celebró un par de elecciones con resultados más que satisfactorios, pero, claro está, enervó a los nacionalistas de Pujol e incluso a sus aliados democristianos, de cuyo partido procedía.

Así que llegada en 1996 la necesidad de componer el Pacto del Majestic, Pujol se puso cabezota y exigió la idem de su oponente Vidal. Aznar se la ofreció en bandeja porque entonces lo que se llevaba era una relación amistosa con CIU y no una confrontación a cara de perro. O sea, Vidal-Quadras cayó por duro, digámoslo así.

Tras este suceso, y tras varias otras intentonas, Aznar convenció a un político emergente (ahora sería el mejor líder del centro-derecha español) Josep Piqué, de que se sacrificara, abandonara sus triunfos de Madrid, y se hiciera cargo del PP catalán, una organización casi residual en el antiguo Principado.

Organizó con su impronta una renovada acción de los populares y creyó, como su jefe Aznar, que había que entenderse con el nacionalismo con un lenguaje que el electorado «español» de toda la vida, residente «allí» entendió francamente mal. El acercamiento a los nacionalistas se volvió en contra. Así que la propuesta de Piqué se cayó con estrépito; o le echaron, o se fue, ¡qué más da!, y se largó a la vida privada. O sea, a Piqué le liquidaron los suyos y los allegados por blando. Lo contrario a lo acaecido con Vidal.

Este prefacio memorístico viene a cuento por lo siguiente: el PP catalán está viviendo ahora una controversia con la dirección nacional por un desacuerdo clave que radica en qué hacer con los nacionalistas, ¡ojo! Con los nacionalistas que ya no son del pelaje de Pujol, Roca o Duran Lleida, porque se trata de una tribu radical dispuesta a todo para conseguir el objetivo de ganar la independencia de Cataluña. Como en la dirección nacional del PP, la llamada Génova, saben que la razón la tienen los que en la propia Cataluña aseguran que no hay nada que hacer, ni hablar con los secesionistas, critican al máximo representante regional atribuyéndole unas maneras mejorables: «Es que lo de Alejandro (Alejandro Fernández) es inaceptable». Quizá, hablando de recuerdos, algunos habitantes de la citada Génova no saben de los múltiples elogios que Fernández ha recibido constantemente desde Madrid por su prestancia, buen hacer, enorme eficacia retórica y dialéctica y también por la calidad y rudeza de sus debates en el Parlamento de Cataluña. Pero ahora, al parecer, lo que se lleva es un blando.

El cronista calza tierra en las botas y por eso se atreve a pronosticar que, si la respuesta popular a la dictadura separatista de Cataluña es una política de «vamos a llevarnos bien», la cosa tiene vocación de fracaso. Los votos, muchos, que el PP ha recibido recientemente en esa región proceden básicamente de la horadada bolsa de Ciudadanos que se hizo grande precisamente articulando una oposición rigurosa, sin disimulos, dura en el fondo y en la forma en aquellas circunscripciones del nordeste español. Los catalanes del PP, que conocen al milímetro el paño de los secesionistas catalanes, saben que estos no atentan sólo contra la amplia autonomía regional de ahora mismo, que su objetivo consiste lisa y llanamente en cargarse a España. De eso, estamos seguros, nadie también es más consciente que Feijóo. Es decir, y en román paladino, su programa es éste: «Vamos a organizarla en Cataluña para liquidar la odiada España».

El más torpe observador de las acciones protagonizadas por los sediciosos independentistas, tiene que recaer en que a estos sujetos, a los integrantes de la secesión, les trae por una higa una financiación más justa de las autonomías, incluida, claro está, la suya, o la reforma de la Constitución para adaptarla a los tiempos; no, lo suyo no se acaba en Las Ramblas, pretenden terminar con la voladura de la Castellana de Madrid.

Sánchez, en comandita, pretende arruinar, destruir España, apoyándose en el 6 % de los votos independentistas. Sería una estupidez desde la derecha, siempre acostumbrada a meter la pata en los momentos claves de nuestra historia, la pasada y la reciente, aparecer como comparsas o como contertulios de esta grey separatista que se ha constituido como la gran fuerza política que va a hacer con España lo que se le antoje que, no lo duden, es todo malo. Afirma desde Tarragona Alejandro Fernández que el problema no es Cataluña, que el problema lo tenemos todos los españoles. Nada más cierto. Pero los que han decidido darle boleta, los corsarios de Feijóo, mal informados, se amparan en sus formas, otrora tan celebradas, para despojarle de su sillón en el partido. Es decir, un pan como unas tortas.

Feijóo seguro que no atiende estos requerimientos púberes, el ensayo de la convivencia forzada -lo hemos recordado- ya se dibujó en otras épocas con el resultado de un estruendoso fracaso para España y unas goleadas a favor tanto del independentismo catalán como del vasco. El cómplice de toda esta ralea, Sánchez Pérez-Castejón (que nadie olvide estos apellidos para el oprobio histórico) despreció el miércoles un estupendo e histórico Pacto de Estado ofrecido generosamente por el PP de Feijóo y se dispone a instalar la desigualdad de los españoles por decreto.

Este individuo, que se marchó de la entrevista con Feijóo con un semblante huidizo y cabreado, acudió a la cita con ánimo de puro trámite. Su interlocutor político no es Feijóo, sino varios indeseables: Puigdemont y Otegi, y en menor medida el pícnico Junqueras o su vocero, amparado por las televisiones, Jordi Évole. Es penoso que alguien en la mencionada Génova mande ejecutar a quienes avisan desde Cataluña de la enorme tragedia española que está a punto de estallar. Feijóo, es lo cierto, no está en eso. ¿Qué es eso de las «formas»? ¿Las que tienen estos secesionistas que tildan de «fascistas» y «terroristas» a los ejemplares militantes del PP que se baten el cobre en el País Vasco, Navarra y Cataluña? ¿Es que de nuevo la derecha quiere volverse idiota? ¿Es que de nuevo se dispone a laminar a los suyos para complacer a quienes pretenden barrenar España? Esto de verdad es una pesadilla. También en el PP.

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